Hace Algunos Años, accedí a cuidar durante una mañana a la hija de una amiga. Poco tiempo después de haber aceptado, comencé a tener algunas dudas. Otros amigos no tardaron en contarme acerca de las experiencias desagradables que habían tenido y lo imposible que resultaba tratar de frenar la indisciplina de uno de los niños en especial. Se referían, precisamente, a la niña que yo había aceptado cuidar.
La mañana en cuestión llegó rápido. El timbre de la puerta sonó y al abrirla, allí estaba mi amiga con su hija. De pronto, me invadió un sentimiento de pesar; deseaba haber tenido el sentido común de negarme desde un principio. Ya tenía bastante con ocuparme de mis propios hijos. En la lista de cosas negativas que supuestamente habían hecho la niña, figuraban lesiones hechas a otros niños. De acuerdo con lo que yo había oído, ni siquiera los animales domésticos habían estado a salvo. En ese momento me hubiera gustado que me tragara la tierra.
Pero nadie ha podido resolver nunca un problema dejándose tragar por la tierra, excepto en un dibujo animado, y ¡esto no era un dibujo animado! La niña estaba en la puerta de entrada, y me di cuenta de que había llegado el momento de orar. Tan pronto comprendí que tenía que confiar en el poder de Dios, me vino un pensamiento. Esa mañana más temprano, yo había estado leyendo himnos de Himnario de la Ciencia Cristiana. Las palabras, mirar la realidad, invadieron mi pensamiento. Esas palabras figuran en la segunda estrofa del himno N.º 206:
Oh Padre-Madre Dios, Verdad,
sublime da Tu luz,
y en pureza y santidad
podré con mente de virtud
mirar la realidad.
¿Cuál era la realidad en esta situación? ¿Cuál era la verdad acerca de Dios y del hombre?
En el Glosario del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy describe a Dios de la siguiente manera: “El gran Yo soy; el que todo lo sabe, que todo lo ve, que es todo acción, todo sabiduría, todo amor, y que es eterno; Principio; Mente; Alma; Espíritu; Vida; Verdad; Amor; todo sustancia; inteligencia”.Ciencia y Salud, pág. 587. En otras partes de Ciencia y Salud ella habla de Dios como Padre-Madre. Afirmar que Dios es Padre-Madre es reconocer que somos Sus hijos. Un diccionario define la palabra hijo como “producto, resultado”. Si el hombre es el resultado de Dios, es natural que pueda expresar las cualidades de Dios. Fui percibiendo que yo no podía haber cometido una equivocación al acceder a un acto de bondad, porque al hacerlo estaba expresando la naturaleza de mi creador y mi propia naturaleza verdadera. También me di cuenta de que era imposible que esta niña — al ser linaje de Dios — fuese desobediente o provocara actos de indisciplina.
Con ese pensamiento, le di a la pequeña la bienvenida a nuestro hogar. Y fue realmente, muy agradable tenerla, compartiendo el día con nosotros. La oración me llevó del temor extremo al completo regocijo, que es lo normal para los hijos de Dios. Le dije a la niña que había una cosa que yo quería que supiera, ya que se encontraba en nuestra casa; y era que Dios era el amo de la casa y que Dios era todopoderoso, tan poderoso que El hizo todo el universo. Y que Dios vio que todo lo que El había hecho era muy bueno. De modo que en nuestra casa, solamente podían ocurrir cosas buenas. Luego le señalé la caja con los juguetes y la invité a jugar.
¡Pasamos una mañana espléndida! Los niños jugaron muy bien juntos; no se rompió nada y nadie se lastimó. Cuando la mamá volvió para buscar a la niña, casi no podía creer lo que estaba sucediendo. No había ninguna lista de fechorías ni tampoco había cuentas por daños. Simplemente no había habido ningún problema. Yo sé que ella no me creyó, pero la verdad fue que tuvimos una mañana realmente divertida. ¡Hasta me había olvidado de que se suponía que habría problemas! La verdad es que lo pasamos muy bien.
A la mañana siguiente, sonó el timbre de la puerta. Era mi amiga con sus dos hijos. Quería saber qué había hecho yo, por la forma en que la pequeña se había comportado durante todo el día anterior, y aun a lo largo de aquella mañana. Ella deseaba creer que se había producido un cambio en la niña y que el bien continuaría, pero no estaba segura de lo que había pasado o qué hacer al respecto. Su lista de cosas buenas que habían ocurrido era, por lo menos, tan larga, como la que me habían dado con los detalles negativos de la conducta de la niña.
Yo no orado para que la niña fuese mejor. En realidad, no había orado por la niña en forma específica, en ningún momento. Yo había orado por mi y por mi hogar para percibir que todos estábamos protegidos de toda discordancia. En razón de que yo veía mi hogar bajo la ley de toda lo que había en mi casa había sido bendecido. Aquella mañana, la oración específica se produjo en un abrir y cerrar de ojos y no fue complicada. Yo sólo trataba de conocer mejor a Dios y fui receptiva a Su revelación acerca de Sí Mismo.
Compartí con mi amiga algo de lo que yo sabía acerca de Dios y le expliqué la manera en que yo estaba aprendiendo más sobre El a través del estudio de la Biblia y del libro de texto de la Ciencia Cristiana. Después de esta experiencia, ella y niños nos visitaron con frecuencia hasta que nos mudamos de esa ciudad. Aunque nuestras familias perdieron todo contacto, yo nunca perdí contacto con el hecho de que Dios es el amo, el único poder verdadero en mi vida y en la de los demás.
Y la paz de Dios gobierne
en vuestros corazones,. . .
y sed agradecidos.
La palabra de Cristo more en abundancia
en vosotros, enseñándoos y exhortándoos
unos a otros en toda sabiduría,
cantando con gracia en vuestros
corazones al Señor con salmos
e himnos y cánticos espirituales.
Colosenses 3:15, 16