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Conocí La Ciencia Cristiana...

Del número de marzo de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Conocí La Ciencia Cristiana cuando era una jovencita y muy pronto tuve mi primera curación.

Caminaba sola hacia mi casa una tarde cuando un amigo se ofreció a llevarme en su auto. Fue después que subí al auto que me di cuenta de que estaba ebrio. Ya estaba oscureciendo y cuando paramos en un semáforo, mi amigo comenzó a discutir con los jóvenes del auto que se había parado junto a nosotros. Ellos se enojaron tanto que nos persiguieron hasta que salimos de los límites de la ciudad. Luego nos pasaron y cuando alcanzaron suficiente distancia delante de nosotros, dieron la vuelta y se dirigieron directamente contra nuestro auto. Miré el velocímetro y me di cuenta de que íbamos a 135 kilómetros por hora y aún estábamos acelerando. Me puse a gritar a todo pulmón pidiéndole a mi amigo que parara, pero no podía razonar con él porque estaba demasiado enojado para escucharme.

Ahora yo sé que me conmocioné. No sé si salté del auto o si la puerta se abrió, pero caí en el pavimento y di varios tumbos. Los dos conductores pararon sus autos y mi amigo me levantó y me llevó a la sala de emergencias de un hospital. Cuando llegamos al hospital yo estaba consciente, pero incoherente. Tenía una hemorragia interna. Hablaba, aunque no lo recuerdo. Les dije quién era y llamaron a mi papá, quien fue inmediatamente al hospital.

Los médicos ya me habían hecho varias pruebas. Tenía fracturas en el cráneo y se me habían reventado los tímpanos de los oídos. Mis pies estaban magullados y tenía heridas en todo el cuerpo. Los médicos le dijeron a mi papá que no podían hacer mucho por mí en ese momento debido a las severas lesiones que tenía en la cabeza. Querían hacerme más pruebas antes de decidir qué hacer; esperaban que, de sobrevivir, podría utilizar algunos de mis sentidos.

Mi papá estaba muy preocupado y llamó a practicista de la Ciencia Cristiana que habíamos conocido en la iglesia de la que él es miembro. Le preguntó si podía ir a verme al hospital y orar por mí y accedió. Cuando ella entró a mi habitación de repente me sentí alerta. Me preguntó si sabía qué era la Ciencia Cristiana y si podía orar por mí. Le contesté que sí.

Al cabo de un día había mejorado considerablemente, pero mientras comía me di cuenta de que no podía ni oler ni sentir el sabor de las cosas. Los médicos le dijeron a mi papá que necesitaban hacerme más pruebas para determinar si había más daños. No aceptamos. A los pocos días yo me quería ir a mi casa. Los médicos insistían en que no me fuera, temían que iba a perder el oído o tener otros problemas. Decían que era demasiado pronto. Sin embargo, le dije a papá que quería irme y él me llevó a casa.

Durante el mes siguiente hablé con la practicista repetidas veces. Ella fue muy amable y paciente conmigo y declaró muchas verdades de la Biblia y Ciencia y Salud, escrito por Mary Baker Eddy.

En un momento dado, varias semanas después del accidente, me puse a llorar desenfrenadamente, preguntándole a Dios porqué Él había permitido que esto me ocurriera. Cuando caminaba sentía mucho dolor debido a las magulladuras que tenía en los pies. Me recosté en el sofá todavía llorando, pero luego sentí una apacible presencia y supe que Dios estaba conmigo. Sentí fuertemente Su amor por mí.

Después de esa experiencia mejoré con rapidez hasta que pude caminar normalmente. En un mes recuperé los sentidos del olfato y del gusto por completo y no volví a sufrir más a causa del accidente.

Desde ese entonces he leído en la página 424 de Ciencia y Salud: “Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección”. Yo verdaderamente siento ahora que la experiencia nunca ocurrió, como se nos explica en este párrafo. El estudio de la Biblia y del libro de texto de la Ciencia Cristiana ha sido una bendición para mí y para mi familia por muchos años.


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