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El Poder reformador de las Escrituras

Esta serie ilustrada que se publica en el Heraldo trata sobre la dramática historia de cómo se desarrollaron las Escrituras en el mundo a lo largo de miles de años. Se concentra en los grandes reformadores que escribieron y tradujeron la Biblia. Muchos dieron su vida para hacer que la Biblia y su influencia reformadora estuviera al alcance de todos los hombres y mujeres.

Jerónimo presenta la Biblia hebrea al mundo occidental

Primera parte

Del número de septiembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Jerónimo, el gran erudito y traductor de la Biblia, fue uno de los patriarcas de la iglesia primitiva y el hombre más ilustrado de su época. También fue un hombre lleno de contradicciones: generoso y afectuoso con sus amigos, pero despiadado con sus enemigos; apasionado con las causas que defendía, pero tan entregado a una vida ascética que no se permitió ceder a las pasiones. Pero el motivo que impulsó la obra de su vida fue su determinación de extraer la verdad de la Biblia y preservarla para todas las épocas.

LOS PRIMEROS AÑOS DE LA VIDA DE JERONIMO

Nació alrededor del año 347 d.C. en la ciudad de Estridón, sobre la costa noreste de lo que es ahora Italia. Jerónimo provenía de una familia pudiente. Cuando tenía doce años, sus padres lo enviaron a Roma, donde estudió latín y griego, así como retórica, gramática y artes liberales con el famoso gramático Donato. Fue en esa época que se desarrolló su afición por los clásicos del latín, en especial las obras en prosa y poesía de Virgilio, Cicerón y Séneca. Pero en Roma también aprendió a amar con mayor profundidad la fe cristiana en la cual se había criado y a sentir más profundamente su deber para con Dios. A la edad de diecinueve años fue bautizado en la fe cristiana.

Durante los siguientes veinte años, Jerónimo viajó muchísimo. De Roma se trasladó a lo que entonces era Tréveris, en Francia, donde se familiarizó con el ascetismo y el monacato que por ese entonces estaban muy en boga. Luego regresó a su hogar en Estridón y se unió a un grupo de intelectuales en las cercanías de Aquiles, quienes llevaban un estilo de vida ascética de ayuno y penitencia.

Después de esta experiencia, Jerónimo emprendió un largo viaje a través de Tracia, Ponto, Bitinia, Galacia y otras zonas de lo que hoy es Turquía, llegando al fin — exhausto y muy enfermo — a Antioquía. Durante su enfermedad, soñó que era llamado a comparecer ante el tribunal de Cristo. Cuando Jerónimo le dijo que él era cristiano, Cristo le respondió: “Mientes. Tú eres un ciceroniano”. Esta revelación conmovió de tal manera a Jerónimo que juró que nunca volvería a estudiar la literatura clásica “pagana” escrita en latín. A partir de ese momento, se consagró por entero a su misión bíblica, armado de su extraordinario conocimiento del latín, griego y hebreo.

LOS AÑOS EN EL DESIERTO

El sueño de Jerónimo y su encuentro con un monje del desierto llamado Malco, lo impulsó a retirarse por varios años al árido desierto de Cálcide, en Siria, para vivir una vida ascética de lo más estricta. Durante este período, sufrió terriblemente debido a la soledad y a las condiciones tan rigurosas en que vivía: su vivienda era una cueva, dormía en el suelo y su vestimenta estaba hecha de la más tosca arpillera.

Al escribirle a un amigo, años después, Jerónimo describió su penosa experiencia de esta forma: “En la parte más remota de un desierto salvaje y pétreo, quemado por los rayos de un sol ardiente que atemorizaba aún a los monjes que habitaban allí.. . dominaba la carne ayunando durante semanas enteras”. En ese lugar Jerónimo también encontró la oportunidad de perfeccionar sus conocimientos de hebreo, gracias a un judío converso. Este estudio fue un acto de amor, dado que en aquella época prácticamente no había entre los cristianos que hablaban latín, alguno que supiera también hebreo, y no se podían obtener libros de gramática hebrea, ni guías para su estudio.

Los años que Jerónimo pasó en el desierto concluyeron de manera poco feliz, al ser protagonista de una disputa en las cercanías de Antioquía, donde fue acusado de herejía. Sin embargo, él nunca olvidó la piedad y la espiritualidad de los monjes que había conocido en el desierto, y años más tarde escribió varios tomos describiendo sus vidas y sus buenas obras. En uno de ellos él escribe: “Allí conocí muchos patriarcas que llevaban vida de ángeles y modelaban su vida a semejanza de la del Redentor”, sanando al enfermo y haciendo milagros.

Después de permanecer en el desierto, Jerónimo regresó a Antioquía, donde el obispo Paulino lo ordenó como sacerdote en el año 378 d.C. Jerónimo aceptó este ministerio sólo con la condición de que no tendría que asumir la responsabilidad de oficiar como sacerdote en una iglesia parroquial. De esta forma él podría continuar su obra como monje y como erudito de la Biblia. Jerónimo asistió a las disertaciones sobre las Escrituras que ofreció Apolinario, obispo de las cercanías de Laodicea. Estas conferencias fueron dadas en griego, una lengua que Jerónimo continuó estudiando durante su permanencia en Antioquía.

En busca de un mayor conocimiento de la Biblia, Jerónimo viajó a Constantinopla, donde el obispo Gregorio de Nacianzo supervisó sus estudios por varios años. Bajo la influencia de Gregorio, Jerónimo tradujo del griego al latín, catorce homilías bíblicas (sermones cortos que trataban algún pasaje de la Biblia) del gran erudito del siglo tercero Orígenes, así como las Crónicas de Eusebio.

EL REGRESO A ROMA

En el año 382, Gregorio se retiró y Jerónimo regresó a Roma. El Papa Dámaso, reconociendo los talentos de Jerónimo como erudito y lingüista, lo nombró su secretario. A pedido de Dámaso, escribió varias críticas sobre la Biblia y tradujo dos sermones de Orígenes sobre el Cantar de los Cantares de Salomón. Entonces, urgido por Dámaso, Jerónimo comenzó la revisión de la versión en latín antiguo de los Evangelios, basándose en los mejores manuscritos en griego que había. También puso al día los Salmos que estaban en latín antiguo, corrigiendo su texto de acuerdo con la Septuaginta griega.

Esta obra estableció la dirección definitiva que iba a tener la carrera de Jerónimo como erudito y traductor de la Biblia. Fue en esa época que finalmente comprendió la enorme necesidad que había de tener una versión más precisa de la Biblia en latín, que reemplazara las numerosas y poco confiables versiones que circulaban en esos momentos. Esos textos informales en latín no solo no tenían dignidad y eran a veces inexactos, sino que estaban basados en la Septuaginta y en otros textos que Jerónimo consideraba de calidad inferior. El estaba convencido de que únicamente el volver a los antiguos manuscritos en griego y hebreo podrían asegurar que la nueva versión en latín reflejara la verdadera Palabra de Dios.

Además de su labor como traductor de la Biblia, Jerónimo predicaba el ascetismo a un grupo de fieles seguidoras, formado por viudas y vírgenes romanas, ricas y aristocráticas. Este círculo selecto dedicado al ascetismo y a pensamientos de santidad, se sintió ofendido por lo que consideraron como el exceso de algunos monjes y clérigos romanos y los denunciaron públicamente por su negligencia moral.

No es de extrañar que Jerónimo se hiciera de numerosos enemigos, entre los cristianos romanos, quienes se sintieron resentidos por sus acusaciones, así como por su rechazo de la Septuaginta y de la Biblia antigua en latín. Luego de la muerte de Dámaso, el protector de Jerónimo, en el año 384, no hubo nadie que lo protegiera a él y a sus seguidores de la furia del pueblo. De modo que en el año 385, él y Paula, su discípula más fiel — junto con un grupo que incluía a varias mujeres — emprendieron una peregrinación a la Tierra Santa.

Mary Trammell, nuestra Redactora Adjunta, es especialista en estudios bíblicos, y William Dawley, nuestro Redactor de Secciones Especiales, es un periodista con mucha experiencia.

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