Quiero Agradecer Por una experiencia que tuve cuando recién conocí la Ciencia Cristiana. Hacía dos años que estaba de novio con una joven que había conocido en un club deportivo. Nuestra relación era buena, y nuestras familias se llevaban bien. Pero al comenzar a estudiar la Ciencia Cristiana mi pensamiento empezó a cambiar; ya no me conformaba con las ideas que había tenido hasta entonces sobre la vida. Eso empezó a provocar diferencias de opinión entre mi novia y yo, al punto que una vez mi novia me dijo: “Tienes que elegir entre yo y tu religión”.
Eso no me dejó alternativa. A pesar de que hacía poco que estudiaba la Ciencia Cristiana, ya me había dado cuenta de que no podría vivir sin ella. Entonces tomé la decisión de abandonar la relación. Cuando decidí eso no imaginé la lucha que tendría. Pasé por momentos de enorme tristeza, y no podía olvidar los recuerdos agradables de nuestra relación. Me sentí como los judíos en el desierto al recordar las ollas de carne de Egipto. Había momentos que no tenía ganas de seguir viviendo. La soledad parecía inmensa, pero el amor de Dios estaba allí para consolarme. Una estrofa de uno de los poemas escritos por Mary Baker Eddy, me ayudó:
Que por la ingratitud por el desdén,
por cada lágrima halle, alegre,
el bien;
en vez de miedo y odio, quiero amar,
pues Dios es bueno y El me
hará triunfar.
Y volví a encontrar alegre, el bien. El estudio diario de las Lecciones Bíblicas de la Ciencia Cristiana y el integrarme al trabajo de la Organización Universitaria de la Ciencia Cristiana fue lo que más me ayudó. En la Organización conocí a una magnífica Científica Cristiana con la cual me ennovié y luego me casé. Trabajando juntos, vencimos por fin los fantasmas del pasado mediante el crecimiento espiritual. Ya llevamos 14 años de casados disfrutando de una inmensa felicidad. Me recuerda lo que Jesús dijo cuando Pedro le preguntó qué tendrían quienes dejaron todo por seguirlo: “Cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna” (Mateo).
En una ocasión en mi iglesia filial un miembro dijo en un testimonio que antes de haber encontrado a su esposo tuvo que darse cuenta de que Dios era su verdadero compañero. Y mi propia experiencia corroboró esa afirmación.
Agradezco que exista en la tierra una institución como la Iglesia de la Ciencia Cristiana por medio de la cual aprendemos el camino al cielo y que a través del crecimiento en gracia que nos da su estudio podemos liberarnos de todo sufrimiento y soledad eligiendo a Dios como nuestro fiel compañero.
Montevideo, Uruguay