Hay Ocasiones En La Vida en las que tenemos que enfrentar un problema imprevisto que requiere de una solución inmediata; un problema que nos toma de sorpresa y para el cual no estamos preparados, ya sea por la emergencia que crea, o por lo extraña que resulta su naturaleza a nuestro pensamiento o a nuestra experiencia. Fue esto lo que me ocurrió un verano cuando estaba de vacaciones junto al mar.
A la hora del almuerzo, en un día tórrido con vientos muy fuertes, vi una altísima lengua de fuego que se levantaba a lo lejos, detrás de una colina. Antes de que termináramos el almuerzo, el fuego se había acercado a nuestro pueblo. Necesitaba orar — y rápido — pero no sabía por dónde comenzar, la situación era totalmente extraña para mí.
Entonces comencé a ver el problema objetivamente, como es siempre bueno hacer. Empecé a orar, deseando fervientemente reconocer los ángeles de Dios, que como había aprendido cuando estaba en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, son pensamientos amorosos y sabios que Dios transmite al hombre. A medida que ponemos nuestro pensamiento en armonía con la Mente única — es decir, que dejamos de lado el temor, el enojo y otros elementos que no son espirituales, y ponemos nuestra confianza en Dios — siempre recibimos la inspiración que nos ilumina. Fue entonces que fui guiada a leer la definición de fuego del libro de texto, Ciencia y Salud de la Sra. Eddy: "Temor; remordimiento; lujuria; odio; destrucción; aflicción que purifica y eleva al hombre".Ciencia y Salud, pág. 586.
Yo sabía que cuando oramos siempre es importante reconocer el concepto — o la realidad — espiritual que está presente allí mismo donde aparenta haber una situación negativa. Desde el punto de vista humano, el fuego es un elemento destructivo. Aun así, cuando lo consideré metafísicamente comprendí que la situación en la cual me encontraba me daba ciertamente la oportunidad de purificar mi pensamiento. Orando, afirmé la presencia de Dios, de la Verdad purificadora, y reconocí que este hecho espiritual eliminaría el elemento destructivo.
Con una enorme llamarada el fuego envolvió el pequeño barranco cercano a nuestra casa...
La prueba concreta de lo importante que es orar de este modo, se encuentra en las enseñanzas de la Biblia. El libro de Daniel relata una ocasión en que tres hebreos cautivos fueron víctimas de un decreto injusto establecido por sus enemigos: aquel que adorase a Dios en lugar de al rey, sería condenado a morir en "un horno de fuego ardiendo". Dan. 3:6. Los celos y la injusticia humana no tuvieron poder gracias a la total fidelidad a Dios que tuvieron los tres hebreos.
El fuego no podía destruir a los hombres de Dios, que habían sido criados y educados bajo la ley del Espíritu, hombres que deseaban servir a Dios y no a la materia. No se quemó ni un solo cabello de sus cabezas, y ellos — así como el rey y su séquito — fueron testigos de la presencia salvadora de Dios.
Es cierto que el hombre tiene dominio sobre todos los elementos de la naturaleza, como dice la Biblia cuando Dios declaró: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra". Gén. 1:26. En verdad este dominio es nuestro por ser los hijos e hijas de Dios.
Mientras oraba, este pensamiento me resultó muy útil. En ese momento el fuego se había acercado tanto a nuestro pueblo, que fue necesario evacuar a la gente de sus casas. Pero no podíamos escapar por tierra por ninguna parte porque el fuego nos había rodeado. La única posibilidad era el mar, el cual estaba tremendamente agitado debido al viento. Mi esposo y yo teníamos una lancha anclada cerca de la casa, y bajamos con toda la gente que podíamos meter a bordo. En una situación así casi no hay tiempo de orar, pero mientras hacía lo que debía hacer, la verdad espiritual continuaba fluyendo en mi pensamiento, dándome una gran calma, a pesar de la gravedad de la situación.
Me venían a la mente estas palabras: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Mateo 18:20. No podía recordar dónde lo había leído, pero sabía que era la verdad. De hecho, son palabras de Cristo Jesús.
En toda circunstancia, aunque conozcamos poco de la Ciencia Cristiana, podemos mantener muy firme en el pensamiento lo que sabemos, y este conocimiento espiritual nos sostendrá. Dios es Todo y llena todo el espacio de bien. Esto es verdad tanto en el cielo como en la tierra. Dios es omnipotente en toda circunstancia, y muy adecuado para resolver cualquier situación.
Puesto que Dios es omnipresente, en verdad todos vivimos en la quietud y paz de Su presencia, en aquello que el Salmista llama el "abrigo del Altísimo". Salmo 91:1. Yo estaba consciente de la promesa de Dios de que ningún mal podía acercarse a quienes aman a Dios, Véase Salmo 91:10. y sabía que esta certeza protegía no sólo mi vida y mi casa, sino a todos mis vecinos también.
A esta altura, la tierra del interior estaba totalmente quemada, la playa adyacente a nuestro pueblo estaba envuelta en una nube de fuego y humo. El humo se dirigía a las embarcaciones que estaban cerca de la nuestra y que se mantenían alejadas de la costa aunque el mar estaba muy agitado. Con una enorme llamarada el fuego envolvió el pequeño barranco cercano a nuestra casa, lo quemó completamente y comenzó a acercarse a las casas.
Fue en aquel momento tan dramático que mi esposo dijo: "Zarpemos, si no el humo nos alcanzará y nos sofocaremos". Con mucha serenidad pensé: "Dios, en este momento realmente me gustaría ver lo que vas a hacer para solucionar la situación, porque ¡no hay más tiempo que perder!" Me invadió una gran curiosidad por saber lo que estaba por suceder, porque no me cabía la menor duda de que todos nos salvaríamos, incluso las casas.
Fue entonces que el viento que avivaba y daba fuerza y velocidad al fuego, se calmó, y esto permitió a un grupo de personas apagar las primeras lenguas de fuego que estaban entrando en el pueblo. La situación estaba bajo control; se salvaron las casas y nosotros pudimos desembarcar e ir a apagar los pequeños fuegos que había aquí y allá.
Era tarde por la noche, y antes de dormirme pensé que la salvación de Dios es permanente y no tiene interrupciones. Las llamas no podían volver. Cuando amaneció pudimos disfrutar de la alegría de la paz: el fuego fue apagado, y la gloria de Dios se había manifestado.
