Cuando Era Joven asistí a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana durante dos años. En esa época llevaba más de un año sufriendo de un eczema en la cara. Me sentía muy acomplejada por eso. Pero a través de la ayuda de una practicista, sané completamente. A medida que practicamos la Ciencia Cristiana en nuestro hogar, vi a miembros de mi familia sanar de condiciones tales como pulmonía, apendicitis, neuralgia y angina.
Recuerdo particularmente la curación de las frecuentes anginas que mi madre sufría, aunque yo solo tenía alrededor de seis años en aquel tiempo. Un día oí la voz de mi madre y reconocí el sonido familiar que siempre precedía a una angina. Me aterrorizaba lo que sabía que le esperaba a mi madre: el sufrimiento en cama sin poder hablar o comer. Ese día, mi padre nos preparó a los cuatro para ir a una fiesta; antes de irnos nos paramos frente a la cama y nos despedimos, pero ella no pudo responder. Fue un cuadro que me produjo mucha tristeza.
Pero después que nos fuimos, mi madre le pidió a una practicista que orara por ella. Cuando regresamos dos horas más tarde, nos sorprendió y nos dio mucha alegría encontrarla completamente sana. La puerta del dormitorio estaba abierta de par en par, y ella estaba sentada en la cama con una amplia sonrisa, dándonos la bienvenida y preguntándonos sobre la fiesta. Esa maravillosa curación me produjo una profunda impresión.
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