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Nada menos que el hijo de Dios

Del número de septiembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un Dia Tuve que hacer un viaje en un tren subterráneo de Londres y subí a un vagón que no era el más apropiado, pues en ese vagón había un vagabundo que estaba borracho y vociferaba con un lenguaje que se volvía cada vez más ofensivo y errático.

Yo no era el único que pensaba que era desagradable estar en ese vagón. En cada parada, muchos de los pasajeros se bajaban para cambiar de vagón. La tentación de hacer lo mismo era muy grande. Pero antes de subir al tren, yo había estado orando. Había logrado reconocer, en cierta medida, la bondad que forma parte del hombre, como hijo de Dios. Y a la luz de este entendimiento, no parecía lógico adoptar una actitud evasiva.

Sin embargo, lo que me sentía impulsado a hacer, parecía, en muchos aspectos, mucho menos lógico todavía. El pensamiento que me venía era que debía revertir mi concepto de las actitudes y el comportamiento que en forma tan evidente veía expresados a mi alrededor y, deliberadamente, sentarme junto al hombre y hablar con él. Eso no significa que esta actitud siempre debe ser la norma fija ante un caso así. Las intuiciones espirituales nos apartan de los problemas cuando existe algún peligro. Y en esta ocasión, yo estaba seguro de que era precisamente una de esas intuiciones que vienen de Dios la que me impulsaba a hacer exactamente lo contrario a lo que personalmente me sentía inclinado, guiándome en cambio a obedecer el espíritu de las enseñanzas impartidas por Cristo Jesús acerca de amar a nuestro prójimo.

Me dejé llevar por esa intuición y hablé con el hombre. Muy pronto se tranquilizó y a partir de ese momento, nadie se fue del vagón. El hombre aún continuaba hablando en voz demasiado alta y con un lenguaje desagradable, pero el comportamiento abusivo rápidamente desapareció y su embriaguez se hizo menos evidente. La amenaza de violencia se había desvanecido inmediatamente.

Durante nuestra conversación, no hablamos de religión; fue simplemente una charla de temas generales. Pero antes de bajar del tren, muy pensativo me preguntó: “¿A qué Dios le rinde culto usted?” Le respondí que yo le rendía culto al Dios universal, de acuerdo con las enseñanzas de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Lo que quise decir fue que yo rendía culto al único Dios, al Dios que explica la Ciencia Cristiana con ayuda de términos que son sinónimos de El: Amor, Vida, Verdad, Espíritu, Alma, Mente, Principio divinos.

El problema de los vagabundos es un desafío que tienen que enfrentar muchas ciudades en todo el mundo, al igual que muchas áreas rurales. Algunas personas brindan generosamente tiempo y energías en obras de caridad que satisfacen las necesidades inmediatas de la gente que atraviesa por esas circunstancias. La oración también es una ayuda muy importante. Le permite a la gente elevar su pensamiento hasta llegar a discernir la individualidad espiritual del hombre: indestructible, imposible de reprimir o restringir por ninguna condición humana, pues es, de hecho, intacta. A través de la oración, la mente humana despierta y se vuelve más dispuesta a reconocer la identidad del hombre, completa y semejante a Dios, que está presente en el mismo lugar donde un cuadro de abandono físico y mental parece estar presente para mesmerizar el pensamiento.

La Biblia relata la manera en que Cristo Jesús sanó un caso extremo de abandono físico y mental a través de su percepción espiritual tan perfecta acerca del hombre. Cuando Jesús y sus discípulos llegaron al país de los gadarenos se encontraron frente a un hombre que era considerado en la región como una persona hostil y de carácter brusco. De acuerdo con el Evangelio según Marcos: “Muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, mas las cadenas habían sido hechas pedazos por él, y desmenuzados los grillos; y nadie le podía dominar. Y siempre, de día y de noche, andaba dando voces en los montes y en los sepulcros, e hiriéndose con piedras”.

La oración de Jesús expulsó los demonios — las creencias del mal acerca de ese hombre — que lo estaban haciendo sufrir. El relato concluye diciendo que encontraron al hombre “sentado, vestido y en su juicio cabal”. Véase Marcos 5:1–20.

Mary Baker Eddy describe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, la clase de oración a través de la cual se logran esos resultados. Ella dice: “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él donde el hombre mortal y pecador aparece a los mortales. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esa manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos”.Ciencia y Salud, págs. 476–477.

Refiriéndose también a la oración, la Sra. Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, nos dice lo siguiente en su libro No y Sí: “La oración verdadera, no es pedir a Dios que nos dé amor; es aprender a amar y a incluir a todo el género humano en un solo afecto. Orar significa utilizar el amor con el que Dios nos ama”.No y sí, pág. 39. Para mí, esta percepción de la oración que espera de nosotros que incluyamos “a todo el género humano en un solo afecto”, puede presentarnos dos clases de exigencias, en relación con los encuentros que podemos tener con vagabundos. La primera exigencia sería tener presente que no podemos ser parciales en el afecto que sentimos silenciosamente por los demás, o sea, no condicionarlo a su nivel social o al estado físico de la persona. Si en nuestra oración mantenemos una percepción llena de amor para con cada una de estas personas — a quienes Dios mismo ve como Su amado linaje espiritual — estaremos contribuyendo a que se produzca una fermentación en el pensamiento general acerca de ellos.

En cuanto a la segunda exigencia, si tomamos en cuenta “el amor con que (Dios) nos ama”, debemos estar preparados para ponerlo en práctica cuando la oportunidad nos pone frente a esa posibilidad y actuar de la manera en que nos sentimos impulsados por la sabiduría divina.

Nuestra consideración fundamental debiera ser expresar la disposición del Cristo para ver a nuestro prójimo espiritualmente, identificarlo tal como Dios lo creó y lo conoce. Dios ve al hombre puro y perfecto siempre, cálido y con bienestar tanto interior como en todo lo que rodea a Su linaje. Dios ve a Sus amados hijos de una misma forma, no dos: la de nosotros y la de ellos. Cada uno de Sus hijos expresa la majestad, la justicia, la utilidad y la estabilidad de la naturaleza divina. Cada uno tiene asegurada una abundante provisión. Para Dios, que ve a Sus hijos espirituales y perfectos, no hay vagabundos; no existe un mortal enfermo, pecador o indigente. Sólo existe el hijo de Dios.

La verdad acerca del hombre es que el hombre es el reflejo espiritual de Dios. El es, realmente ¡nada menos que el hijo de Dios! El punto de vista material acerca del hombre, en contraste con el espiritual, siempre insiste en la mentira de que hay división. Pero Dios, el Espíritu, une a Su entera familia con un amor concreto y continuo. Sus hijos son el linaje del Amor mismo. Esa es la razón por la cual para nosotros es natural que nos amemos los unos a los otros a pesar de los diferentes estilos de vida. No obstante, eso no significa que en los estilos de vida donde predomina el desorden y el abandono no exista una necesidad de elevar ese nivel. Por supuesto que es necesario. Pero debemos estar en guardia para no permitir que los juicios superficiales de otros nublen nuestro punto de vista respecto a alguna oportunidad que Dios nos pone delante para reconocer la evidencia de la espiritualidad que es inherente a una persona y entonces prestarle ayuda verdadera, a fin de que esa persona encuentre el camino para superar las circunstancias aflictivas.

La oración que identifica espiritualmente a todos los que están incluidos en nuestra comunidad local y en todas las comunidades del mundo, activa el pensamiento de una manera constructiva. Las comunidades comienzan a buscar la manera de tender puentes entre la aparente división entre los vagabundos y los miembros más estables de la comunidad. Tanto las personas individualmente como los grupos encuentran nuevas oportunidades para mostrar sus deseos de colaborar en forma concreta.

Algunas semanas después del incidente que relaté al comienzo, yo estaba atendiendo la sección de ventas de una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana. Entró un hombre todo desgreñado, trayendo en una mano una lata de cerveza y en la otra, un cigarrillo encendido. En un primer momento sólo vi su apariencia, mientras que con aprensión trataba de pensar cómo iba a encarar la situación. Pero de pronto me di cuenta de que ese hombre era el mismo que viajaba en el tren subterráneo y que se había tranquilizado cuando entablé conversación con él. Con un sentimiento genuino de afectuosa sorpresa lo saludé, llamándolo por su nombre (él me lo había dado durante nuestra charla anterior). Pienso que la sorpresa de él ¡fue aún mayor que la mía! Pude darle la bienvenida a la Sala de Lectura con todo afecto. Si bien no aceptó quedarse ese día, se llevó un ejemplar del Christian Science Sentinel, cuya tapa anunciaba como tema central, el alcoholismo.

Los hijos de Dios son completos y están bendecidos. El reconocimiento de esta realidad por parte de Jesús era tan claro que trajo curación a multitudes en circunstancias por demás desdichadas. Para ayudar a borrar las imágenes de desesperación que nos rodean hoy en día, debemos progresar en nuestro entendimiento acerca del punto de vista que el Salvador tenía del hombre. Entonces estaremos en condiciones de apoyar el derecho de nuestro prójimo de estar en “su juicio cabal”. La oración puede cambiar favorablemente lo que nuestro prójimo puede sentir respecto a sí mismo y de la función que cumple en la vida. Y ese cambio de pensamiento caracteriza la curación definitiva de la vagancia, por medio del Cristo.

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