En Apariencia todo se veía igual esa mañana en el pequeño Café. Como de costumbre, el sol entraba a raudales por los ventanales que dan a la calle. Los estudiantes de música y de arte estaban apiñados alrededor de las mesas, como es su costumbre. Pero había algo diferente esa mañana. La atmósfera alegre y febril de siempre había desaparecido. La música clásica sonaba suavemente y la gente conversaba en voz baja. En el ambiente se percibía una quietud misteriosa.
Después alguien me contó lo que había sucedido. Unas horas antes había habido un accidente de tránsito cerca de ese lugar. Uno de los estudiantes, un joven callado y amigo de todos, había fallecido a consecuencia del accidente.
Aunque yo desconocía su nombre, a menudo había hablado con él como todos los demás lo hacían, y sentía que también era mi amigo. Así que ese sábado por la mañana permanecí en el Café más tiempo de lo acostumbrado, orando y poniendo en orden mis pensamientos.
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