Cuando Era Una joven estudiante universitaria, una revista semanal de noticias publicó un artículo escalofriante en el que predecía los efectos desastrosos que todos íbamos a padecer a causa de la migración de “abejas asesinas” que había ocurrido en América del Sur. Con detalles gráficos, su autor trazaba el curso de su desplazamiento, que se esperaba sería hacia el norte, y describía las muertes inevitables que se producirían como resultado de su llegada. Yo estaba tan impresionada por esta visión “profética” que recuerdo haber pensado que tal vez lo más sabio sería permanecer siempre en el norte, donde el clima no es tan hospitalario para esas abejas.
Muchos años después, vi los primeros informes de la llegada de esas abejas a Texas. Contrariamente a los pronósticos de la comunidad científica, las abejas asesinas, si bien aún eran consideradas peligrosas, se las veía ahora como una amenaza de poca importancia en comparación con lo que inicialmente se había anunciado de un modo tan rotundo y sensacionalista. Algunos informes aseguraban que ese cambio se debía a la cruza de esas abejas con otras especies más domesticadas del hemisferio occidental durante su viaje hacia el norte.
¿Es esto simplemente un ejemplo de predicciones humanas que tomaron un curso erróneo, o implica mucho más?
La práctica de la profecía y de la predicción de sucesos futuros ha sido, desde hace mucho, parte de la historia humana y sus temas principales han oscilado desde lo insondable hasta lo catastrófico. La llegada del Mesías fue profetizada en el Antiguo Testamento. En contraste, la destrucción de la tierra ha sido anunciada innumerables veces. Actualmente nuestra sociedad está inundada de profecías de que la tierra está sentenciada por todo tipo de razones, ya sea porque alguna enfermedad incontrolable va a diezmar a la población o porque el índice de natalidad crecerá de tal manera que destruirá nuestros recursos naturales e incluso a nosotros.
Es cierto que debemos estar alertas y vigilantes para impedir intromisiones en nuestro pensamiento. Pero también debemos estar en condiciones de discernir cuál es la verdad y de qué manera podemos distinguirla de las predicciones falsas. La confianza en la profecía se debe determinar evaluando el fundamento sobre el cual se basa. ¿Cuál es su origen? ¿Emerge exclusivamente de conocimientos humanos, de observaciones y cálculos humanos? ¿O proviene del discernimiento que proporciona la oración y la revelación espiritual?
La Sra. Eddy establece claramente la diferencia entre la base mortal y la espiritual de la profecía cuando declara: “Los antiguos profetas lograron su previsión desde un punto de vista espiritual e incorpóreo, no presagiando el mal ni confundiendo la realidad con la ficción, o sea, prediciendo el futuro desde una base de corporalidad y de creencias humanas”.Ciencia y Salud, pág. 84. Por otra parte, ella define el conocimiento material como “el testimonio que se obtiene de los cinco sentidos corporales; mortalidad; creencias y opiniones; teorías, doctrinas e hipótesis humanas; lo que no es divino y es el origen del pecado, de la enfermedad y de la muerte; lo opuesto de la Verdad y de la comprensión espirituales”.Ibid., pág. 590.
Cuando estamos preparados para reconocer la diferencia entre el planteo del conocimiento material y el conocimiento espiritual, podemos llegar a discernir la naturaleza incorpórea e indestructible de la creación de Dios, no del hombre. Mientras la humanidad esté condicionada a aceptar sólo el testimonio de los cinco sentidos, le será muy difícil hasta siquiera concebir el concepto de un Padre-Madre Dios lleno de amor, que protege y cuida a todos Sus hijos. Por lo tanto, no nos debe sorprender que las profecías de males y carencias hayan estado continuamente presentes en la historia humana, desde las playas de Galilea en el siglo primero, hasta los países tecnológicamente más ricos del siglo XX.
Contrariamente a las predicciones de muchos en la época de Colón, jamás hemos caído fuera de los confines de la tierra, a pesar de haber navegado tantas veces. Pese a las predicciones de la década del cuarenta de que habría una larga lucha, Europa emergió de los efectos demoledores de la Segunda Guerra Mundial en una sola generación. Y a pesar de las expectativas de la mayoría, el muro de Berlín cayó y se puso fin a la guerra fría.
Si las profecías más recientes se hubiesen cumplido, la lluvia ácida habría destruido por completo las montañas Adirondack (al noroeste del Estado de Nueva York); el monte St. Helen (en el Estado de Washington) sería una zona permanentemente devastada por la actividad volcánica, y en la actualidad estaríamos sufriendo los efectos de una catástrofe climática mundial debido a los incendios de los pozos petroleros de Kuwait.
Es indudable que todas estas predicciones fueron hechas de buena fe y se basaron en probabilidades que provenían del conocimiento material de la comunidad científica. Ahora bien, ¿en qué medida estamos realmente dispuestos a confiar en una información basada únicamente en lo que nos informan los cinco sentidos?
¿Por qué razón estas conjeturas y predicciones de desastres tienen aparentemente el poder de mantenernos como rehenes del temor? La respuesta se basa fundamentalmente en la creencia mortal de que existe un poder superior a Dios que puede desencadenar la destrucción. Quienes confían en Dios deben luchar diariamente contra esa falsa premisa comúnmente aceptada. La autoridad que poseemos para hacerlo, y de este modo oponernos a la opinión pública que prevalece, proviene de la vida y las enseñanzas de Cristo Jesús.
Durante su permanencia en la tierra, el Maestro desafió constantemente toda suposición o predicción humana que pudiese sugerir que el hombre puede ser separado de Dios, incluso aquellas relacionadas con la enfermedad, la inmoralidad, la carencia, los desastres naturales y la muerte. Jesús se negó a aceptar como realidad las conclusiones del conocimiento humano o de la evidencia de los cinco sentidos.
Cuando sus discípulos despertaron a Jesús mientras dormía en una barca que corría peligro de hundirse en un mar embravecido, él rechazó instantáneamente las afirmaciones de sus discípulos de que todos los que se hallaban en esa barca iban a perecer. Tampoco se basó en el testimonio de sus ojos ni de sus oídos para evaluar debidamente la situación. En vez de eso, mirando más allá de lo que veía y oía, ¡exigió que cesara la tempestad! Véase Marcos 4:37–39. La respuesta de Jesús no estaba basada en la lógica humana, sino en su comprensión del Principio divino de la armonía que gobierna al hombre y al universo. Como escribe el salmista: “Por tanto, no temeremos.. . aunque bramen y se turben sus aguas.. .” Salmo 46:2, 3. Sin tomar en cuenta el saber popular sobre el mar, adquirido durante generaciones de conocimiento humano, el Maestro aceptó y afirmó de inmediato el poder absoluto que tiene Dios sobre la discordancia. El resultado fue que la pequeña barca y sus pasajeros estuvieron a salvo sobre las aguas repentinamente tranquilas.
Cuando la necesidad determinó que las multitudes fuesen alimentadas en el desierto, donde no había alimento alguno, Jesús no aceptó el consejo de sus preocupados discípulos, de enviar a la muchedumbre a sus casas. Tampoco preguntó qué hacía falta para satisfacer las necesidades del gentío que se había reunido. El Maestro era un estudiante consagrado de las Escrituras y sabía de la provisión que Dios había puesto al alcance de los hijos de Israel en el desierto de Sinaí. Desafiando la suposición humana de que la provisión era insuficiente y actuando de acuerdo con la promesa bíblica de que Dios ciertamente pondría mesa en el desierto, preguntó: “¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo”. Marcos 6:38. Cuando los discípulos le trajeron solamente cinco panes y dos peces, Jesús los bendijo, mirando más allá de los puntos de vista del sentido material para ver la infinita provisión espiritual de Dios. La realidad de la abundancia reemplazó la premonición de carencia.
Al igual que Jesús, debemos aceptar y reconocer interiormente el poder supremo del único Dios y estar dispuestos a negar con firmeza y de inmediato las numerosas predicciones que se publican y que tienen sus raíces en el conocimiento humano. Al mismo tiempo, debemos permanecer espiritualmente alertas a los desafíos que se presentan a diario y requieren curación.
Hoy en día las noticias presentan a menudo los peores panoramas de las situaciones que afectan al público. Estos informes hacen que la gente lea los periódicos y vea la televisión, donde se nos informa acerca de cada dolencia y de cada pérdida que el conocimiento humano cree que nos aguarda cada mañana. En nuestras oraciones podemos recordar que esto no es una nueva inclinación al mal, sino más bien la continuación de un tema antiguo que sostiene que la humanidad puede encontrarse en una situación que está fuera del alcance de la ayuda de Dios. ¡De una u otra manera, esto ha sido y siempre será la pretensión de los sentidos materiales! Pero el afirmar nuestra relación espiritual con Dios nos permite poner nuestras manos en las de El y confiar en Su habilidad para protegernos y salvarnos. Nosotros tenemos la habilidad que nos ha otorgado Dios para hacer frente a las arenas movedizas que prevalecen en la opinión pública.
Mi mamá me comentó que a comienzos de este siglo, cuando era una muchacha joven, concurría a reuniones que celebraban predicadores protestantes, durante las cuales se predicaba y se predecía que el fin del mundo estaba cerca, como algo que podía suceder de un día para el otro. Ella me decía que la muchedumbre estaba hipnotizada por la constante repetición de esas predicciones. La generación de ella estuvo atrapada por la convicción y el magnetismo personal de los fanáticos. Nuestra generación parece estar mesmerizada por la masiva acumulación y divulgación de “creencias y opiniones; teorías, doctrinas e hipótesis humanas”.
Al llegar a este punto, algún escéptico puede cuestionar el valor de la metafísica al tratar con “la realidad” de los desastres naturales o los efectos de las guerras que comúnmente azotan el mundo. Cuando Mary Baker Eddy estableció su Iglesia, no ignoraba los males que parecían rodear a los que vivieron a fines del siglo XIX. Los vio tal cual eran: sugestiones impuestas en el pensamiento humano, derivadas del temor, del pecado, de la ignorancia o de la falsa información recogida por los cinco sentidos. La Sra. Eddy enseñó que el bien, Dios, el Espíritu, no solamente era Todo, sino la única realidad y el único poder, y que el mal era una ilusión o una mentira. Operando dentro de la estructura de estas enseñanzas y sus demostraciones prácticas, uno de sus alumnos declaró enfáticamente que si un hombre se estuviese ahogando en medio del océano, sin que hubiese aparentemente ninguna ayuda humana a su alcance, la aplicación correcta de la ley de Dios proporcionaría el medio que le permitiría salvarse. La Sra. Eddy nunca consideró que la Ciencia Cristiana fuese relegada al campo de las discusiones filosóficas. Ella no sólo esperaba que estuviese al servicio inmediato y sanador de toda la humanidad, sino que lo exigía.
La Sra. Eddy aconsejó personalmente a sus alumnos, y lo dejó establecido en el Manual de la Iglesia, que se resistan a aceptar las opiniones públicas que prevalecen. Es preciso que los miembros de la Iglesia encaren como un deber diario defenderse por medio de la oración contra las sugestiones mentales agresivas, Véase Manual, Art. VIII, Sec.6. categoría que incluye todas las predicciones y pronósticos que intentan colocar a la humanidad fuera del alcance de Dios. No interesa si el vaticinio se refiere a la enfermedad, a un mal del ambiente o a la economía; no hay restricciones para el poder de la oración.
La vida y las enseñanzas del Maestro impartieron vitalidad a la religión con la capacidad de dar respuestas a las necesidades del mundo. Pero hasta que esta realidad sea reconocida, la especie humana continuará sintiendo temor por el mañana. En Ciencia y Salud leemos: “Las ideas cristianas presentan ciertamente lo que las teorías humanas excluyen — el Principio de la armonía del hombre”.Ciencia y Salud, pág. 170. Esta armonía espiritual siempre presente, es lo suficientemente poderosa para silenciar los falsos argumentos de la sabiduría humana. La protección y el dominio divinos que invocó Cristo Jesús en el desierto y en el mar de Galilea, no solo continúan en vigencia hoy en día, sino que están al alcance de todos y de cada uno de nosotros.
¡No hay razón para sentir temor por el mañana!
