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Gratitud, una cualidad del Alma

Del número de noviembre de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es Posible Que esta escena le resulte familiar: un niño recibe un presente y se va muy contento. El padre o la madre lo llama y le recuerda: ¿qué es lo que se debe decir? El niño vuelve y dice: ¡Gracias!, y sale corriendo con su regalo. Así se nos enseña de pequeños a dar gracias por algo que hemos recibido.

Tener el pan de cada día, salud, un hogar, buenas cosechas, trabajo y amigos, son parte de las infinitas razones para estar agradecidos. Pero, si necesitamos recibir siempre algo para estar contentos, cuando no recibimos nada, ¿dejamos de tener una razón para estar agradecidos?

Es importante poder establecer la diferencia entre ser agradecidos, como norma de cortesía, y vivir con gratitud, como un estado de nuestro ser verdadero como hijos de Dios, el Alma divina.

Las enseñanzas de Cristo Jesús nos hablan de este último enfoque por el cual se expresa gratitud. Por ejemplo, cuando Jesús resucitó a Lázaro, primero dio gracias al Padre por oírlo siempre. También hizo lo mismo cuando alimentó a la multitud con unos pocos panes y peces: primero dio gracias, y luego repartió la comida. Este sentido de gratitud mostraba su permanente relación con el Padre. En la parábola del hijo pródigo lo indica claramente cuando el padre se dirige al hijo que se había quedado con él, y le dice: “Hijo, tú siempre estás conmigo, v todas mis cosas son tuyas”. Lucas.15:31.

La gratitud es inherente a la realidad de nuestro ser verdadero, es un estado de gracia y reverencia a Dios.

También en el Antiguo Testamento hay pruebas abundantes de la relación que Dios, el Amor, mantuvo con el pueblo de Israel al protegerlo de la persecución de Faraón, al alimentarlo en el desierto, y al conducirlo a la tierra prometida guiándolo de día con nubes y de noche con una columna de fuego. Moisés, con mansedumbre, aprendió a oír y a cumplir la voluntad de Dios. Él oró y mantuvo su pensamiento en comunión con Dios, que se reveló a él como “Yo Soy El Que Soy”, Véase Éx. 3:14. o el Espíritu infinito.

Vemos en este caso que Moisés y Cristo Jesús comprendían que el hombre está relacionado con Dios, y que esto es una realidad eterna. Esta realidad nos pertenece a todos, pues somos Sus hijos bienamados, y es tan verdadera como lo es en matemáticas, que dos por dos es cuatro, o dos al cuadrado también es cuatro. Esta presente relación con el Amor divino nos muestra que la gratitud es inherente a la realidad de nuestro ser verdadero, es un estado de gracia y reverencia a Dios. Y es mucho más que una mera regla de cortesía. El estar agradecidos nos habilita a recibir más de la gracia divina, en inspiración, en ideas, en sabiduría, porque Dios, la Mente divina, tiene a nuestra disposición una riqueza infinita de ideas y pensamientos completos, de cómo vivir siempre plenos.

Antes de conocer la Ciencia Cristiana pensaba que sólo se daban gracias al recibir algo o al lograr lo que me daba satisfacción. Estaba cerrado al concepto de gratitud como una muestra de mi relación con el Padre. Me consideraba a mí mismo como una persona que, habiendo tenido que trabajar desde la niñez, luchando contra la adversidad, me había hecho a mí mismo con esfuerzos y sacrificios personales.

Muchas veces, vivir con este pensamiento genera ingratitud, enceguece. Puede llevar al resentimiento, al ver que a otros les fue tan bien y lograron tan fácilmente lo que a uno le costó tanto sacrificio.

En este sentido es magnífico cómo la Biblia nos muestra que no son con las obras personales que nos justificamos o ganamos el cielo. Esto lo ilustró Cristo Jesús en la parábola del fariseo y el publicano. Véase Lucas 18:9. 4 1 Cor. 15:10. Y en sus propias obras, que Cristo Jesús realizaba en nombre del Padre, nos demostró que las hacía no por propia voluntad sino para hacer la voluntad de Dios. Sus obras eran el testimonio del amor y el poder de Dios. Él nos mostró que es por la fe y las obras en la gracia divina que ganamos el cielo, la armonía eterna.

Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana me ayudaron a cambiar esa rebeldía de no ver por qué tener gratitud, pensando que todo lo que necesitamos debemos obtenerlo con esfuerzos y sacrificios personales. Con el tiempo pude tener gratitud al adquirir otro concepto de Dios y del hombre, en términos espirituales y no materiales. Este cambio de pensar me abrió casi literalmente la ventana de los cielos — como dice la Biblia en Malaquías 3:10— para percibir cómo Dios derrama sobre nosotros tantas bendiciones hasta sobreabundar. Sobreabundar en provisión, en felicidad, en certeza, en fe, en fortaleza, en salud, en discernimiento espiritual. Fue descubrir como dice Pablo que “por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. Véase Hechos 17:28.

El saber que es por la gracia de Dios que somos lo que somos, nos libera tanto del orgullo de éxitos personales como del peso de falsas responsabilidades; de creencias de sacrificios, que requieren siempre de un mayor esfuerzo para el logro de nuestras metas. Es el comprender mejor a Dios como Espíritu siempre presente y como Amor que está siempre amando. Es comprender que no somos una consciencia separada de Él, ni que vivimos en un mundo hostil en el que nuestra supervivencia depende de situaciones especiales en que Él decida o no intervenir. Es llegar a discernir que “en él vivimos, nos movemos y somos”, pues somos linaje divino, como lo dice Pablo citando al poeta griego. 1 Tes. 5:18.

La gratitud, como una capacidad inherente a la realidad de nuestro ser verdadero, la poseemos todos como hijos de Dios, el Alma divina. El mandato bíblico es “Dad gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. 2 Cor. 9:15. Vivir en gratitud nos lleva a discernir espiritualmente en mayor medida, que la Mente divina, Dios, siempre nos gobierna, mostrándonos el camino, y esto nos libera de temores, de culpas y condenas, para gozar de la libertad que poseemos por derecho divino, y poder decir al igual que el apóstol Pablo: “¡Gracias a Dios por su don inefable!”7

Si bien es cierto que ninguna
ofrenda que se haga puede saldar
la deuda de gratitud para con Dios,
el corazón fervoroso y la mano
dispuesta no Le son desconocidos ni
dejados sin Su recompensa.

Escritos Misceláneos
por Mary Baker Eddy, pág. xi.

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