“Dire Al Norte: Da acá; y al sur: No detengas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra” (Isaías 43:6). Estas palabras de la Biblia estuvieron hondamente grabadas en mi corazón durante largo tiempo, con persistente esperanza. Las palabras no son suficientes para manifestar cómo la mano de Dios me trajo a la Ciencia Cristiana.
Mis padres, que eran de diferentes denominaciones religiosas, siempre parecían estar en conflicto sobre sus creencias. En mi juventud, me encontraban sentada intermitentemente en las congregaciones de diferentes sectas en busca de comprensión. Esto me dejó perpleja, y algunas veces me sobrevenía un temor tan grande que me paralizaba temporalmente. Esto, con el tiempo, me afectó mental y físicamente. A través de todo esto, yo todavía estaba tratando de encontrar respuestas a mis preguntas, leyendo la Biblia, preguntando a los clérigos, orando en agonía y con lágrimas, y suplicando a Dios que me llevara con El.
Puesto que yo había estado al cuidado de un médico por años, él sabía de mi lucha con lo que entonces yo llamaba “el diablo”. Con la intención de complacerme, el médico una vez me preguntó si el diablo era realmente rojo, con una larga cola sosteniendo una horquilla. Mi temor era tan abrumador que él reconoció la gravedad de la situación. Le dije que había estado en todas y cada una de las iglesias de la ciudad y en muchas otras iglesias en otros lugares, pero que todavía no había encontrado respuestas a mis preguntas.
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