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Desde Muy Pequeña y hasta...

Del número de septiembre de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Desde Muy Pequeña y hasta la edad de veinte años asistí regularmente a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Llegué a amar y a confiar en todo lo que aprendí allí, y me esforcé por poner en práctica las enseñanzas de la Ciencia Cristiana a lo largo de todos estos años.

Una prueba muy interesante acerca de mi continuo buen estado de salud fue que cuando decidí jubilarme después de trabajar treinta y seis años en un sistema escolar de una ciudad muy grande, descubrí que había acumulado los suficientes días para tomarme un año sin trabajar con pago, antes de que empezara a recibir mi jubilación.

Si bien la curación de enfermedades físicas es una parte integral de la práctica de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy en Rudimentos de la Ciencia Divina dice: “El sanar las enfermedades físicas es la mínima parte de la Ciencia Cristiana. Es sólo la llamada de clarín al pensamiento y la acción, en la esfera más alta de la bondad infinita” (pág. 2).

Después de completar mis estudios académicos en educación quería enseñar en el sistema educativo que acabo de mencionar. Para poder ingresar, era necesario dar un examen que duraba seis horas durante dos días. Más de tres mil personas solicitaron dar el examen, y solamente alrededor de setecientas personas, con las calificaciones más altas, recibirían licencia para poder enseñar. Yo no fui una estudiante brillante, pero fui consciente y obediente. Reconociendo que había hecho todo lo humanamente posible para prepararme para el examen, puse mi pensamiento en claro comprendiendo que yo expresaba a la Mente divina y que, por lo tanto, podía expresar inteligencia. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy dice que “la devoción del pensamiento a un objetivo honrado hace posible alcanzarlo” (pág. 199). De modo que entré al salón donde se tomaba el examen con calma y seguridad.

Mi calificación estuvo entre las primeras cincuenta, y pasé muchos años felices y productivos enseñando en este sistema escolar.

Algunos años después, conocí a un hombre con un estilo de vida y costumbres parecidos a los míos. Congeniamos muy bien y desarrollamos una relación muy feliz. Después de pensarlo bien y de haber orado, decidimos casarnos.

Yo fui hija única y siempre estuve muy apegada a mis padres. Ellos se opusieron mucho a que me casara y me fuera de casa. Tuve que orar profundamente, y escuchar con humildad, para poder oír lo que mi Padre-Madre Dios me estaba diciendo sobre esta situación. Como consecuencia, mi novio y yo decidimos seguir adelante con nuestros planes. Compramos una casa a poca distancia de la casa de mis padres y pude pasar dos horas diarias con ellos todas las tardes.

Seis meses después de que me casé, mi madre me llamó por teléfono y me preguntó si queríamos visitarlos. Fuimos, y el conflicto causado por sus objeciones anteriores se disolvió sin discusión alguna. A partir de entonces, las relaciones familiares fueron muy armoniosas.

Gracias a nuestro matrimonio, mi esposo y yo pudimos ayudar no solo a mis padres, sino también a otros miembros de nuestras familias, en maneras que habrían sido imposibles si no hubiésemos establecido nuestro propio hogar. Lo que bendice a una persona debe bendecir a todos los hijos de Dios.

La Ciencia Cristiana es una religión en la que uno puede depender todos los días, en todos los aspectos de la vida. Es el bastón en el que mi esposo y yo nos apoyamos. No es de extrañar entonces que simples palabras no sean suficientes para expresar nuestra gratitud. ¡Dejemos que nuestra vida testifique la verdad que sabemos!


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