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En 1978 Mi hija y yo empezamos...

Del número de enero de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En 1978 Mi hija y yo empezamos a estudiar la Ciencia Cristiana y a asistir a una iglesia filial cerca de nuestro hogar.

Una tarde mi hija comenzó a sentir fuertes dolores en el estómago. Empezaron a ser más fuertes y cambió su color a un color nada natural. Era muy poco lo que sabíamos de la Ciencia Cristiana en ese momento, pero sentimos que debíamos intentar hacer la demostración de sus verdades. Empezamos a leer algunos himnos, pero los dolores iban aumentando.

En ese momento mi hija se fue a su habitación. Entonces, elevé lo más posible mi pensamiento, tomé el libro de texto y lo abrí y leí lo que se me presentó delante de mis ojos, y decía: “En Isaías leemos: ‘Hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto’; pero el profeta quiso decir que la ley divina agita a la creencia en el mal hasta el fondo, al traerla a la superficie y reducirla a su denominador común, la nada. El lecho fangoso de un río tiene que agitarse para purificar las aguas” (Ciencia y Salud, pág. 540).

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