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Hagamos un lugar para el Cristo durante la temporada de Navidad

Del número de diciembre de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En Muy Raras Ocasiones estuvo el mundo dispuesto a hacerle un lugar al Cristo. Ni ahora, ni hace dos mil años. Fue en ese entonces que un hombre llamado Jesús, trajo al mundo tanto amor y salvación, que la gente lo llamó "Jesucristo". Pero cuando Jesús nació en Belén, el pueblo lo recibió con frialdad. La posada local no le dio alojamiento a la familia de Jesús "porque no había lugar para ellos en el mesón". Lucas 2:7. Por lo tanto, la mamá de Jesús, María, tuvo que dar a luz en un establo. Y el Salvador de la humanidad, aclamado por el ángel de Dios como "Cristo el Señor", Lucas 2:11. pasó sus primeras horas terrenales en un pesebre.

La mayor parte de las multitudes que habían llegado a Belén para empadronarse, ignoraban el nacimiento del Mesías. No tenían la menor idea del extraordinario fenómeno que había anunciado su llegada: la estrella resplandeciente, que inundaba con su luz el establo donde dormía el bebé, y el coro de ángeles que anunciaba en el campo las buenas nuevas.

Pero hubo hombres santos, de lejanas tierras, que vieron la estrella, y algunos pastores de los alrededores del pueblo, que escucharon el anuncio de los ángeles. Esos pastores, humildes y de buenos sentimientos, eran gente que se dedicaba a hacer vigilia y estaban dispuestos a escuchar los mensajes de Dios, durante casi toda la noche. Cuando se enteraron del nacimiento del Salvador, fueron de inmediato a adorarlo. Y luego, se fueron "glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto". Lucas 2:20.

Durante el período en que Jesús llevó a cabo su ministerio en Israel, sólo los pensadores más humildes y los más dispuestos a aceptarlo, permitieron que el Cristo fuera parte de su vida. La mayor parte de la gente no aceptó fácilmente "el camino, y la verdad, y la vida" Juan 14:6. que predicaba Jesús. En sus corazones, no había lugar para un maestro a quien no le interesaba el prestigio ni el poder personal, ni tampoco la teología tradicional. Ellos no veían que fuese necesario un Salvador que estaba más interesado en la curación de la enfermedad, el pecado y el sufrimiento, que en luchar por la libertad política. Querían un Mesías que expulsara a los romanos de sus tierras y no a un sanador de palabra suave que los instaba a amar a sus enemigos.

Pero hubo gente que permitió que el mensaje simple y sincero de Jesús entrara en sus corazones: pastores, pescadores, recaudadores de impuestos, prostitutas, epilépticos, leprosos. Y el Cristo, revolucionó por completo sus vidas. Los limpió, los restauró, los sanó. Pero primero era necesario que expresaran suficiente mansedumbre para escuchar realmente, lo que Jesús les estaba diciendo. Y debían eliminar el temor que obstruía su inspiración.

¿Qué fue exactamente lo que Jesús enseñaba a esta gente que le prestaba atención? Les dijo más cosas de lo que jamás alguien les dijera acerca de lo que era realmente Dios y de cómo podían adorarlo. Les dijo: "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren". Juan 4:24. Jesús también les enseñó lo que es realmente el Cristo y esa enseñanza es la que nos ayuda a ustedes y a mí, a adorar a Dios "en espíritu y en verdad". El Cristo nos enseña la manera de expresar con brillantez la pureza simple de Dios, que es Espíritu y Verdad. Y cuando lo hacemos, estamos honrando a Dios de la manera más elevada.

Se podría afirmar, que la verdadera Navidad es dejar que el Cristo nos diga, cada día del año, la manera de adorar a Dios. Es hacer un lugar sagrado e inviolable para el Cristo en nuestro pensamiento, relaciones, trabajo y en nuestros momentos de esparcimiento. Es proclamar la gloria de Dios siendo lo que uno realmente es: el hijo del Espíritu y la Verdad. Y es, poner al descubierto cualquier influencia que pretendiera impedirnos ser la semejanza espiritual y verdadera que realmente somos.

Todas estas influencias tratan de hacernos retroceder hacia una mentira básica: la creencia de que uno vive en la materia y no en el Espíritu. Pero para que eso pudiese ser cierto, Dios tendría que ser menos de lo que es. Y la materia tendría que ser Dios; y tendríamos que adorar a la materia en lugar de al Espíritu y la Verdad .

La verdadera Navidad establece una vez más nuestras prioridades. Pone al descubierto la mentira acerca de la vida en la materia. Exalta al Espíritu, Dios. Limpia nuestros pensamientos de las exigencias del egoísmo, la tristeza, el materialismo. Amplía al máximo el lugar para el Cristo, para valorar cada indicación que se nos presenta, de que Dios nos ama.

En una ocasión, Mary Baker Eddy describió su concepto de la Navidad en un artículo para el New York World, de la siguiente manera: "Una Navidad eterna, haría de la materia un extraño, excepto como un fenómeno. Y la materia se retiraría reverentemente ante la Mente. El despotismo del sentido material o la carne huiría ante tal realidad, para dar lugar a la sustancia, y la sombra de la frivolidad y lo erróneo del sentido material, desaparecerían".The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 260.

Cuando yo era pequeña, nuestra familia celebró una Navidad que nos produjo una especie de gozo "eterno". Mis padres cambiaron repentinamente nuestra rutina habitual para esa fiesta, debido a que mi papá tenía que terminar un importante proyecto para su iglesia. El nuevo plan, era dejar de lado nuestra acostumbrada cena familiar con todos nuestros primos, el intercambio de regalos y una comida deliciosa, y en lugar de eso, pasar una tranquila semana en una pequeña cabaña fuera de la ciudad.

Era una idea razonable, pero yo estaba muy disgustada. "¡Ni siquiera parece que fuera Navidad!", me quejaba.

No obstante, el resultado fue que tuvimos una verdadera Navidad, una Navidad que nos encanta recordar. Pasamos muchas horas tranquilas frente a la chimenea, leyendo, charlando y orando juntos. Por primera vez, comencé a leer por mi propia cuenta Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy. Y en la víspera de Navidad, mi papá leyó en voz alta de la Biblia, el relato del nacimiento de Jesús. También nos divertimos con nuestro árbol de Navidad, que había crecido en nuestra casa, adornándolo con conchillas (los únicos "adornos" que encontramos en la cabaña), y con la cena de Navidad, que preparamos con comida enlatada.

Pero el objetivo más importante de esa Navidad, fue poner en primer término a Dios y al proyecto de la iglesia de mi papá. Esto nos trajo satisfacciones. Estaba colmada del Cristo. Y logramos sentir una paz semejante a la que Phillips Brooks describe en la tercera estrofa de Pequeño pueblo de Belén. "Cuan silenciosamente el don glorioso otorga Dios, y da al humano corazón Su santa bendición. Ninguno oírlo puede, mas en el mundo aquí, doquier encuentre humildad, el Cristo entrará".Himnario de la Ciencia Cristiana, N°. 222.

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