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Busquemos un nuevo propósito en nuestro trabajo

Del número de marzo de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


No importa cuántas veces vemos un amanecer, siempre nos despierta admiración. El astro rojo surge en el horizonte en un nuevo comienzo. En lo que a mí se refiere, esta hermosa vista borra al menos por un instante cualquier pensamiento de que éste sea simplemente un día más.

A menudo la inspiración espiritual surge como el amanecer, pero a diferencia de los primeros rayos del día — que brindan una intensa pero pasajera sensación de frescura a una habitación o al paisaje — la inspiración espiritual perdura. Se extiende y purifica nuestra comprensión del hombre y de la existencia. Un gran bien conmueve nuestra consciencia y desarrolla una mayor percepción de lo que es real y de lo que somos en realidad.

Recientemente “desperté” a ese amanecer espiritual mientras pensaba en mi trabajo y en los móviles que me impulsaban a trabajar.

La sociedad le concede mucha importancia a la tarea que cada uno realiza. Conceptos como: lo que hacemos, para quién lo realizamos, cuánto dinero ganamos, la posición social y el prestigio relacionados con nuestras obligaciones, con el tiempo pueden fomentar una imagen que parece definirnos a nosotros y al propósito que tenemos en la vida. Pero si en alguna ocasión cambiamos de trabajo o tenemos a otra persona como jefe, podemos sentir que algo se ha perdido o que algo ha cambiado inexorablemente, y no necesariamente para bien. Si el cambio es muy rápido o muy lento, puede confundirnos no sólo en cuanto a la función que cumplimos en el trabajo, sino al concepto de quienes somos realmente.

Yo estaba a punto de recibir un nuevo nombramiento en mi trabajo. De hecho, existía la posibilidad de que me transfirieran a una ciudad lejana y desconocida. A pesar de que me agradaba la posibilidad de cambiar de trabajo y de lugar, sentía mucho inquietud. Pensaba que una vez más tendría que “ponerme a prueba” frente a nuevos supervisores y a nuevas relaciones comerciales fuera de mi organización. Y además ya podía escuchar el estribillo de mis familiares y amigos: “¡Te estás mudando de casa otra vez!”

Como ya me había mudado varias veces en mi vida y también había cambiado de profesión repentinamente en tres ocasiones diferentes, me preguntaba si las demás personas sabían quién era yo en realidad. Además dudaba de que valoraran lo que yo había hecho hasta ese momento. Ahora tenía que volver a establecerme.

Lo que comenzó como una simple preocupación por un traslado, pronto se convirtió en un problema mayor al punto de que comencé a dudar de la sabiduría de las personas que tenían autoridad sobre mí. De pronto tuve una sensación de agotamiento, la sensación de que en esta ocasión no estaba mentalmente capacitado para tener un traslado. Sentí que la motivación que había experimentado en mi vida quizás estaba declinando, como el sol al atardecer. En medio de esta penumbra pensé que tenía que “pelear la buena batalla”, pero no lo hice con todo el corazón. En vez de considerar este nuevo puesto de trabajo como una aventura, como siempre lo había hecho, empecé a resignarme a los cambios, sin interesarme realmente en ellos.

Pero luego, cuando leí en la Biblia la historia de José (que fue vendido como esclavo y finalmente se convirtió en el primero en importancia después del rey en Egipto), me estremecía al comprender cuál había sido la conclusión lógica de mi razonamiento sobre mi cambio de trabajo. Este tipo de resignación es sinónimo de darse por vencido; es renunciar a la vida misma. Entonces comprendí que yo nunca había considerado ningún trabajo como algo sin trascendencia, aunque fuera un trabajo temporal. Cuando era adolescente me convencí de la eterna presencia de Dios y de que Él gobernaba mi vida. También había aprendido que todo lo que yo hacía tenía significado, si lo contemplaba desde un punto de vista espiritual. Entonces, al pensar en la experiencia de José, tuve la profunda confianza de que Dios tenía un propósito para mí, y que yo llegaría a comprender ese propósito más claramente.

A pesar de que la situación de José era obviamente una injusticia (Su difícil situación hizo que la perspectiva de mi traslado pareciera insignificante), el patriarca obedeció a los que tenían autoridad sobre él, en tanto que no tuviera que desobedecer la autoridad superior de Dios. A medida que José fue progresando durante su larga vida, su perseverancia y obediencia puestas al servicio de Dios, hicieron que sus superiores percibieran sus grandes cualidades. Lo pusieron en puestos de más responsabilidad, hasta que finalmente llegó a ser el de mayor autoridad, después de Faraón.

Medité profundamente acerca de qué aspecto de la vida de José fue el que le permitió, durante los siete años que duró la hambruna, salvar al pueblo de Egipto así como a sus hermanos, quienes lo habían vendido como esclavo. Percibí claramente que la forma en que consideraba el trabajo que le solicitaban que realizara, no era algo separado de su relación con Dios. A pesar de que fue abandonado y vendido como esclavo, comprendió que nada lo podía separar de Dios; que no importaba lo que le sucediera, dondequiera que estuviera, allí estaba Dios con él; que cualquiera fuera la tarea que realizara, si era fiel a su más alta visión de la ley de Dios, Él le indicaría qué hacer y le ayudaría a llevarlo a cabo.

La absoluta falta de resignación de parte de José de rendirse ante el mal, acalló mi orgullo. El ejemplo de su firmeza me permitió descubrir las causas de la confusión y desaliento que sentía en relación con mi trabajo. Y la luz espiritual que derramó esa percepción no fue fugaz.

Pensé en mi próxima tarea como una oportunidad de seguir el ejemplo de Cristo Jesús de servir a Dios expresando Su amor más plenamente.

Leí en Jeremías: “Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”.Christian Science (crischan sáiens) Dejé de pensar en mí mismo como un mortal que está trabajando en determinada labor, y reconocí que en realidad el hombre es la permanente y completa manifestación de Dios, que expresa todo el bien, toda la Vida, Verdad y Amor. Así como no había tarea ni jefe que hiciera que José olvidara que el verdadero trabajo que debía realizar había sido designado por Dios, también percibí que no había tarea en la cual mi verdadero propósito no fuera otro que el de servir a Dios y bendecirme a mí mismo y a los demás llevando a cabo esa misión. Tuve una mayor comprensión de la relación que existe entre el trabajo y Dios, una relación que es total y permanente, libre de frivolidad o desviación.

Con esta comprensión más clara de que el único Dios omnipresente está siempre con el hombre y lo gobierna, pensé en mi próxima tarea como una oportunidad de seguir el ejemplo de Cristo Jesús de servir a Dios expresando Su amor más plenamente. De inmediato me esforcé por demostrar lo que estaba aprendiendo en la Ciencia Cristiana acerca de mi verdadera identidad espiritual, y apreciar más profundamente el propósito espiritual de mi vida. También traté de valorar el amor como el aspecto más importante de mi trabajo, y de ampliar mi capacidad para percibir que el bien de Dios se estaba manifestando allí mismo donde yo me encontraba.

El resultado de esta percepción espiritual fue totalmente distinto de lo que yo hubiera podido imaginar. Me ofrecieron otro puesto (que acepté) en una especialidad que nunca hubiera esperado, pero que surgió naturalmente de varias tareas que había realizado anteriormente.

Del caudal de su experiencia y de su comprensión espiritual, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Jer. 31:3. escribió lo siguiente en La unidad del bien: “La dulce y sagrada sensación de unidad permanente del hombre con su Hacedor puede iluminar nuestro ser actual con una presencia y un poder continuos del bien, abriendo de par en par la puerta que conduce de la muerte a la Vida; y cuando esta Vida aparezca ‘seremos semejantes a Él’ e iremos al Padre, no por medio de la muerte, sino por medio de la Vida; no por medio del error, sino por medio de la Verdad”.Unidad, pág. 41.

No hay ocaso en el universo espiritual de Dios, al cual creó con perfección y mantiene perfecto. Y es solamente en este universo espiritual donde realmente vivimos y trabajamos. A medida que el entendimiento espiritual de nuestra verdadera identidad se desarrolla como un eterno amanecer, percibimos que la bondad divina está siempre presente, y que nuestro propósito en la vida es ser testigos de esa bondad, expresado la naturaleza divina en todo lo que hacemos, sirviendo a nuestro creador.

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