Cuando Mi Esposa y yo nos jubilamos, quisimos dedicarnos a servir como voluntarios en la Ciencia Cristiana. Oramos en busca de dirección, reconociendo que “el deseo es oración”, como dice en la primera página de Ciencia y Salud: “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y en acciones”. Nos enteramos que había un programa para voluntarios en un sanatorio de la Ciencia Cristiana y en poco tiempo estábamos trabajando en una labor muy gratificadora.
Mis tareas incluían levantar cajas pesadas en una bodega. Como durante años me había desempeñado como redactor de una revista de seguros relacionados con propiedades y accidentes, estaba familiarizado con las demandas de seguros por accidentes ocurridos al levantar cargas pesadas. Me sentía contento de que no había experimentado molestia alguna al levantar pesos, pero no le di a Dios crédito por mi bienestar. Al poco tiempo, al levantar una caja, sentí un agudo dolor en la cintura. En un primer momento, me alarmé porque estaba solo y no había nadie que me ayudara. Después me di cuenta de que Dios estaba allí mismo y que Su ayuda era todo lo que necesitaba. De inmediato afirmé que toda mi actividad estaba protegida por la Mente divina, y que, según dice Pablo en Hechos: “En él vivimos, y nos movemos, y somos” (17:28). Me encontraba bajo la jurisdicción de la Mente divina, por más desagradable que pareciera ser cualquier situación humana.
Oré para comprender mejor que la Mente era mi creador, así como la que me mantenía. Aun así, el mejoramiento fue lento, y no era fácil encontrar una posición cómoda tanto de pie como recostado. Llegué a pensar que ésta podría ser una lesión permanente, que tendría que “aprender a vivir con ella”. Reconocí que ésta era una mera sugestión mental agresiva, y me sentí agradecido por haber estudiado el Estatuto del Manual de La Iglesia Madre titulado “Alerta al deber” (Artículo VIII, Sección 6). En parte, este Estatuto aconseja a los miembros de la Iglesia a “defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva”. Me di cuenta de que estas sugestiones no eran más que pensamientos que trataban de debilitar la inseparabilidad de Dios y el hombre, algo que jamás puede ocurrir.
La oración me llevó a preguntarme si el bienestar físico era el propósito principal al buscar la curación. Esto me hizo comprender que era importante mirar más allá de las circunstancias físicas hacia las realidades espirituales sobre mí mismo, y me puse a estudiar en profundidad la Biblia y Ciencia y Salud.
Mi esposa me ayudaba con su oración, y ambos afirmamos continuamente la libertad que Dios me había otorgado y que ninguna circunstancia me podía quitar. Pude seguir trabajando, aunque no levantaba cajas. Al poco tiempo sané por completo y pude seguir levantando muchas cajas pesadas que contenían documentos para ser destruidos. Tiempo después presté ayuda para llenar bolsas de arena que servirían de diques para contener las inundaciones en el medio oeste nortea-mericano.
En otra oportunidad, durante varios días sentí una sensación interna extraña, y a los pocos días comencé a tener pérdidas de sangre del recto, de lo que parecía ser una herida abierta. Reconociendo nuevamente que soy una idea espiritual de Dios, no un mortal material, hice todo lo posible por no pensar en esos síntomas. Me di cuenta de que nada podía impedirme que prestara servicios como Lector sustituto en mi iglesia filial, porque esta tarea era una oportunidad de apoyar a la Ciencia Cristiana. La misma Mente divina que sostenía al culto religioso también cuidaba de mí, manteniendo mi perfección espiritual. Con la oración, a los pocos días todas las funciones eran normales, y así han permanecido; y la herida también sanó.
En testimonios anteriores, que fueron publicados en las revistas de la Ciencia Cristiana, compartí curaciones que tuve en un período de tres meses: una gripe crónica, frecuentes dolores de cabeza y más de una docena de problemas físicos, incluso dificultad para respirar, el no poder caminar, el hablar incoherentemente, una aguda constipación y piernas hinchadas. Todas estas curaciones han sido permanentes.
Siento regocijo por todas estas curaciones, dan testimonio del valor de nuestra persistencia al declarar la perfección espiritual del hombre. Al orar para obtener un entendimiento más claro de la relación inquebrantable que existe entre Dios y el hombre, se fortalece mi convicción de que el hombre no es un mortal sujeto a las leyes de la existencia material. Esta convicción trae progreso espiritual.
Laguna Hills, California, E.U.A.
Poned la mira en las cosas de arriba,
no en las de la tierra... No mintáis los unos a los otros,
habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos,
y revestido del nuevo, del cual conforme a la imagen
del que lo creó se va renovando hasta
el conocimiento pleno.
Colosenses 3:2, 9, 10
