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¿Hacemos las cosas porque nos obligan o porque queremos colaborar?

Del número de marzo de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una Mujer Se rebeló ante una exigencia inesperada. Debía cambiar repentinamente sus planes para ir a su oficina. Era sábado y se dijo a sí misma: “No tengo alternativa: me están obligando a hacerlo”.

Pero al entrar en el edificio donde estaba su oficina de pronto se preguntó: “¿Lo hago porque me obligan o porque quiero colaborar?” Se dio cuenta de que tenía que tomar una decisión. De ella sola dependía que esa exigencia atentara contra su armonía. Decidió no permitir que eso ocurriera y optó por estar bien dispuesta y hasta contenta de poder ser útil en lo que se le pedía. El resto del día fue muy productivo. ¿Por qué? Porque ella se había sentido bendecida y, en efecto, fue bendecida, sabiendo que responder a las necesidades legítimas siempre beneficia a todos los que intervienen.

Cuando sentimos que debemos hacer algo por “obligación”, detectamos fuerzas que actúan contra nosotros, o sea, imposiciones. Bajo tales condiciones, la rebelión tal vez parezca justificada. Pero si pensamos que la imposición es un poder imposible de vencer, se transforma para nosotros en una carga. Ahora bien, podemos luchar contra esa influencia o simplemente someternos, sintiendo que no estamos en condiciones de hacer frente a esa fuerza, que todo resistencia es inútil. Sin embargo, ni la sumisión, ni la resistencia declarada son necesarias o útiles. Tenemos otra opción y es la de comprender que bajo tales circunstancias se solicita nuestra “colaboración” para que hagamos frente a la injusticia y la imposición, a través del entendimiento espiritual.

Un pedido de “colaboración” entraña la relación del hombre con Dios y encierra tanto una responsabilidad como una oportunidad. La colaboración que se nos pide es saber que Dios es el autor de nuestro ser, y expresar nuestra verdadera naturaleza como Su reflejo mismo. Se nos pide que nos liberemos de todo opresión y que vivamos de acuerdo con las enseñanzas de Cristo Jesús.

El apóstol Pablo le escribió a su amigo Timoteo: “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos...” 2 Timoteo 1:8, 9.

Jesús comprendió el propósito que Dios había impartido al hombre y la necesidad de que cada individuo lo descubriera y lo demostrara sanando y en su manera de vivir. Hubo resistencia de parte de los que no comprendieron a Jesús. Pero aunque algunos no aprobaron su ministerio coronado por la victoria, no pudieron impedirlo y menos aún restringirlo. El Maestro, con todo fidelidad, siguió en pos del llamamiento sagrado.

¿Acaso mi "obligación" no consiste en encarar esta situación como lo hubiese hecho Jesús, como representante del Amor?

Dios, la Verdad, nos llama con autoridad y amor. Nosotros, sabiendo que somos el hombre de Dios, Su expresión perfecta, respondemos a este llamado. Realmente no existe ningún poder ajeno a Dios que pueda interferir con Su voluntad, y nuestra misión es demostrar esta realidad espiritual hoy en día, del mismo modo que lo fue para Pablo y Timoteo.

Pero ¿qué decir acerca de “las aflicciones por el evangelio” de las cuales Pablo nos aconseja participar “según el poder de Dios”? Aunque podemos decir que seguir la enseñanza cristiana implica enfrentar y derrotar todo lo que se resista a aceptar la Verdad divina, afirmar que la Verdad misma puede causarnos problemas o tiene sentido. Sucede todo lo contrario, tal como lo declara la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “Jesús dio la idea verdadera del ser, que resulta en bendiciones infinitas para los mortales”.Ciencia y Salud, pág. 325.

No podríamos sentir con justicia que las supuestas fuerzas del mal nos están obligando a hacer algo a menos que dichas fuerzas hayan sido ordenadas por Dios. Pero el Amor divino no es la fuente del mal, y la totalidad del Amor excluye la realidad del mal. Por lo tanto, cuando se nos hacen muchas exigencias o se nos trata con total injusticia, sea en forma casual o manifiesta, debemos preguntarnos: ¿Acaso mi “obligación” no consiste en encarar esta situación como lo hubiese hecho Jesús, como representante del Amor?

Ante las grandes responsabilidades que muchos deben enfrentar, no siempre resulta fácil determinar la diferencia entre lo que requiere Dios y las imposiciones del materialismo. Necesitamos comprender espiritualmente el llamado divino para que nos enseñe la manera de ver esta diferencia. Cuando vivimos como representantes de Dios, podemos percibir la guía del Amor divino y seguirla. Entonces, a través de la obediencia a Dios, estamos en condiciones de rechazar la imposición y de este modo bendecir nuestras relaciones por medio del poder sanador de Dios.

Mucha gente nunca llamaría enfermedad a una imposición. De hecho, la enfermedad muchas veces ha sido considerada como la expresión de un propósito divino. Pero Dios no instituyó la enfermedad. Por el contrario, el Amor divino nos invita a que aceptemos la salud, plenitud y dominio que Dios imparte. Cuando respondemos a la enfermedad afirmando la verdad de nuestro ser, que incluye la inmunidad contra toda enfermedad mantenemos nuestra base espiritual, y descubrimos que la enfermedad no es en absoluto una entidad real.

Podríamos preguntarnos: Un mundo que aparentemente está en disputa consigo mismo, ¿puede acaso imponernos presiones y conflictos superiores a nuestra capacidad de superarlos? De ninguna manera. Las prerrogativas del gobierno de Dios no pueden ser suplantadas ni sometidas. Impedimos nuestro progreso cuando atribuimos supremacía a las influencias sociales injustas, a la presión de las relaciones o a la enfermedad y a las supuestas leyes sanitarias materiales. Todas éstas son imposiciones que se van subordinando a nuestra fiel adhesión a la Verdad divina. Esto es lo que realmente se nos pide, paso a paso, a fin de probar nuestro dominio sobre la creencia en el mal, la materia y la mortalidad y de este modo poder reclamar plenamente lo que Pablo denominó el “premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Filip. 3:14.

No debiéramos permitir que la falsa imposición eclipse nuestra determinación de cumplir con las exigencias divinas, como son una inamovible fidelidad al único Dios, el Amor divino, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Si aceptamos que es posible que alguna fuerza opuesta a Dios nos haga “imposiciones”, nos estamos alineando con el enemigo, es decir, la enfermedad, la limitación, el error. Por el contrario, todas las exigencias de Dios son justas y llenas de amor. Por lo tanto, si las aceptamos y buscamos ser guiados por Dios, cumplimos con las exigencias divinas y vivimos mayor justicia y sentimos más amor.

Si tomamos en cuenta los elevados logros espirituales que debemos alcanzar, tal vez dudemos de nuestra capacidad de obtener éxito. Pero nunca se nos pediría que hiciéramos algo imposible de lograr. Más aún, podemos tener presente que no solamente somos “llamados”, sino que tal como Juan nos lo recuerda, somos “llamados” por Dios. Él escribe: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”. 1 Juan 3:1. Al responder al llamado de vida del Amor divino, somos elevados por encima al la opresión del materialismo y somos fortalecidos para demostrar el poder sanador del Cristo en todo lo que verdaderamente se debe hacer. De la experiencia de su propia vida, la Sra. Eddy escribió: “Dios os está bendiciendo, mis amados alumnos y hermanos. Avanzad hacia la alta vocación a la que nos ha llamado el Amor divino y con la cual está cumpliendo rápidamente las promesas”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 201.

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