A Mis Amigos de la infancia y a mí nos encantaba ir de paseo y trepar por las colinas de los alrededores lo más a menudo posible. Recuerdo con qué brío escalábamos las rocas irregulares. Sin embargo, durante uno de nuestros viajes sentí que mi confianza fue sacudida.
Después de haber trepado valientemente hasta la cima de una gran roca, me acomodé para saltar sobre otra roca. Como el espacio entre las dos era angosto, tal vez medio metro, me pareció bastante sencillo. Pero lo que yo no había previsto era que iba a caer sobre un sector pequeño del terreno con pedregullo que inmediatamente cedió ante mi peso. Como no había ningún borde aspero de donde poder aferrarme, comencé a deslizarme por el costado de la roca, y por un momento creí que esto era el fin para mí. De pronto, para gran sorpresa mía, mis pies tocaron suelo firme. Aunque en un primer momento yo no me había dado cuenta, las dos rocas estaban unidas a tan solo un metro más abajo de donde yo había saltado.
Es difícil describir la mezcla de sorpresa y gran alivio que sentí cuando comprendí que después de todo ya no estaba en peligro. Recuerdo este incidente con algo de asombro al comprobar con qué rapidez y profundidad nos afecta nuestra percepción (o percepción equivocada) de las cosas. Esa experiencia en la roca fue muy alarmante hasta que me di cuenta de que estaba en tierra firme.
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