La Ciencia Cristiana ha sido mi único médico, sanador, cirujano y protector por muchos años. Incluyo cirujano porque una vez fui sanado de un tumor en la cadera solo por medio de la oración. No sentía miedo de esa condición porque sabía que Dios no la había creado; por tanto el tumor no tenía ni realidad espiritual ni ley divina en que apoyarse. En mis oraciones para entender mejor mi verdadera identidad espiritual como hijo de Dios, declaré que un tumor material no estaba arraigado ni sustentado en la Vida divina y, por tanto, no podía crecer. Dos días más tarde no quedaba vestigio del problema, ni siquiera cicatriz.
Fueron muchos y hermosos los años en que fui bendecido con la alegra compañía de mi esposa. Cuando falleció hace algunos años, sané de sentimientos de pérdida y congoja por el entendimiento que me dio la Ciencia Cristiana de que la Vida es eterna. ¡Todavía siento su amor y apoyo, y sé que ella siente los míos!
Sin embargo, algunos meses después de su fallecimiento enfermé y me encontré en un sanatorio de la Ciencia Cristiana, sin estar seguro de cómo llegué allí. (Un amigo me había encontrado semidesvanecido en mi hogar y me había llevado a este establecimiento, donde podía recibir el cuidado apropiado.) Mi hija había sido notificada; ella y una amistad de la familia habían venido en avión para estar conmigo. Su firme entendimiento de la metafísica cristiana me ayudó a orar, y obtuve así la fortaleza y consciencia espirituales necesarias para poder tomar un avión e ir a la casa de mi hija. Hice un rápido progreso de la silla de ruedas a un andador, y de éste a un bastón. A través de la ayuda mediante la oración de un practicista de la Ciencia Cristiana, recuperé completamente mi salud y vigor en pocas semanas, y ¡hasta pude jugar al golf! Un familiar me comentó más tarde que había presenciado un milagro. Aunque vivir solo en casa me ha traído desafíos, he sentido el cuidado reconfortante de Dios. Cada uno de nosotros tiene un propósito espiritual que cumplir, y con gran gozo me he involucrado más en las actividades de mi iglesia.
Hace algunos meses me apareció un sarpullido. Oré para estar consciente de los hechos espirituales sobre mí que ya había aprendido, y de la armonía que tal entendimiento debe traer a mi vida. Muchas veces cuando me invadía el desaliento, recurría a practicistas de la Ciencia Cristiana para que me ayudaran a orar con más eficacia. Cuando se iluminaba más mi pensamiento, entonces oraba por mí mismo.
Un día fue obvio para mí que todo lo que se necesitaba para esta curación era un entendimiento espiritual más claro, y que nadie podría obtenerlo por mí. Por un tiempo entonces apagué el televisor, dejé de ir al cine, y estudié la Ciencia Cristiana exclusivamente. Este estudio trajo una curación completa del sarpullido, y ahora veo más armonía en todos los aspectos de mi vida. Diariamente declaro que Dios es mi Mente, y que el Espíritu divino es mi sustancia.
En la primavera de 1992 me uní a un grupo de amistades para hacer una excursión a Africa del Sur. Una de las actividades planeadas era visitar una mina de oro para observar sus operaciones. Tenía muchas ganas de bajar a la mina, pero me sorprendió sentir claustrofobia, ya que había servido a bordo de submarinos por cuatro años y estaba acostumbrado a ese tipo de ambiente. El polvo en el aire también molestaba mi respiración. Entonces vi que otro miembro del grupo también tenía dificultad. Fui a ayudar a mi amiga, y me olvidé de mi propio malestar. Recordé una frase escrita por la Sra. Eddy: “La Ciencia Cristiana no es ningún despreciable acto de prestidigitación ideal por el cual nosotros, pobres mortales, esperamos vivir y morir, sino un hálito fresco que, desde lo profundo, viene de Dios, por quien y en quien el hombre vive, se mueve y tiene su ser imperecedero” ( The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 195). Me liberé inmediatamente de la sensación de claustrofobia y pude otra vez respirar normalmente. Para cuando regresamos a la superficie, el otro miembro de la excursión estaba teniendo rápido progreso físico, y pronto estuvo completamente sana. Su situación había parecido tan alarmante que el guía de la excursión minera había llamado a una ambulancia, que nunca fue necesaria.
Durante un safari en un Land Rover, fuimos enfrentados por un elefante macho cuyo territorio habíamos invadido por error. Aunque yo estaba sentado en el asiento delantero del vehículo, tuve un gran sentido de paz y calma. Oré para saber que Dios gobernaba y controlaba toda Su creación, así que no había razón para tener temor. Cuando el animal se volvió para atacarnos, nuestro chofer (un avezado cazador de elefantes) enfiló el vehículo derecho hacia él, acelerando el motor. El elefante macho entonces desistió y se alejó al trote. El chofer dijo al grupo: “¡Nunca den la espalda a un elefante; enfréntenlo, y él se alejará!” Esto me hizo comprender que de la misma manera, toda vez que nos sentimos amenazados por el miedo, podemos sobreponernos a éste solamente avanzando y encarando la situación con la oración, nunca retrocediendo.
También en ese viaje, sané en un día de los síntomas de un fuerte resfrío, al reconocer que mi salud no estaba a merced de las tal llamadas leyes de la materia, sino que la ley de Dios de la armonía mantiene la salud. Estoy contento de que la Vida es eterna, porque me tomará por siempre expresar toda la gratitud que tengo por el descubrimiento de la Ciencia Cristiana que hizo la Sra. Eddy.
Ballwin, Misuri, E.U.A.