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Mateo y sus amigos

Del número de septiembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mateo estaba feliz en su jardín de infantes; había muchas cosas que hacer. Le encantaba hacer construcciones con bloques, embadurnarse las manos con la pintura que usaba para pintar con los dedos, moverse al ritmo de la música y alimentar a los gerbos. Pero lo que más le gustaba era la compañía de los otros niños y niñas. Nunca había estado con tantos niños. Cuando quería jugar les daba un empujón para hacerles notar que él estaba allí. Algunas veces los empujaba tan duro que los hacía caer, y entonces en lugar de jugar, se alejaban de él.

Su maestra de escuela era también su maestra de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, en donde él aprendía que el Amor es uno de los nombres de Dios que se usan en la Biblia. Puesto que, en verdad, cada quien es una imagen del Amor, o hijo de Dios, lo natural para nosotros es que nos amemos los unos a los otros. A Mateo le gustaba pensar en estas cosas.

Un día, en el patio de juegos, Mateo empujó a Pedrito, haciéndolo caer de la barra de equilibrio. Pedrito le gritó: “¡Déjame solo!” Y corrió a unirse a otros niños que estaban amontonando las hojas rojas y amarillas que habían caído de los árboles.

Mateo se sentó en la barra de equilibrio con una cara triste. Su maestra vino y se sentó junto a él. Le tomó una mano y le dijo que a Pedrito no le gustaba que lo empujaran.

Mateo respondió con tristeza: — El no quiere ser mi amigo.

Entonces la maestra le dijo: — Sabes Mateo, en el libro Ciencia y Salud Mary Baker Eddy nos dice que Cristo Jesús fue el “amigo del hombre”.Ciencia y Salud, pág. 49. Esto nos incluye a todos. ¿Cómo piensas que él le mostraba a la gente que era su amigo?

— El los sanaba y los veía como a los hijos perfectos de Dios, lo cual era ser muy amistoso.

— Y, — preguntó la maestra —, ¿les decía a los demás cómo podían ellos ser sus amigos?

Mateo se quedó pensando por un minuto, y luego recordó algo sobre lo que habían estado hablando en la Escuela Dominical: — Oh sí, Jesús dijo que ellos eran sus amigos cuando se amaban los unos a los otros.

—¡Exactamente! — exclamó la maestra —. ¿Amas a tu mamá? Mateo asintió con la cabeza —. ¿La empujas para mostrarle que deseas estar con ella?

—¡Nooo!, — rió Mateo —. Yo la abrazo y hago cosas para ella.

— Y eso, ¿la pone de mal humor?

— No, eso la pone contenta; se sonríe y me dice que soy una magnífica ayuda.

Cristo Jesús enseñó a sus seguidores no solamente a tratar a los demás como nosotros deseamos ser tratados, sino también a ser amables, honestos y mansos — expresar a Dios, el bien — en todo momento. Y esto nos hace sentir realmente muy felices.

La maestra le mostró a Mateo el montón de hojas en donde los otros niños estaban jugando, y le preguntó: ¿Cómo saltaría un amigo con otros niños en ese montón de hojas?

El respondió: — Turnándose y no siendo brusco.

— Esas son muy buenas ideas. Vete a saltar.

Mateo tomó su turno entre Gregorio y Pedrito, y se divirtieron muchísimo. Cuando el montón de hojas se desparramaba, Mateo los ayudaba a recogerlas para poder seguir saltando.

Al terminar el día, el pelo y el suéter de Mateo estaban cubiertos de hojas. Cuando la mamá vino para llevarlo a casa, se dio cuenta de que el niño había pasado un día muy divertido.

Al día siguiente cuando los niños salieron al patio, Pedrito y Gregorio corrieron directamente hacia la casa de juguete que estaba debajo de la enredadera. Enseguida Pedrito sacó la cabeza por la ventana y gritó: — Mateo, ¿quieres ir a la luna en nuestra nave espacial?

—¡Claro que sí!, — respondió Mateo —, y corrió hacia donde estaban los otros. En el momento de entrar, se detuvo en el umbral y se volvió a mirar a su maestra con una enorme sonrisa. Ella le sonrió también y le dijo “Adiós” con la mano.

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