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Cuando Era Joven asistí a...

Del número de julio de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Era Joven asistí a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana durante dos años. En esa época llevaba más de un año sufriendo de un eczema en la cara. Me sentía muy acomplejada por eso. Pero a través de la ayuda de una practicista, sané completamente. A medida que practicamos la Ciencia Cristiana en nuestro hogar, vi a miembros de mi familia sanar de condiciones tales como pulmonía, apendicitis, neuralgia y angina.

Recuerdo particularmente la curación de las frecuentes anginas que mi madre sufría, aunque yo solo tenía alrededor de seis años en aquel tiempo. Un día oí la voz de mi madre y reconocí el sonido familiar que siempre precedía a una angina. Me aterrorizaba lo que sabía que le esperaba a mi madre: el sufrimiento en cama sin poder hablar o comer. Ese día, mi padre nos preparó a los cuatro para ir a una fiesta; antes de irnos nos paramos frente a la cama y nos despedimos, pero ella no pudo responder. Fue un cuadro que me produjo mucha tristeza.

Pero después que nos fuimos, mi madre le pidió a una practicista que orara por ella. Cuando regresamos dos horas más tarde, nos sorprendió y nos dio mucha alegría encontrarla completamente sana. La puerta del dormitorio estaba abierta de par en par, y ella estaba sentada en la cama con una amplia sonrisa, dándonos la bienvenida y preguntándonos sobre la fiesta. Esa maravillosa curación me produjo una profunda impresión.

En los muchos años que han pasado desde entonces (ahora soy una anciana), yo misma he disfrutado de los beneficios de la curación en la Ciencia Cristiana.

Hace más de un año, para fines de noviembre, sané rápidamente de las heridas graves que sufrí a causa de un accidente. Tropecé y me caí de frente con todo el peso sobre mi rodilla derecha, el pecho y los hombros. Una pareja joven me ayudó a levantarme, y me fui a la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana donde estaba trabajando.

Me sorprendió mucho que me temblara todo el cuerpo, pero me mantuve en la verdad de que “los accidentes son desconocidos para Dios, o Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el concepto correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía” (Ciencia y Salud escrito por Mary Baker Eddy, pág. 424). A medida que iba pensando en el poder espiritual que esta declaración encerraba, pude continuar con mi trabajo de preparar la Sala de Lectura para recibir al público.

Al pasar el día, tuve cada vez más dolor, y esa noche me fue imposible dormir. El hecho de que sentía dolor al respirar, me indicaba que me había lastimado las costillas; por lo cual llamé a una practicista para que me ayudara. Después pensé en el siguiente proverbio: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Prov. 16:18). Entonces leí y medité sobre lo que la Sra. Eddy dice acerca de la palabra humildad en su libro Escritos Misceláneos: “Estimad la humildad, 'velad’ y 'orad sin cesar’ o equivocaréis el camino hacia la Verdad y el Amor” (pág. 356). El dolor en la rodilla me hacía difícil caminar o subir las escaleras, pero cada día que pasaba experimentaba progresos notables. Pude trabajar en la Sala de Lectura los tres días de la semana como se me había asignado.

Después del quinto o sexto día, tomé el libro de Ciencia y Salud para continuar la lectura. (Leer el libro de texto desde el principio hasta el fin es una de mis metas continuas.) Leí este pasaje en la página 190: “Esa apariencia mortal es temporal; nunca se une con el ser inmortal, sino que finalmente desaparece, y se descubre que el hombre inmortal, espiritual y eterno, es el hombre real”. Percibí que mientras yo parecía ser una mortal que sufría de un accidente, la verdad era que yo era espiritual y perfecta. Me di cuenta de que lo que se necesitaba para la curación no era tratar de arreglar un cuerpo físico, sino percibir lo que era y siempre había sido verdadero respecto a mi identidad espiritual y perfecta.

La curación completa pronto se manifestó, y fue maravilloso poder moverme y respirar sin dolor. Al principio había pensado que este caso se tenía que atender en un sanatorio, pero la curación se produjo muy rápidamente en cuestión de días.

Fue fácil expresar mi alegría y gratitud, y relatar algunas de las lecciones que aprendí, en la oficina de la practicista. Cuando ella me sugirió que sometiera a consideración este testimonio a las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, yo acepté con alegría. Sin embargo, demoré el proyecto porque las palabras no me llegaban con facilidad, y finalmente dejé mi testimonio de lado.

No obstante, cuando reconocí la naturaleza impersonal de esa resistencia a la verdad espiritual, de nuevo tomé mi pluma; sabía que mi gratitud y deseo de compatir eran suficientes para destruir la resistencia. Y ahora siento aun más gratitud por todos los que envían sus testimonios a las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana.


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