Como Miembros De La Iglesia Madre, nuestra Guía nos ha dado instrucciones de que debemos orar diaria y especialmente por nosotros mismos. En el Manual de La Iglesia Madre, Mary Baker Eddy dice: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, y no dejarse inducir a olvido o negligencia en cuanto a su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad”.Manual, Art. VIII, Sec. 6.
La manera de cumplir con este requisito es algo que merece profunda consideración. A pesar de que he sido Científica Cristiana durante años y de saber que orar de esa manera es esencial para mi vida y mi trabajo, no fue sino hasta hace muy poco que me tomé el tiempo para investigar de qué modo podía hacerlo más eficazmente. Una de las razones que me impulsaban a querer aprender más acerca de este tema era que yo sentía que mi trabajo de defensa diaria se había vuelto algo monótono y aburrido y carecía totalmente de inspiración. Me hacía falta un autoexamen concienzudo.
Para mi alegría, al consultar la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, encontré una guía específica y muy útil. Me resultó muy fructífero reflexionar sobre el relato de David y Goliat. Véase 1 Sam. 17:20–50. El negarse a usar la pesada armadura que le había ofrecido Saúl, le permitió a David correr con toda confianza al encuentro de Goliat. ¿Qué le permitió a David seguir adelante sin utilizar la protección tradicional? Quizás él sentía que su confianza en Dios, tal como había ocurrido hasta ese entonces, era suficiente. El le dijo a Saúl que Dios lo había protegido cuando tuvo que luchar contra un león y contra un oso y que estaba seguro de que Dios también lo salvaría de Goliat. David debía hacer frente a una situación física amenazadora, pero era evidente que él sentía que su mejor protección provenía de Dios. ¿Cómo podemos alcanzar, a través de nuestra oración, la misma confianza en Dios que sentía David?
Hay muchas formas de lograrlo, sin que, por cierto, existan fórmulas para ello. Tal vez sea útil considerar en que puede consistir la defensa. Por ejemplo, la Biblia dice que la luz es un arma: “La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz”. Rom. 13:12. Mientras leía esto, recuerdo que pensaba: “¿Cómo es que la luz puede ser un arma?” Para responder a esta pregunta, razoné de la siguiente manera: ¿Qué relación tiene la luz con la oscuridad? Ninguna. ¿Acaso la luz conoce a la oscuridad? No. ¿Qué sucede cuando la luz está presente? La oscuridad desaparece. ¿Acaso la luz pelea con la oscuridad? No, simplemente la reemplaza. ¿Puede la oscuridad penetrar dentro de la luz? En cambio, la luz puede penetrar en la oscuridad. Entonces, ¿qué tiene que ver la luz con la defensa espiritual?
Cuando reconocemos conscientemente, tal como lo indica Juan, que “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”, 1 Juan 1:5. nos estamos poniendo en línea con esa luz. Estamos aceptando que debido a que Dios es luz y nada fuera de Dios es o tiene poder, Dios es Todo-en-todo. Por lo tanto, no hay lugar alguno donde no se halle presente la luz de Dios. La oscuridad no existe para Dios ni para el hombre, como idea de Dios. Debido a que el hombre, creado a imagen de Dios, es semejante a Dios, no puede conocer, ser influido ni actuar por algo que no se ajuste a la norma divina de la santidad más pura, de la luz más pura. Esta es la norma que nos mostró Cristo Jesús a través de su ejemplo y de sus obras de curación.
Debido a que Dios es luz y todo es luz, el hombre no tiene sombras — pasadas, presentes ni futuras — que puedan atravesarse en su camino para perseguirlo o para empañar su alegría. Después de todo, ¿cómo nos desprendemos de una sombra? ¿Acaso debemos extraerla? ¿Cortarla en pedazos? Simplemente, encendemos la luz. Puesto que Dios es luz, el hombre refleja esa luz. La Sra. Eddy dice: “El hombre no es Dios, mas como un rayo de luz que viene del sol, el hombre, la emanación de Dios, refleja a Dios”.Ciencia Salud, pág. 250. El identificarnos correctamente como la expresión de la luz es otra forma de defendernos para no aceptar ni dar crédito a ninguna sugestión de que existe un poder opuesto a Dios, cualquier sugestión de error o de oscuridad. El verdadero ser del hombre elimina el error del mismo modo que la luz elimina la oscuridad.
Cuando David corrió al encuentro de Goliat, debe de haber estado convencido de que no corría ningún peligro. Posiblemente él comprendía algo acerca del hecho de que el hombre es la emanación de Dios y ese entendimiento le dio el poder que necesitaba para ver la derrota del gigantesco guerrero. ¿Acaso se imaginó que debería librar una dramática y difícil batalla? El sabía que tenía autoridad divina para enfrentar y destruir aun esta amenaza agresiva de una presencia y poder malignos llamada Goliat. David hundió una piedra en la frente de Goliat, antes de que su rival pudiese imponerle una derrota. No fue una lucha prolongada. Todo terminó muy rápido.
Lo que ocurrió con David puede suceder en nuestra vida. No tenemos que llevar a cabo una lucha prolongada para defendernos de los Goliats de nuestro tiempo. El percibir lo que somos desde un punto de vista metafísico — que como emanación de Dios tenemos autoridad y fortaleza divinas, que somos la expresión de la luz — automáticamente nos libera de la creencia de que el error tiene poder. A medida que afirmamos a diario y correctamente que somos espirituales, ya no podemos ser identificados como mortales o materiales. Y del mismo modo que en la luz no puede haber oscuridad, no puede haber mortalidad en la espiritualidad. Esa es la razón por la cual Dios es nuestro escudo, nuestra defensa. Nuestra defensa es inexpugnable y no puede ser violada porque nada puede oponerse a Dios.
Reconociendo que Dios es el único poder y que el hombre es Su expresión espiritual, podemos revestirnos “de toda la armadura de Dios”, tal como se nos instruye en la Epístola a los Efesios. Véase Efes. 6:11, 13–17. Ceñimos conscientemente nuestros lomos con la verdad, envolviéndonos con la realidad de que nuestra verdadera naturaleza es espiritual. Nos vestimos “con la coraza de justicia” al reconocer que reflejamos el Principio divino y somos íntegros. Cuando vivimos de acuerdo con el Principio, sentimos los beneficios de esta vida justa. Estamos protegidos contra el azote de sentirnos decepcionados, de ser engañados y traicionados y de la injusticia. Nuestros pies están mentalmente “calzados.. . con el apresto del evangelio de la paz”, en razón de que somos en realidad la dulce expresión del Amor. Por lo tanto, la violencia y el odio no tienen fundamento en nuestro pensamiento ni en nuestra vida, pues cada uno de nuestros actos son una respuesta al mandato del Amor divino.
El poder del Espíritu es la única arma que necesitamos para enfrentar cualquier situación que se presente en nuestra vida.
La Biblia nos insta a tomar “el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”. Cuando reconocemos la presencia de Dios, estamos afirmando que el poder de Dios es suficiente para hacer frente a cualquier situación. Al igual que David, probamos que Dios es supremo, por encima del error. Cada prueba de nuestra fe en Dios nos vuelve más fuertes para enfrentar, en la siguiente oportunidad, lo que se jacta de ser un Goliat. Podemos tomar muy en cuenta el hecho de que la fe apaga, elimina, los dardos de fuego, o sea, los pensamientos maliciosos, no importa de donde aparentemente provengan. La actividad del Amor divino extingue el odio y la mala voluntad.
Nos vestimos con “el yelmo de la salvación”, cuando reconocemos que nuestros esfuerzos por comprender y demostrar lo que sabemos acerca de Dios, provienen del poder divino y, por eso, su triunfo es inevitable. La Sra. Eddy describe la salvación de la siguiente manera: “La Vida, la Verdad y el Amor comprendidos y demostrados como supremos sobre todo; el pecado, la enfermedad y la muerte destruidos”.Ciencia y Salud, pág. 593. Esta es nuestra corona, nuestra victoria.
La última parte de la Epístola a los Efesios nos dice cómo debemos armarnos: “tomad.. . la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”. El Espíritu es el único poder. Si este hecho, revelado en la Biblia y en los escritos de Mary Baker Eddy, ocupa su debido lugar en nuestro pensamiento, estamos bien pertrechados para enfrentar nuestro día. La única arma que se menciona en estas instrucciones bíblicas para la defensa es la espada del Espíritu. Encontramos mayor claridad de pensamiento y obtenemos la certeza del poder del Espíritu cuando nos ocupamos diariamente de que el Verbo esté presente en nosotros mediante el estudio de las verdades espirituales y reflexionando sobre ellas. El poder del Espíritu es la única arma que necesitamos para enfrentar cualquier situación que se presente en nuestra vida.
Durante el tiempo que estuve pensando en las diferentes maneras en que podía cumplir con la admonición que nos dejó nuestra Guía de defendernos diariamente, encontré otras ideas también muy útiles. Una de ellas es la defensa que proporciona una vida vivida como se debe. La Sra. Eddy escribe: “Los pensamientos y propósitos malos no tienen más alcance ni hacen más daño, de lo que la creencia de uno permita. Los malos pensamientos, las concupiscencias y los propósitos malévolos no pueden ir, cual polen errante, de una mente humana a otra, encontrando alojamiento insospechado, si la virtud y la verdad construyen una fuerte defensa”.Ibid., págs. 234–235. El ser virtuosos y veraces todos los días es una defensa automática. Nuestra tarea diaria puede incluir una oración instándonos a abrir el pensamiento para saber cómo ser más virtuosos y veraces, y de este modo expresar en mayor grado nuestra verdadera naturaleza ahora mismo.
La inocencia es una cualidad espiritual que nos protege y nos ayuda en la demostración de la virtud. Daniel fue protegido en el foso de los leones debido a que, tal como él mismo lo dice: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente”. Dan. 6:22. Cuando demostramos inocencia ante la tentación, negándonos a obedecer el llamado de la mente carnal, esa inocencia que proviene de Dios nos protege del sufrimiento y nos garantiza que habrá justicia en nuestra vida.
Otra idea muy útil cuando oramos para protegernos, es reconocer que somos una ley para nosotros mismos. No hay otra ley aparte de la ley de Dios. Su ley es suprema; opera eternamente y es omnipotente. Es absoluta, final, completa. Nuestro reconocimiento consciente de estos hechos nos protegen de creer que las leyes materiales, médicas o psicológicas pueden atraparnos y gobernarnos. Nos convertimos en una ley para nosotros mismos cuando cedemos ante la presencia y la acción de las leyes de Dios. Podemos estar alertas a fin de no permitir que pensamientos vanos nos condenen a tener alguna experiencia innecesaria. Si mantenemos un estricto control sobre nuestra manera de pensar, no aceptaremos pensamientos que puedan, inadvertidamente, producir sufrimiento. Podemos declarar a diario que estamos sometidos solamente a leyes divinas, que anulan cualquier otra pretensión que intente considerarse ley.
Quizás lo más importante para estar debidamente protegidos, sea tener muy presente algunos puntos básicos. Considero que es muy útil preguntarse y contestar algunas de las siguientes preguntas: ¿Qué es Dios? ¿Quién soy yo? ¿En qué consiste mi vida? ¿Qué o quién controla mi vida? ¿Dónde vivo? ¿Cuál es la naturaleza del universo? ¿Qué es la Mente? ¿Qué tiene influencia sobre mi experiencia? Cuando identificamos espiritualmente cada aspecto de nuestra vida, anulamos automáticamente toda pretensión de que existe otro poder. Estamos viendo que, debido a que estamos gobernados por la Mente, la única Mente, no podemos ser influidos por ninguna de las pretensiones de la mente mortal porque no hay mente mortal. Cuando afirmamos correctamente la naturaleza espiritual de nuestra identidad, vemos que no podemos estar sujetos a la mortalidad: la enfermedad, la muerte y el pecado. Cuando nuestro pensamiento se vuelve claro y se llena de realidades espirituales, demostramos cada vez más que la Mente divina es nuestra defensa contra cualquier sugestión en sentido contrario. No creemos estas sugestiones aunque se presenten en nuestro pensamiento. Podemos comprobar que rechazamos espontáneamente todo aquello que pretende tener existencia aparte de Dios y de la semejanza de Dios. Estamos protegidos en el sentido más elevado.
Además de las nociones generales acerca de cómo orar que se mencionan aquí, también debemos ser obedientes y tomar en cuenta cualquier tema específico que acuda al pensamiento. Prestamos atención para percibir cómo debe ser exactamente nuestra oración. Puede que oremos para comprender que no se nos puede inducir a creer que la enfermedad es real, contagiosa o epidémica. O tal vez se nos presenta con fuerza la necesidad de defendernos de la creencia de que pueden ocurrir accidentes. Cuando aparece un pensamiento específico que nos urge a defendernos, es importante que al orar por la situación, apliquemos las verdades acerca de Dios y el hombre hasta que el argumento ya no nos produzca temor ni preocupación. Llegado este punto, podemos considerar que el poder de Dios se está haciendo cargo.
Todo lo expuesto sobre el tema de la defensa espiritual, es como si apenas hubiésemos arañado la superficie. Cada día puede traer nueva inspiración y desarrollo. Tenemos el derecho de descubrir que es una tarea interesante que nos eleva y fortalece. No es algo que nos obliga a trabajar tenazmente sin descanso, mientras sentimos que estamos varados en un sendero trillado. Es una tarea que, si la llevamos a cabo con fe, nos proporciona un gozo inmenso. Además, nos da la seguridad consciente de que Dios, el Amor divino, siempre nos mantiene a salvo, total y permanentemente.