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“...ésta es la vida eterna”

Del número de noviembre de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Un Tiempo, en un lugar donde nos hospedábamos durante las vacaciones, me desperté un día con el ruido del agua que goteaba sobre unas latas, en la ventana del cuarto. Como era muy de madrugada, me sentí irritada con ese ruido, porque quería dormir un poco más. Pero en ese mismo momento observé que había un enorme árbol junto a la ventana, donde había pájaros que cantaban con el alegre alboroto del amanecer.

Había dos sonidos distintos al mismo tiempo: el agua que goteaba y el canto de los pájaros. Yo podía prestar atención al que quisiese oír. Estuve atenta al gorjeo de los pájaros y me esforcé por distinguir los diferentes trinos. Cuando me di cuenta, ya no oía el barullo de las latas y ya no estaba irritada por haberme despertado tan temprano.

Así como aquel día pude discernir el canto maravilloso de los pájaros, así también somos beneficiados cuando nos esforzamos por discernir la armonía que existe entre Dios y el hombre, aunque delante de nosotros haya un cuadro de discordia y dolor.

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