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“Fructificad”

Del número de enero de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Era Adolescente, yo trabajaba en los jardines donde mi familia cultivaba legumbres para venderlas en el mercado. Tuvimos algunas cosechas abundantes de frutas, flores y verduras. Aunque todo lo que hacíamos a veces requería que trabajáramos con tesón, me consolaba pensar que estábamos ayudando a alimentar a los lugareños; era bueno estar beneficiando a nuestros vecinos de esta manera.

Por importante que fue este esfuerzo, años después comprendí que se podía servir aun más plenamente produciendo frutos de una clase diferente. Hablando de esta obra, Cristo Jesús dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto”. Después Jesús nos muestra lo que nos capacita para que cumplamos el propósito espiritual de Dios: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”. Juan 15:1, 2, 5.

La savia sube por la vid hacia las ramas, vivificándolas y nutriéndolas. El Cristo, el espíritu de Dios, la Verdad y el Amor, nos capacita para que percibamos que Dios nos da la vida. Sin esta comprensión de la fuente de vitalidad y fortaleza, no vivimos nuestra vida plenamente, y no podemos ser fructíferos de la manera en que Jesús lo describe. Jesús sabía que Dios, el Amor divino, da sólo el bien a Sus hijos, y nos mostró la manera de manifestar esta bondad en nuestra vida diaria. Entre los frutos de su labor estaban las obras sanadoras que él realizó, las vidas que redimió de la pobreza, la enfermedad y el pecado. Hablando del propósito de la obra principal de la vida de Jesús, Mary Baker Eddy escribe en su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Su misión fue revelar la ciencia del ser celestial, probar lo que Dios es y lo que hace por el hombre”.Ciencia y Salud, pág. 26.

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