Ella Saltaba Euforica al ver que el avión se acercaba a la puerta de desembarque. Esa mujer adulta, a quien muchos habrían catalogado como mentalmente discapacitada, se agarraba fuertemente del brazo de su madre, y contenía el aliento esperando la salida de los pasajeros que pasaban en fila uno por uno hacia la terminal.
Por fin divisó a su padre y corrió hacia él dando un grito de alegría. La expresión de su rostro era de una belleza indescriptible tan bella que la señora que se encontraba al lado mío comenzó a llorar. “¡Es la expresión de un rostro angelical!”, dijo.
Lo que más me impactó fue la expresión en el rostro del padre cuando abrazó a su hija. Su rostro irradiaba un amor que nunca olvidaré, ese amor tierno, desbordante y sufrido, que muchos suelen llamar “amor de madre”. Es la clase de amor que nunca cesa de dar, que nunca se agota. Es el amor invariable que procede directamente de Dios, el Dador de todo amor verdadero.
La mirada amorosa del padre me hizo recordar lo que Mary Baker Eddy dice en su libro Ciencia y Salud sobre el amor maternal. Ella escribe: “No se puede separar el afecto de una madre de su hijo, porque el amor de madre incluye la pureza y la constancia, las cuales son inmortales”.Ciencia y Salud, pág. 60.
La Sra. Eddy sintió ese amor de madre, amor que tuvo que resistir duras pruebas. Sus parientes le quitaron a su único hijo, George, cuando el niño tenía tan solo seis años de edad. Estaban seguros de que su frágil salud no iba a poder soportar a un niño tan inquieto.
Cuando la Sra. Eddy volvió a ver a su hijo, éste tenía treinta y cinco años; él estaba casado y tenía dos hijos. Ella estaba encantada y lo invitó a que se quedara con ella en Boston. George nunca dio crédito a la visión espiritual que determinó que la Sra. Eddy fuese una de las mujeres más relevantes de su era. No obstante, ella los colmó de amor maternal, a él y a su familia, por el resto de su vida. Y lo perdonó de todo corazón aun después que, manipulado por terceros, se unió a ellos en un pleito contra su madre cuando ésta tenía ochenta y seis años, en un infructuoso esfuerzo por obtener el control sobre sus propiedades.
Sin embargo, el amor maternal que la Sra. Eddy sintió tan profundamente nada tiene que ver con el género. Los hombres pueden irradiar este afecto tan naturalmente como pueden hacerlo las mujeres, tal como lo hizo el hombre en la terminal del aeropuerto. De hecho, el ser un padre biológico, sea hombre o mujer, nada tiene que ver con la expresión de esta forma de amor.
Debido a que nuestro verdadero ser es el reflejo espiritual de Dios, el Padre-Madre de toda la creación, que es todo amor, todos podemos expresar ese amor que emana de nuestro Padre divino, con un afecto que es a la vez paternal y maternal. Podemos sentir la fortaleza y protección que se asocian con el amor masculino tan ciertamente como podemos sentir la suavidad y la sensibilidad que se asocian con el amor femenino.
Y todos podemos expresar la gama completa de atributos relacionados con la paternidad y maternidad de Dios. Podemos reflejar el poder y la inteligencia de Dios tan plenamente como podemos reflejar la inagotable ternura y paciencia de nuestro Padre-Madre Dios. Como nos explica la Sra. Eddy en su libro Ciencia y Salud: “El hombre y la mujer, coexistentes y eternos con Dios, reflejan eternamente, en calidad glorificada, al infinito Padre-Madre Dios”. Más abajo en la misma página, ella escribe que la idea de género no procede de Dios sino del pensamiento basado en la mortalidad. “Los géneros masculino, femenino y neutro son conceptos humanos”.Ibid., pág. 516.
El vernos los unos a los otros clasificados según el sexo tiene el efecto de dividirnos en bandos opuestos, bandos por siempre ligados a la “guerra de los sexos”. Pero ver a los demás como Jesús los veía, como hijos de Dios, libres de toda distinción religiosa, étnica y sexual, tiene el efecto de unirnos. Como escribe el autor del libro de Gálatas: “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Gál. 3:28.
El comprender que Dios es Padre-Madre y que posee cualidades masculinas y femeninas, finalmente nos libra de caer en la trampa del pensamiento basado en el género. Si el ser de Dios trasciende los estereotipos sexuales, también los trasciende nuestro ser. Puesto que los atributos divinos no se originan en el género masculino o femenino, tampoco nuestros atributos tienen ese origen, ya que fuimos creados a Su imagen. Y si Dios no está limitado por el género, ¿por qué debemos estarlo nosotros?
Después que la Sra. Eddy descubrió la Ciencia Cristiana, durante los primeros años se resistió a asumir el liderazgo del movimiento que ella había comenzado. Luego se dio cuenta de que el hecho de ser mujer no podía descalificarla para que guiara el movimiento de la Ciencia Cristiana. Ella percibió que había llegado la hora en que la mujer había de avanzar hacia nuevos niveles de servicio a Dios y a la humanidad. “Ha llegado la hora de la mujer”, escribió en 1891, “con todas sus dulces amenidades y con sus reformas morales y religiosas”.No y Sí, pág. 45. Y actuó basándose en esas palabras; tuvo la audacia de reorganizar radicalmente “La Iglesia Madre” (que había fundado originalmente en 1879), como una institución única designada para expresar el amor maternal de Dios de una manera universal.
Cuando este concepto de mujer divinamente capacitada tomaba forma en la vida y obra de la Sra. Eddy, ella leyó un artículo escrito en 1895 por Walt Le Noir Church, redactor de The New Century, un artículo que se acercaba tanto a su punto de vista que dijo: “Bueno, yo podría firmar este artículo sin cambiar una sola palabra”. Así que con gran satisfacción publicó dicho artículo en The Christian Science Journal y en el libro Pulpit and Press. El artículo de Church termina con una conmovedora proclamación: “El tiempo de los tiempos se acerca”, escribió, “cuando la ‘Nueva Mujer’ domine toda la tierra con las armas de la paz. Entonces... como socios iguales en todo lo que vale la pena vivir, emergerá el nuevo hombre con la nueva mujer”.Pul., pág. 84.
El comprender el pleno potencial de la feminidad otorgada por Dios no desmerece de ninguna forma el pleno potencial de la masculinidad otorgada por Dios. Y viceversa. Como surge del artículo de Church, la consecuencia natural que le sigue a la nueva mujer es el nuevo hombre. Así como las mujeres se liberan para ser todo lo que pueden ser espiritualmente, así también los hombres se liberan para hacer lo mismo.
Los hombres y mujeres que dejan de lado los preconceptos sobre el género que tanto los limitan, inevitablemente experimentan la renovación de sus pensamientos y experiencias. Se “revisten del nuevo hombre” Efes. 4:24. como Pablo nos exhorta a hacer. Descubren su plenitud en la plenitud de Dios. Y sienten y expresan como nunca antes el amor maternal de Dios.