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El Año Pasado estaba en...

Del número de noviembre de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El Año Pasado estaba en un viaje de negocios, y lo estaba disfrutando mucho. Pero al cuarto día tuve un problema intestinal. Mi primer pensamiento fue recurrir a Dios en busca de ayuda. Inmediatamente después de eso pensé en todas las causas posibles para tener esta condición: ¿habría sido la comida, el agua? ocupé buena parte del día debatiendo sobre posibles causas y soluciones.

Al igual que el sarpullido, este problema de relación se estaba volviendo cada vez más grande.

En un principio oré a Dios para que hiciera que mi cuerpo funcionara normalmente, pero éste no era el enfoque correcto, y por lo tanto, me encontré nuevamente haciendo lo mismo, sin éxito, durante gran parte del día siguiente. Entonces volví mis pensamientos completamente a Dios, esta vez orando para saber qué necesitaba saber. Clara e inmediatamente tuve el pensamiento de que si el hombre es espiritual y no material, yo no estaba tratando de cambiar a la materia de anormal a normal; yo sólo estaba orando para comprender mejor la verdad de Dios. La curación fue rápida y completa; pude terminar las próximas tres semanas en perfecta salud, y realizar todo mi trabajo.

Aproximadamente ocho meses más tarde, un colega, un médico, nos estaba advirtiendo sobre los riesgos del cólera, el cual dijo es a veces fatal si no se atiende. Me di cuenta de que yo había tenido todos los síntomas de los cuales él hablaba. Me sentí muy complacido de ver cómo la Ciencia Cristiana es útil en cualquier situación, y de que no necesitamos temer ningún mal.

Hace algunos años, estando lejos de casa, me brotó un fuerte sarpullido en los muslos. Oraba de cuando en cuando, pero no estaba muy alarmado en un principio, ya que no me causaba incomodidad.

Mientras que mi algo equivocado enfoque de la oración mitigaba mi temor y aliviaba la picazón, el sarpullido se extendía. Al regresar a los Estados Unidos no podía usar pantalones cortos más arriba de la rodilla debido al sarpullido.

En esa época también tenía un problema con un miembro de mi familia. Habíamos tenido un enfrentamiento el día antes que me fuera de viaje, y a mi regreso las cosas no mejoraron, aun habiéndome yo alejado tres mil doscientos kilómetros.

Al igual que el sarpullido, este problema de relación se estaba volviendo cada vez más grande. Yo no reconocía mi propia identidad como el hijo perfecto de Dios, y, por ende, no veía a este miembro de la familia de esa manera. Cuando me di cuenta, comprendí que estaba concentrándome en la cosa incorrecta: estaba tratando de resolver los ”problemas” específicos como si fueran males reales, en lugar de comprender que sólo sanarían si percibía su divina irrealidad. Necesitaba tener una comprensión más elevada, más espiritual de la realidad espiritual.

Recurrí a Dios pidiéndole sinceramente que me mostrara qué debía hacer.

Escribí una carta a esta persona, aclarando simplemente la verdadera relación que teníamos el uno con el otro, y con Dios. Era evidente que éste era el punto importante; ella pronto me telefoneó y ambos vimos que teníamos nuestras propias vidas que vivir y que no deberíamos intentar influenciar tanto el uno al otro. Muy pronto me di cuenta de que el sarpullido se había desvanecido completamente. No dejó cicatrices; había sido bendecido con una curación completa.

Poco después una amiga que había visto el sarpullido y me había recomendado tratamiento médico en su momento, me preguntó cómo estaba. Cuando le dije, se vio confundida y dijo: “Sabes, tenías culebrilla y me sorprende que no estés muerto”.

Me siento feliz de contar que mi relación con mi querida pariente se mantiene feliz, alegre y amorosa. Compartimos mutuamente nuestros descubrimientos y curaciones en la Ciencia Cristiana, y sentimos respeto mutuo.

Hace algún tiempo el alcohol y las drogas me daban un sentimiento de individualidad. Había sido criado en la Ciencia Cristiana y sabía que el ser controlado por sustancias extrañas no estaba de acuerdo con sus enseñanzas. Sin embargo, yo estaba decidido a ser la excepción. Yo quería demostrar que uno podía ser Científico Cristiano y fumar de vez en cuando. Después de todo, yo no era dependiente, ni estaba controlado por nada, ¿no es así?

La respuesta fue que “si”, que me estaban controlando. Yo siempre había querido crecer en la Ciencia Cristiana, entonces ¿por qué no había asistido a la iglesia en más de un año? Porque tenía vergüenza de presentarme en la iglesia con alguna secuela, o peor aun ebrio o apedreado, o ambos.

La insistencia amable (pero firme) de mi madre me guió a ir a la iglesia un domingo, y mientras estaba sentado esperando que comenzara el oficio, algo que me había estado rondando por casi veintiséis años me vino al pensamiento nuevamente. ¿Qué estaba yo haciendo con mi vida? ¿Cuál era mi dirección? Había hecho mucho, pero mi vida parecía siempre estar “a la espera”. Luego supe que había sólo un lugar donde encontrar la respuesta, y recurrí a Dios pidiéndole sinceramente que me mostrara qué debía hacer.

Después tomé el Trimestral del asiento, y leí los Artículos de Fe de la Ciencia Cristiana. Yo los había leído varias veces, y siempre habían tenido sentido para mí. Pero esta vez me llamó más la atención: “Y solemnemente prometemos velar, y orar por que haya en nosotros aquella Mente que hubo también en Cristo Jesús; hacer con los demás lo que quisiéramos que ellos hicieren con nosotros; y ser misericordiosos, justos y puros” (véase Ciencia y Salud, pág. 497).

No pude evitar preguntarme: “¿Soy misericordioso, justo y puro?” Ciertamente, ayudaba a otros, trataba de ser justo conmigo mismo y con aquellos que me rodeaban. ¿Pero era puro?

Agaché la cabeza, sabiendo que había cosas en mi vida que estaban fuera de control. Entonces percibí que algo muy refrescante penetraba en mi ser adonde había existido un vacío. Disfruté del oficio y fui sintiendo que caminaba en el aire. Sabía que había sido sanado de algo, aunque aun no era claro exactamente de qué.

Poco después estaba en una fiesta con unos amigos, y cuando se me ofreció una bebida, no sentí la tentación que había tenido anteriormente. De hecho, no tenía ningún deseo de beber alcohol. Y cuando desistí, no fui enfrentado con ofensas ni negatividad. Mis amigos respetaron mis deseos y dejaron el tema.

He descubierto que cuando recurro a Dios con sinceridad y humildad, Él siempre responde. El haber quitado de mi vida para siempre el alcohol y las drogas ha aclarado mi visión. Ahora sé mi dirección, y estoy ansioso de seguir adelante.



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