¿Que Podemos Hacer si nos encontramos en una situación muy aterradora, no como la de sentir temor a la oscuridad o sentirnos inquietos por cuestiones de la escuela, sino una situación en la que somos amenazados por otra persona, y nos sentimos indefensos? Esto me ocurrió a mí cuando tenía nueve años. Fui salvada de una situación peligrosa al escuchar y obedecer a Dios. Pero para comprender lo que me mantuvo a salvo, tengo que contarles acerca de uno de mis personajes favoritos de la Biblia.
Mi papá acostumbraba contarme cuentos, que él mismo inventaba, antes de irme a dormir. Los cuentos eran sobre dos perritos, uno muy gordo que siempre se metía en problemas, y el otro, flaquito, que siempre lo salvaba. El llamaba al gordito Josafat. Más adelante me di cuenta de que Josafat era en realidad el nombre de un rey admirable del Antiguo Testamento. El rey Josafat no se parecía en nada a ese perrito tan egoísta de los cuentos de mi papá. El era invariablemente fiel a Dios. El rey recurría a Dios, escuchaba atentamente Su dirección, y luego la obedecía.
La Biblia cuenta que una vez varios ejércitos se reunieron para atacar al Rey Josafat y a su pueblo, que también es conocido como el reino de Judá. Véase 2 Crón. 20:1–30. El pueblo de Judá era muy inferior en número y tenía mucho miedo. Josafat los reunió para orar: hombres, mujeres y niños se volvieron a Dios y escucharon, mientras el rey le pedía protección a Dios.
De repente, un hombre en el grupo llamado Jahaziel percibió un mensaje angelical de Dios. Le contó a la asamblea lo que Dios le había dicho: “No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios... No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros. Oh Judá y Jerusalén, no temáis ni desmayéis; salid mañana contra ellos, porque Jehová estará con vosotros”.
¡Qué mensaje extraordinario! Me encanta todo lo que dice. Dios ordenó que no había que tener temor. La certeza de que la batalla era de Dios. La promesa de una victoria cierta. Y la exigencia de que el pueblo sea obediente, poniendo en acción su confianza en Dios.
Hay un solo Dios, un poder supremo. Dios es Mente divina, y llena todo el espacio. La Mente divina es solo buena y transmite solo pensamientos buenos, o mensajes angelicales, como el que recibió Jahaziel.
El mal es la sugestión de que el bien no es todopoderoso, de que hay un poder malicioso y agresivo. El mal es una creencia falsa de que Dios podría estar ausente. Pero Cristo Jesús nos mostró que Dios está siempre presente y cuida de nosotros. El demostró que Dios es el único poder y que Su poder es supremamente bueno. La Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, dice en Ciencia y Salud: “El mal no es nada, no es ni cosa ni mente ni poder”.Ciencia y Salud, pág. 330. Y en otra parte del libro dice: “Dios es infinito, por lo tanto siempre presente, y no hay otro poder ni otra presencia”.Ibid., pág. 471.
Cuando Josafat y el pueblo oyeron el mensaje de Dios, supieron que era la respuesta a su oración y en seguida estuvieron llenos de gratitud y de gozo. Al día siguiente se levantaron temprano, esperando el bien y sin temor. El rey tenía tal confianza en la presencia y supremacía de Dios que ubicó a los que cantaban al frente del ejército para que alabasen a Dios. Cuando Josafat y el pueblo llegaron al campo de batalla, ¡no había enemigo alguno contra quien pelear! Fueron victoriosos como Dios lo había prometido, sin haber tenido que pelear contra nadie.
Esta ilustración del poder de la oración — el volverse a Dios, escuchar y obedecerlo prontamente — me fue de ayuda cuando lo necesitaba. Un día sábado, mi mamá nos había dejado ir a mi hermanito y a mí a la sesión matutina del cine. Teníamos dinero y tiempo suficientes para ver dos veces la película.
Durante el intermedio, un hombre se sentó a mi lado y comenzó a hablar en voz baja para que nadie más pudiera escucharlo. Quería que saliera del cine con él. Como me estaba molestando, le pedí a mi hermano que nos moviéramos unos asientos para alejarnos. Pero el hombre se enfureció y nos siguió. Luego, se aferró a mi pierna y me dijo que no me moviera más.
Yo estaba realmente aterrorizada. Pensé en gritar pidiendo ayuda, pero no me salía sonido alguno. En ese momento no pensé específicamente en Josafat. Pero, de repente me di cuenta de que no me hallaba indefensa. Podía orar. Sabía que tenía que orar.
Comencé a pensar acerca de Dios. Empecé a saber que Dios estaba presente, siempre presente. Que El es Todo. Que Dios es el bien. Y que el bien es todopoderoso. El hombre aún me hablaba, pero yo ya no lo escuchaba. Yo estaba pensando que Dios era el único poder. Seguí orando así hasta que me vino un pensamiento, un mensaje angelical de Dios, como le ocurrió a Jahaziel. El pensamiento era que no debía tener temor porque Dios estaba conmigo. También hubo una orden específica de acción. La orden que me vino fue que me levantara de inmediato y me fuera. Y el pensamiento continuaba que Dios me iba a proteger, que el hombre no iba a poder tocarme.
Estaba segura de que estos pensamientos provenían de Dios y que debía obedecerlos inmediatamente. Momentos antes, me había sentido petrificada en mi asiento y no había podido hablar. Ahora no sentía miedo. Sabía que podía y tenía que hacer exactamente lo que Dios me estaba diciendo. Me dirigí a mi hermanito y le dije que nos íbamos, y me levanté. Mi hermano no vaciló ni un momento ni hizo preguntas. Se levantó y se dirigió hacia el pasillo.
Aunque el hombre me había estado aferrando, me pude levantar y alejar. El se abalanzó sobre los asientos para asirme, pero no pudo, aunque estaba sentado al lado mío. ¡Ni siquiera pudo tocarme! Yo estaba muy consciente de la presencia de Dios, del poder del bien, que me rodeaba. Fue la presencia de Dios que impidió que ese hombre me aferrara un solo momento más.
Mi hermano y yo caminamos hacia el vestíbulo de entrada, donde encontré a una acomodadora. Le dije lo que había ocurrido, y me pidió que entrara nuevamente al cine con ella para indicarle quién era el hombre. Cuando caminábamos hacia los asientos, él nos vio y, saltando sobre varios asientos, salió corriendo por una entrada lateral. Un acomodador llamó a mi mamá y alguien vino a buscarnos.
Me sentía agradecida por estar a salvo. Pero estaba aún más agradecida por el inmenso poder de Dios y el resultado de haberle obedecido. Mientras esperaba en el vestíbulo, supe que nada podría atemorizarme nuevamente. Había sentido la fuerza y el poder de la presencia de Dios y había oído que la Mente divina me hablaba. Cualquiera sea el desafío, todos podemos volvernos a Dios, escucharle con atención, y obedecerlo. Esta es una oración que nos mantiene a salvo de los ataques.