Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Durante Mis Años juveniles...

Del número de enero de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante Mis Años juveniles de vez en cuando sufría de ataques agudos de eczema. Los médicos no podían curarme; y, como era una mujer joven, sentía que mi apariencia física era un desastre.

En una ocasión en que el sufrimiento era intenso, le dije a mi papá que no podía volver más al colegio porque no quería enfrentarme con la gente. El se mostró muy comprensivo e hizo los arreglos para que me quedara con mis abuelos, los cuales eran Científicos Cristianos. Junto con mi abuela comencé a leer Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy por primera vez; estudiamos el capítulo “La oración” en particular. Por medio de este estudio perdí todo temor sobre el aspecto de mi rostro y, al término de una semana, el progreso fue tan grande que pude regresar al colegio.

Sin embargo, la curación completa tuvo lugar muchos años después. Una cita de 2 Corintios lo resume por mí: “Aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo” (2 Cor. 10:3–5). Yo necesitaba elevar mis propios pensamientos al entendimiento de Cristo, y “caminar en el Espíritu”, en el conocimiento de Dios.

Durante esos años tomé muchas decisiones equivocadas, impulsada por el temor, en vez de dejarme guiar por Dios. Abandoné la universidad y me casé joven.

No obstante, en aquel entonces comencé a manejar veinticinco millas de ida y de vuelta para asistir a la iglesia, y comencé a esforzarme por recurrir a Dios para solucionar mis problemas. Un momento crucial fue cuando nuestro hijo mayor tenía dos años. En ese tiempo él padecía a menudo de infecciones de oído y garganta. Yo llamaba a una practicista de la Ciencia Cristiana cuyas oraciones eran eficaces, pero como el problema físico aparecía nuevamente, mi esposo llamaba al médico. Cuando un primo, de edad cercana a la de mi hijo, falleció durante una simple tonsilectomía, mis temores aumentaron. Yo deseaba sinceramente hacer lo correcto para ayudar a nuestro hijo.

Una tarde, cuando el niño estaba nuevamente con fiebre muy alta, y se tocaba el oído mientras lloraba, me sentí impotente. Con toda humildad me volví a Dios en oración y estos fueron mis pensamientos: “Querido Padre, ¡he sentido Tu presencia tantas veces!; deseo saber con certeza que Tú realmente cuidas de Tus hijos en todos los aspectos, pero parece que no sé cómo hacerlo. Deseo creer que la oración en la Ciencia Cristiana sana, pero si no es así, también deseo saberlo. Por favor, dime qué debo hacer”.

Tomé a mi hijo en brazos y me senté en la mecedora; yo escuchaba. Había estado memorizando algunos himnos mientras hacía las tareas de la casa y ahora recordaba uno de ellos. La tercera estrofa dice así:

En Ti ni pena ni tristeza
ni ansiedad he de tener:
hoy y mañana me das fuerza,
Tu amor y vida están doquier.

(Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 154)

Canté el himno entero varias veces; de pronto me sentí rodeada de luz y amor, a medida que el significado espiritual de las palabras penetraba mi pensamiento. En ese momento supe que mi hijo estaba bien.

Luego entró mi esposo y preguntó qué pasaba. Yo pude responder con honestidad: “Todo está bien”. La fiebre había cedido y nuestro hijo se bajó de mis rodillas para jugar. La curación fue tan completa que desde ese día hasta que nuestros hijos dejaron el hogar, cuando alguno de ellos traba síntomas de tener fiebre, yo recordaba y expresaba gratitud por esa curación, y esto terminaba con los síntomas.

De más está decir que desde ese día en adelante, la Ciencia Cristiana se transformó en mi lumbrera. Nuestra hija mayor sanó exclusivamente por medio de la oración cuando resbaló en el hielo y se lastimó el mentón y el cuello contra un clavo oxidado. Los chicos sanaron rápidamente de muchas enfermedades infantiles. Cuando nuestro hijo menor tenía cuatro años, sanó rápidamente de paperas. El dolor que había padecido desapareció en media hora cuando conversábamos sobre Dios y leíamos libros para niños en algunos números del Sentinel. La hinchazón cedió antes del anochecer. Este mismo hijo también sanó de una picadura de abeja que le había ocasionado una hinchazón alarmante en la frente. Cuando conversábamos sobre la necesidad de perdonar y amar a la pequeña abeja, la cual también es una criatura de Dios, la hinchazón desapareció tan rápidamente como había aparecido. En otra ocasión, a este hijo se le extrajo una espina del blanco del ojo solamente por medio de la oración, y a la hora de acostarse ese mismo día, no podíamos distinguir cuál era el ojo lastimado.

Mi esposo era un hombre bueno, pero nuestra formación cultural era diferente, y desde el comienzo de nuestro matrimonio discrepamos en casi todas las cosas. Durante todo ese tiempo, como yo deseaba conocer mejor a mi esposo y además yo oraba, nuestra relación mejoró. Me volví más paciente y comencé a comprenderlo más. Tanto él como yo vimos que ambos habíamos cambiado. Cuando mi esposo vio las curaciones que se estaban manifestando, empezó a alentar a nuestros hijos a que estudiaran la Ciencia Cristiana. Comenzó a asistir a la iglesia con nosotros más a menudo, y en dos oportunidades sanó después de pedirme que orara por él. Antes de que mi esposo falleciera hace ya varios años, habíamos logrado un mayor amor y respeto mutuos. Cuando miro hacia atrás y pienso en el desarrollo que los dos experimentamos, no puedo evitar regocijarme por comprender que ahora mismo mi esposo todavía sigue aprendiendo como yo también sigo aprendiendo.

Me siento muy agradecida por haber entendido desde el principio que nuestros hijos no son realmente nuestros, sino de Dios. Una vez que comprendí esto, el temor que sentía por su bienestar desapareció, y disfrutamos de muchos años de alegría, felicidad y salud juntos antes de que ellos dejaran el hogar donde se criaron.

No puedo imaginarme a mí misma sin la Ciencia Cristiana. Es mi vida.


Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / enero de 1995

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.