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Cuando Mi Esposa y yo nos...

Del número de septiembre de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Mi Esposa y yo nos jubilamos, quisimos dedicarnos a servir como voluntarios en la Ciencia Cristiana. Oramos en busca de dirección, reconociendo que “el deseo es oración”, como dice en la primera página de Ciencia y Salud: “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y en acciones”. Nos enteramos que había un programa para voluntarios en un sanatorio de la Ciencia Cristiana y en poco tiempo estábamos trabajando en una labor muy gratificadora.

Mis tareas incluían levantar cajas pesadas en una bodega. Como durante años me había desempeñado como redactor de una revista de seguros relacionados con propiedades y accidentes, estaba familiarizado con las demandas de seguros por accidentes ocurridos al levantar cargas pesadas. Me sentía contento de que no había experimentado molestia alguna al levantar pesos, pero no le di a Dios crédito por mi bienestar. Al poco tiempo, al levantar una caja, sentí un agudo dolor en la cintura. En un primer momento, me alarmé porque estaba solo y no había nadie que me ayudara. Después me di cuenta de que Dios estaba allí mismo y que Su ayuda era todo lo que necesitaba. De inmediato afirmé que toda mi actividad estaba protegida por la Mente divina, y que, según dice Pablo en Hechos: “En él vivimos, y nos movemos, y somos” (17:28). Me encontraba bajo la jurisdicción de la Mente divina, por más desagradable que pareciera ser cualquier situación humana.

Oré para comprender mejor que la Mente era mi creador, así como la que me mantenía. Aun así, el mejoramiento fue lento, y no era fácil encontrar una posición cómoda tanto de pie como recostado. Llegué a pensar que ésta podría ser una lesión permanente, que tendría que “aprender a vivir con ella”. Reconocí que ésta era una mera sugestión mental agresiva, y me sentí agradecido por haber estudiado el Estatuto del Manual de La Iglesia Madre titulado “Alerta al deber” (Artículo VIII, Sección 6). En parte, este Estatuto aconseja a los miembros de la Iglesia a “defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva”. Me di cuenta de que estas sugestiones no eran más que pensamientos que trataban de debilitar la inseparabilidad de Dios y el hombre, algo que jamás puede ocurrir.

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