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Siempre Me Sentire agradecida...

Del número de septiembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Siempre Me Sentire agradecida por la bendición de haber sido criada en un hogar feliz donde vivíamos y amábamos a diario la Ciencia Cristiana. La Ciencia Cristiana es todo para mí, y presento este testimonio para que sirva de aliento a otros, con una profunda gratitud por la inspiración que encuentro en cada testimonio que se comparte en las publicaciones periódicas.

Cuando era niña, era tímida y sentía terror cuando en la escuela me llamaban al frente. Por medio de la oración llegué a vencer ese temor en gran medida. Pero en mi juventud, si bien tuve muchas curaciones, el temor aún me impedía dar testimonios en las reuniones vespertinas de los miércoles. Había demostrado que era capaz de dar testimonios en la Organización de la Ciencia Cristiana de mi universidad, y allí había sido lectora; pero ese pequeño grupo de amigos parecía ser menos numeroso que la congregación en un amplio auditorio de iglesia. Oraba a menudo para sentir la misma confianza que Moisés sintió cuando Dios lo reprendió por dudar de su propia capacidad, y cuando le aseguró: “Yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar” (Ex. 4:12).

Finalmente, un miércoles por la tarde, una gratitud desbordante me impulsó a levantarme y dar un testimonio muy corto. Desilusionada con lo que consideré que era una pobre presentación, aunque sincera, pensé que jamás podría hacerlo nuevamente. Me invadió una autocondenación que amenazó con empequeñecer la importancia de ese paso de progreso. Sin embargo, el Amor divino encuentra la manera de tocar nuestro corazón para satisfacer la necesidad del momento. Después del servicio religioso, un ex maestro de la Escuela Dominical se acercó y con aprecio genuino me dijo: "Gracias por ese hermoso testimonio". La autocondenación desapareció, y de allí en adelante aumentaron mis deseos y mi habilidad para dar testimonios.

Desde entonces he compartido muchos testimonios de curación, tanto en iglesias grandes como pequeñas. La oportunidad de servir como Segunda Lectora por un período de tres años en mi iglesia filial me trajo mucha alegría y crecimiento espiritual. La guía y dirección de Dios fueron muy evidentes al ayudarme a expresar la confianza y el aplomo que requería ese cargo. De allí en adelante he tenido la calma que brinda la seguridad de que estoy sostenida por Dios al hablar frente a grupos en una variedad de circunstancias, incluso al conducir las reuniones semanales de una importante organización comercial. Esto para mí ha sido evidencia del poder de Dios como Alma.

La felicidad de estar casada con un dedicado Científico Cristiano, y la oportunidad de haber criado a nuestros hijos apoyándonos por completo en la curación espiritual, son bendiciones invalorables. Nuestras necesidades han sido satisfechas con abundancia, y estamos agradecidos por numerosas curaciones físicas, una maravillosa protección cuando hemos tenido que viajar, y muchas oportunidades de empleos gratificantes.

Hace muchos años, nuestra pequeña hijita se cayó del mostrador de una tienda de comestibles al momento de pagar. El cajero estaba muy preocupado porque la niña se había golpeado la cabeza y lloraba mucho. Al levantarla, la consolé hablándole calmadamente sobre el amor y cuidado omnipresentes de Dios. Me negué a aceptar que un accidente tuviera poder alguno para interferir con la actividad o la alegría de una hija de Dios, como era nuestra hija. Llevé los comestibles y a la niña que lloraba al auto tan pronto como pude e inicié el corto trayecto a casa. Mientras conducía iba cantando en voz alta varios himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana, entre ellos “Oración vespertina de la madre” (Himno N.° 207) y “Apacienta mis ovejas” (Himno N.° 304), con letra de Mary Baker Eddy. Aunque la niña tenía menos de un año, conocía estos himnos y la reconfortaban. Cuando llegamos a casa, la niña había recobrado su alegría normal y yo me sentía muy agradecida por haber tenido otra evidencia del cuidado de Dios. No hubo ninguna lesión ni efectos posteriores a la caída.

El entender a Dios como el Padre-Madre de todos y confiar el bienestar de cada uno a Su cuidado amoroso, me ha liberado de todo sentido opresivo de responsabilidad por nuestros hijos, y ha sido la base de una relación armoniosa en constante desarrollo. Siempre ha sido normal para nosotros confiar nuestros hijos al cuidado de Dios y escuchar Su dirección al tratar con problemas o decisiones que teníamos que tomar. Encontramos que, cuando hacíamos un esfuerzo sincero para dejar que el amor glorioso de Dios brillara por medio de nuestra actitud y acciones, había un respeto mutuo entre padres e hijos. Ser padres no transcurrió sin desafíos, pero a medida que reconocíamos en oración la omnipresencia de Dios y esperábamos ver en nuestra vida la evidencia de Su bondad, se presentaban las soluciones a cada problema. Nuestros dos hijos terminaron sus estudios con muy pocos períodos de enfermedad, y los problemas físicos que se presentaron sanaron por completo al apoyarnos por medio de la oración en el poder sanador del Cristo, como Jesús lo vivió y luego nos fue enseñado en la Ciencia Cristiana. Estamos agradecidos por curaciones de varicela, pies torcidos hacia adentro, fiebre del heno, problemas de la piel, resfríos, parálisis, dolores de oído, paperas, quemaduras, lesiones faciales por mordeduras de perro, y muchas otras.

Todas las mañanas, desde que los niños eran pequeños, mi marido y yo pasamos por lo menos diez o quince minutos con ellos en oración. A veces leíamos un relato bíblico o parte de la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Otras veces leíamos una historia del Christian Science Sentinel escrita especialmente para niños. Siempre terminábamos con una oración para el día que empezaba. Estos momentos de quietud en casa, junto con la asistencia regular a la Escuela Dominical, ayudó a proporcionar a los niños una base firme a medida que crecían.

Nuestros hijos no pasaron por esa época de rebelión comúnmente asociada con la adolescencia. Si bien apoyamos la participación de nuestros hijos en una gran variedad de deportes y otras actividades, mantuvimos una unión familiar muy especial y disfrutamos genuinamente de estar todos juntos. Aunque no siempre estábamos de acuerdo en todo, confiamos en el gobierno inteligente y armonioso del Amor divino en nuestras relaciones para resolver nuestras diferencias y fortalecer nuestra comprensión y amor entre todos.

Algunos de mis tesoros más grandes son el ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial, el haber tomado instrucción en clase de la Ciencia Cristiana, y los familiares y amigos dedicados a expresar al Cristo en la vida diaria.


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