Cuando Era Adolescente, yo trabajaba en los jardines donde mi familia cultivaba legumbres para venderlas en el mercado. Tuvimos algunas cosechas abundantes de frutas, flores y verduras. Aunque todo lo que hacíamos a veces requería que trabajáramos con tesón, me consolaba pensar que estábamos ayudando a alimentar a los lugareños; era bueno estar beneficiando a nuestros vecinos de esta manera.
Por importante que fue este esfuerzo, años después comprendí que se podía servir aun más plenamente produciendo frutos de una clase diferente. Hablando de esta obra, Cristo Jesús dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto”. Después Jesús nos muestra lo que nos capacita para que cumplamos el propósito espiritual de Dios: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”. Juan 15:1, 2, 5.
La savia sube por la vid hacia las ramas, vivificándolas y nutriéndolas. El Cristo, el espíritu de Dios, la Verdad y el Amor, nos capacita para que percibamos que Dios nos da la vida. Sin esta comprensión de la fuente de vitalidad y fortaleza, no vivimos nuestra vida plenamente, y no podemos ser fructíferos de la manera en que Jesús lo describe. Jesús sabía que Dios, el Amor divino, da sólo el bien a Sus hijos, y nos mostró la manera de manifestar esta bondad en nuestra vida diaria. Entre los frutos de su labor estaban las obras sanadoras que él realizó, las vidas que redimió de la pobreza, la enfermedad y el pecado. Hablando del propósito de la obra principal de la vida de Jesús, Mary Baker Eddy escribe en su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Su misión fue revelar la ciencia del ser celestial, probar lo que Dios es y lo que hace por el hombre”.Ciencia y Salud, pág. 26.
Fue Ciencia y Salud lo que me introdujo a la Ciencia que Jesús enseñó, y el primer fruto de mi estudio fue una curación. Yo no estaba expresando el dominio que sentía que debía expresar. Sentía que otra gente me estaba manipulando. Para evitar confrontaciones con otros, aceptaba responsabilidades que no me correspondían. Esto trajo como resultado mayor ansiedad. Tenía temor de ofender a la gente y de la crítica que esta actitud traería. También tenía un exagerado sentido de culpa. No es de sorprenderse que me sintiera insegura, tímida y aprensiva de hacer cualquier cosa en público, incluso tocar el piano. Y eso era algo que yo quería hacer y era capaz de hacer, pero la nerviosidad siempre echaba a perder mi actuación.
Yo anhelaba dominar este sentido de temor. Años atrás me habían dado un ejemplar de Ciencia y Salud, y ahora recurrí a él para ver si podía ayudarme. Mientras leía el libro, comprendí que las ansiedades y temores que había estado sufriendo eran la consecuencia de tratar de vivir una vida sin ninguna fe en Dios, ni comprensión de El. Empecé a entender que podía sanarme. La sensación de debilidad y de desamparo empezaron a desaparecer tan pronto como aprendí que mi relación con Dios era una realidad viviente y práctica.
Una declaración en el libro tuvo un significado especial para mí: “Todo lo que es gobernado por Dios jamás está privado ni por un instante de la luz y del poder de la inteligencia y la Vida”.Ibid., pág. 215. Aquí estaban los efectos de mi relación con Dios por ser Su expresión espiritual. Debido a que el hombre refleja a Dios, tiene fortaleza y dominio y está siempre gobernado por Dios.
Desde el momento que comprendí esto, supe que jamás estaría sola otra vez. Podía confiar en que Dios gobernara mi vida. No tenía que sentirme esclavizada por las relaciones humanas, ni preocuparme por lo que otros pensaran acerca de mí. Puesto que Dios es el poder supremo gobernante, no había otro poder operando en mi vida; ni circunstancias humanas ni personalidades podían gobernarme.
Para cuando iba por la mitad de mi primera lectura de Ciencia y Salud, empecé a sentirme como una nueva persona. Un nuevo mundo se estaba abriendo; yo estaba captando una vislumbre de que la creación espiritual y perfecta de Dios es la única realidad. Estaba despertando al Cristo, el poder sanador y salvador de Dios. Percibí que yo ya no necesitaba ser una víctima de este supuesto poder o influencia llamado temor. La fuente de mi certeza, habilidad y dominio es Dios, quien es Todo.
Alrededor de esa fecha un programa radial llamó mi atención al Sermón del Monte que dio Jesús. Véase Mateo, caps. 5–7. Recurrí a la Biblia para leerlo. Algunas partes de él me eran conocidas, pero al leerlo en ese momento sentí un poderosa agitación mental. Me habló con tal poder que me di cuenta de que era la verdad acerca de Dios y el hombre. Empecé a obtener un punto de vista más espiritual de mi prójimo, y de mí misma, como hijos amados de Dios, preciosos y valiosos, gobernados y abastecidos por la ley del Amor divino. Me di cuenta de que una de nuestras razones de ser — y de hacer cualquier cosa — es amarnos los unos a los otros como Dios nos ama. Este sermón me estaba diciendo cómo hacerlo. Me estaba sanando de un falso punto de vista de mí misma. El exagerado sentido de insuficiencia que me había inquietado tanto, empezó a perder su poder sobre mí.
Esta curación fue el comienzo del fin de mi pesadilla de temor. La calidad total de mi vida empezó a cambiar. Empecé a producir más frutos de la manera en que Jesús tuvo el propósito de que hicieran sus seguidores. Inmediatamente decidí transformarme en una Científica Cristiana. Estaba dispuesta a confiar sólo en medios espirituales para obtener curación, y me he mantenido en esa posición. Nunca volví a tomar drogas o medicinas, y jamás volví a tomar bebidas alcohólicas. Supe que no necesitaba ningún apoyo falso, porque podía confiar en Dios. Percibí que verdaderamente simpatizaba con la gente. Realmente empecé a ver a todos como hijos de Dios, amados y cariñosos.
Gradualmente también perdí el temor a hablar y tocar el piano en público. No fue fácil. Tuve que orar, luchar y practicar para lograrlo. Se llevó a cabo una purificación de pensamiento en conformidad con lo que dijo Jesús. Tuve que comprender que mi verdadera habilidad venía de Dios y no era una propiedad personal. Confiando en Dios, y desechando de mi pensamiento todo falso concepto de mí misma, empecé a ver más claramente que yo era la idea de Dios, Su reflejo. Dios estaba expresando Sus bondadosas cualidades en mí. El temor empezó a disminuir. Pude hablar en público y tocar el piano a un nivel mucho más elevado que antes.
Ahora me regocijo de la oportunidad que tengo de usar la habilidad que Dios me dio de bendecir y beneficiar a mi prójimo. Cuanto más amor expreso tanto menos temor siento. Tal como la rama depende de la vid para obtener su habilidad de dar fruto, así puedo yo hacer eco de San Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Filip. 4:13.
Jesús nos mostró nuestra verdadera razón de ser y las infinitas posibilidades para el bien que podemos lograr. Señalando los medios por los cuales podemos vivir de una manera más fructífera, Ciencia y Salud dice: “Sólo reconociendo la supremacía del Espíritu, que anula las pretensiones de la materia, pueden los mortales despojarse de la mortalidad y hallar el indisoluble vínculo espiritual que establece al hombre eternamente en la semejanza divina, inseparable de su creador”.Ciencia y Salud, pág. 491. El comprender nuestra relación con Dios, la cual revela al Cristo, y liberarnos del concepto erróneo de que tenemos una individualidad separada de Dios, nos liberan para lograr nuestro pleno potencial. Nuestra individualidad verdadera y espiritual refleja a Dios e incluye todo el bien. Al reconocer la intacta relación del hombre con Dios y expresar esta verdadera naturaleza en nuestra vida, podemos empezar a obtener dominio y control.
San Pablo habla de muchos de los frutos del Espíritu, entre ellos, alegría, amor, mansedumbre, bondad y paz. Expresar los bellos atributos del Espíritu y buscarlos en nuestras relaciones con los demás, traen como resultado reconciliación y curación. Esto es una vida fructífera.