Un Martes Por la mañana me levanté con dolor de cabeza y con fiebre. Pero no quería faltar a la escuela ese día, debido a que iba a pasar algo en la tarde para lo que había trabajado mucho, y también era el día en que sacaban la foto de toda la clase.
Mi mamá vino a mi habitación y le conté el problema. Inmediatamente empezamos a orar. Oramos para verme como la hija perfecta de Dios, que no está sujeta a la enfermedad. Un pasaje de la Biblia con el que oré fue: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Prov. 3:5, 6). Sabía que Dios es perfecto y no puede estar enfermo. Y debido a que soy el reflejo de Dios, yo no podía estar enferma.
Más o menos una hora más tarde llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana. Le dije que estaba enferma, pero que realmente quería ir a la escuela esa tarde. Me preguntó cuanto era dos por dos. “Cuatro”, le respondí. “Correcto, pero ¿qué ocurriría si respondieras cinco?” Le dije que sería incorrecto. Ella dijo: “Exacto; es lo mismo que no te estás sintiendo bien, es sólo un error, tan sólo una creencia. Y puedes probar eso”. Hablamos un poco más acerca del hecho de que es bueno estar en la escuela, entonces era justo que yo estuviera allí.
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