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La juventud en los años 90

De las motocicletas a la metafísica

Del número de septiembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Conoci La Ciencia Cristiana cuando era adolescente y estaba de vacaciones en una isla lejana. Mis anfitriones tenían cuatro preciosas hijas, y una de ellas me preguntó si quería sentarme bajo unos árboles en la playa y escuchar mientras la familia leía la Lección-Sermón semanal sobre “Verdad”, de la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy. No tenía idea de qué comprendía esto, pero ¡no iba a rechazar la invitación!

Pocos meses después, empecé a trabajar como ingeniero aprendiz. En ese entonces compré una motocicleta usada y comencé a asistir a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Era un estudiante entusiasta. A esa altura no había intentado usar lo que estaba aprendiendo, pero estaba realmente entusiasmado por todo eso.

Mi motocicleta necesitaba ser reparada, así que obtuve permiso de mi jefe para trabajar en ella en el taller de la empresa después del horario de trabajo. Dediqué muchas horas revisándola los fines de semana y de noche. Era un trabajo muy apasionante. Ya antes había tenido varias máquinas viejas e ineficientes. Pero esta moto era mucho más moderna y potente. Mientras trabajaba hasta muy tarde en la noche, me alentaba la expectativa de conducirla y mostrársela a mis amigos.

Pretendía terminar el trabajo de mi moto antes de mis vacaciones, y para lograr eso, debía trabajar algunas noches hasta las tres de la mañana, luego empujar la moto tres kilómetros hasta mi casa, dormir hasta las 6:30 de la mañana, estudiar parte de la Lección-Sermón del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y después ir a trabajar a las 7:45.

La última etapa llegó un viernes por la noche. Mis vacaciones comenzaban el sábado. Eran cerca de las 2:30 de la madrugada, y todo lo que tenía que hacer era ensamblar la tapa de la caja de velocidades y dar un toque de pintura en una parte que yo había rayado sin darme cuenta. Estaba muy cansado, pero muy entusiasmado con la culminación de semanas de esfuerzo dedicado.

Cuando fui a colocar la tapa de la caja de velocidades, descubrí, con gran consternación, que faltaba el cojinete de empuje. Desesperado, busqué por todos lados, dando vuelta todas las cosas para encontrarlo, pero fue inútil. Había desaparecido.

No había nada que yo pudiera hacer. No tenía idea de sus dimensiones y no podía fabricar uno, pues era muy complejo. Conseguir antes de mis vacaciones una pieza de repuesto de un distribuidor a 500 kilómetros era imposible.

Bueno, ¿qué hice entonces? Me senté en el piso y lloré. Las lágrimas caían por mi rostro, lágrimas de decepción, enojo, frustración y, supongo, de cansancio.

Después de un momento, creo que fueron unos diez minutos, pensé de repente: “Esa Ciencia Cristiana que estás aprendiendo enseña que la oración puede superar cualquier problema. Entonces, ¿por qué no intentas usar alguna de las cosas que has aprendido para superar tu desdicha ahora?”

Eso era un desafío, ya que hasta ese momento me había alegrado sólo por lo que estaba aprendiendo. Era bueno esperar que lo que estaba escuchando era verdad. Era bueno tener fe y confianza de que era verdad. También era bueno sentir el amor, la confianza y la fe de todos los estudiantes de la Ciencia Cristiana que yo había conocido. Sin embargo, nunca antes me había enfrentado con el hecho de tener que probarla por mí mismo. ¡Era el momento de la verdad para mí!

Sintiéndome solo y miserable, sentado en el piso de cemento, comencé a pensar, a mi manera simple, en las historias de la Biblia. Al menos, no estaba sentado en el foso de los leones orando para que no me comieran.

Mi pensamiento confundido entonces consideró algo como esto: En el Evangelio según Juan había leído: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Juan 1:3. Dije en voz alta: “Bueno, Dios, si Tú hiciste todas las cosas, entonces eso me incluye a mí, mi motocicleta y ¡también el cojinete de empuje! Y más aún, cuando Tú estabas haciendo el universo y pusiste a la luna en su lugar, ¡apuesto a que no la colocaste fuera de lugar!”

De hecho, me reí cuando pensé en Dios buscando una luna perdida que El había planeado poner al lado de la Tierra. Me di cuenta de que si en verdad yo era la imagen y semejanza de Dios, y si Dios no pudo perder la luna cuando la necesitó, entonces yo no podía perder ni cojinete de empuje cuando lo necesitaba. Por supuesto que en la Ciencia Cristiana aprendemos que Dios es Espíritu infinito y que la materia nunca es parte de Su creación. Sin embargo, mi simple reconocimiento de que Dios cuida completamente de todo lo que es bueno, fue como una luz para mí. Me levanté del piso. No me sentí más miserable, sino preparado para irme, humildemente, sin mi moto, de vacaciones. Estaba satisfecho con mis pensamientos acerca de un Dios inteligente que mantenía todo bajo control.

Ya eran las tres de la madrugada, pero aun así decidí pintar la pequeña rayadura. Así lo hice, y luego fui a lavarme las manos antes de volver a casa empujando la moto. Cuando pasé por la puerta del taller principal al ir al baño, escuché un ruido tremendo del lado de afuera de la puerta. Alguien la estaba golpeando con fuerza.

La abrí y me encontré al capataz de la empresa, quien al verme dijo: “Dick, por el amor de Dios, vete a tu casa. Has trabajado hasta tan tarde y no vas a estar en condiciones para irte de vacaciones”. Sabiendo que yo había estado trabajando en mi moto, enseguida me preguntó: “¿Cómo marcha la reparación de tu moto? Deberías haberla terminado”.

“Bueno”, contesté, “no la pude terminar porque perdí un. . .” Antes que pudiese decir lo que era, me interrumpió diciendo: “¿Acaso no fue un cojinete de empuje? Porque si es así, lo recogí fuera de la puerta del taller hace dos días, y está en el bolsillo de mi mono en casa”.

¿Se pueden imaginar mis pensamientos en ese momento? Realmente, me sentí con ganas de saltar a seis metros de altura, gritando mil aleluyas dentro de mí, asombrado interiormente por lo que había ocurrido. Pero hubo más por parte de este “visitante angelical” cuando el capataz dijo: “No sé por qué volví al taller esta noche. Fui a una fiesta en las afueras, y debí haber tomado un camino equivocado porque el venir por aquí me hizo el viaje unos doce kilómetros más largo que la ruta directa. Vamos, Dick, te llevo a mi casa, recogemos la pieza y te traigo de vuelta”.

Bueno, esto no fue la zarza de fuego ardiendo, ni me cegué, pero fue como si lo hubiera sido. La forma en que la realidad de la Verdad se me reveló en este despertar espiritual fue tan real y categórica, que se volvió “la roca” sobre la cual construí mi vida.

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