Cuando En 1964 me preparaba para contraer matrimonio, no era obligatorio que se hiciera ningún tipo de examen médico en mi país de origen, Brasil. Por lo tanto, no conocía cuál era mi grupo sanguíneo ni el factor Rh.
Durante mi primer embarazo, cumpliendo con las leyes argentinas, tuve una consulta con el obstetra e hice los exámenes que me exigía ese país. Allí me enteré de que mi grupo sanguíneo no era compatible con el de mi esposo. Este hecho, me dijeron, debía tomarse muy en cuenta, ya que podría causarle ictericia al bebé en el momento de nacer, pudiendo llegar a ser necesario que le cambiaran la sangre.
Lo primero que hice al saber esto fue recurrir a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara a entender más acerca de Dios y del hombre, por medio de la oración.
Oramos juntas, y estudié con ahínco para conocer el verdadero origen espiritual del hombre, y para comprender más sobre la presencia y protección de Dios.
Estudié, entre otras cosas, el primer capítulo del Génesis y los Salmos 91 y 23. Sabía que Dios estaba gobernando esta situación, y que tanto yo como el bebé solamente podíamos expresar la salud y la armonía de la creación de Dios. También reflexioné sobre la definición de hombre, que se encuentra en las páginas 475–477 de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras de Mary Baker Eddy.
Mi esposo y yo no comentamos a nadie esta situación, y seguimos orando. Tuvimos la convicción absoluta de la unidad del hombre con Dios, y la certeza de la protección que brinda a Su creación.
Comprendí también que ni yo ni el bebé dependíamos de otra ley que no fuera la ley del Amor. Yo estaba absolutamente segura en mi corazón de que este bebé, como la expresión de la imagen y semejanza de Dios, no necesitaba nada, y que él estaba siempre sano y completo. Tuve que someterme a los exámenes periódicos de sangre, pero en cada oportunidad que lo tenía que hacer, me mantenía tranquila y confiaba en Dios.
El nacimiento fue normal, y la bebé no sufrió ninguna dificultad. No me cabe ninguna duda de que esto fue gracias al estudio y a la aplicación práctica de la Ciencia Cristiana, lo que me brindó la habilidad de tener una absoluta confianza en el poder de Dios.
Una creencia médica muy arraigada es la de que alguien en mi situación no puede tener más de dos hijos. Ahora tenemos cinco hermosas hijas, y ninguna de ellas presentó ninguno de los síntomas que les pronosticaron. Siempre han estado saludables, y han expresado continuamente cualidades como ingenio, belleza e inteligencia.
Esta experiencia me ha enseñado que la ley divina prevalece sobre toda ley material y médica, y que cuando confiamos absolutamente en Dios, nada puede perjudicarnos. Aprendí que Dios gobierna cada situación humana y que para El todos las cosas son posibles.
Buenos Aires, Argentina
Los hechos ocurrieron tal como los ha relatado mi esposa, y estoy muy agradecido a Dios por su amoroso cuidado.