El Mundo Anhela el poder redentor y sanador del Cristo, la Verdad. Sin embargo, ese mismo mundo fatigado, a pesar de su sufrimiento, a veces parece indiferente, frío, hasta hostil hacia su libertador.
En el libro de Marcos, leemos que el gadareno que tenía un “espíritu inmundo”, clamando a gran voz dijo: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?... no me atormentes”. Véase Marcos 5:1–15. Este sufriente con una “legión” de demonios, incluso había sido encadenado, pero luchó para liberarse de las cadenas, y las cortó. Evidentemente el gadareno necesitaba curación, y Jesús lo sanó a pesar de la resistencia.
Con frecuencia, quienes están muy necesitados se resisten, se oponen, a la verdad de la realidad espiritual que los liberaría. ¿Por qué? Una razón podría ser que algunas personas creen que los errores que aparentan dominarlos son una parte permanente de ellos, y no simplemente una falsa imposición de la mente carnal. Es probable que teman perder su identidad si algún pecado o discordia es descubierto y reprendido. Se sienten amenazados por la influencia del Cristo.
Pero el pensador y sanador cristianamente científico ve las cosas de una manera diferente. Él sabe que la identidad verdadera del hombre, como el reflejo, la imagen, del Espíritu, Dios, no está encerrado en una forma material que puede perderse o corromperse. El ser que Dios le ha dado al hombre es espiritual, libre, bueno, indestructible y eterno. Esto significa que el mal — todo lo que es desemejante a Dios, el Amor infinito — no puede aferrarse al hombre ni someterlo. Así que el pensador espiritual, mirando a través de esa ventana la realidad que la Biblia llama “la mente de Cristo”, 1 Cor. 2:16. niega sin temor alguno el supuesto poder de los “demonios”, las influencias materialistas destructivas que atentan contra la paz de un individuo o incluso de toda la sociedad. No, esto no daña al sufriente; hace desaparecer esa sensación perturbadora que lo ha estado inquietando, liberándolo de la aflicción. Esto capacita al individuo para comprender la realidad espiritual de que el hombre es siempre la semejanza de Dios.
Esto no implica ignorar el sufrimiento, sino aplicar a la situación el poder de la presencia y la ley protectoras de Dios, y el resultado es un ajuste armonioso.
La curación mediante la oración implica cambiar lo que los sentidos materiales nos informan, por las ideas espirituales. Implica percibir al hombre y a la sociedad bajo la luz del Cristo; no como hostil y aplastada por el sufrimiento, sino como la creación perfecta y espiritual de Dios, la expresión de la Mente divina. Esto no implica ignorar el sufrimiento, sino aplicar a la situación el poder de la presencia y la ley protectoras de Dios, y el resultado es un ajuste armonioso.
Podríamos decir que Jesús “hizo una distinción” entre la “legión” de aflicciones y el gadareno. El poder del Cristo envió a los demonios, y no al gadareno, a su autodestrucción. Y así, un ser humano encontró libertad e integridad, fue transformado en alguien útil. La Biblia relata que el gadareno estaba ahora “en su juicio cabal”.
Hoy en día, la práctica sanadora de la Ciencia del Cristo muestra que la gracia de Dios está siempre actuando entre nosotros, y es capaz de destruir el pecado, la enfermedad y cualquier legión de errores. Durante las duras batallas contra los errores que debemos sanar, nuestro objetivo es identificar al hombre correctamente como la semejanza de Dios, gobernado en su totalidad por el Amor divino. Esto aparta al error de nuestro concepto del hombre. Si no le reconocemos una identidad, un lugar o un creador, el mal no puede existir. Su reclamo de existencia se autodestruye. De esta forma, se demuestra que el sufrimiento es una mentira respecto al hombre.
Al sanador espiritual no lo disuade la aparente hostilidad de alguien que quizás necesita con urgencia ser sanado. Confiadamente, insistimos en oración que éste es el día de la cosecha de la Verdad divina, en el cual se quema la cizaña y se guarda el trigo. Afirmamos que la ley de Dios actúa constantemente. Esto bendice a aquellos que están necesitados.
De acuerdo con la Biblia, a Jesús no le tomó mucho tiempo liberar al gadareno. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, describe nuestra tarea de oración de este modo: “Estad conscientes por un solo momento de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales — que no están en la materia ni proceden de ella — y el cuerpo no proferirá entonces ninguna queja”. Ciencia y Salud, pág. 14. Incluso el darnos cuenta por un instante de que la Vida y la inteligencia divinas son espirituales, y que no están sujetas a legiones de enfermedades materiales, nos ayuda a percibir que el sufrimiento es un sueño del cual Cristo nos despierta.
La oración confiada, paciente y persistente de Jesús enfrentó la hostilidad de “legiones”, las cuales clamaban “no me atormentes”. Nosotros podemos hacer lo mismo. Las noticias inquietantes que los medios de comunicación, los adversarios, y hasta los amigos repiten una y otra vez, en ocasiones pueden parecer inexorables. Pero si percibimos en todo momento que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales, podemos ayudar a anular las actitudes insensibles o irritantes. Cada vez que hacemos esto, prendemos una luz para otros, ayudándolos a discernir la manera en que sanaba Cristo Jesús.
Cuando encontramos un sufriente que no acepta, o cree que no puede aceptar, las verdades científicas que restauran la armonía, en lugar de tratar de “hacer” algo exteriormente, podemos afirmar en nuestro corazón, comprendiéndolo, que cualquiera sea la discordancia, no tiene origen ni realidad. Podemos escuchar cómo el Cristo habla a nuestra consciencia, afirmando el estado espiritual del hombre, negando de ese modo la evidencia de los sentidos físicos. Cuando no se nos pide específicamente que oremos por alguien, de todos modos debemos evitar que las creencias mortales invadan nuestro pensamiento. No atentamos contra los derechos de otros, sino que cumplimos con nuestra obligación para con Dios y para con Su ley: el deber de testificar que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales.
Nuestras oraciones pueden incluso cruzar continentes y océanos. El espacio, las millas, las grandes distancias, no tienen que ser un impedimento.
Tal vez sea necesario que continuemos insistiendo mentalmente en que sólo la Mente del Cristo actúa, en todas partes. Aunque sólo tengamos unos momentos para tomar consciencia de la realidad espiritual, eso ayuda. En realidad estamos afirmando la verdad contenida en el Primer Mandamiento, de que el hombre no tiene espíritu ni mente aparte de Dios.
¿Acaso este “testimonio” profundo de la Verdad puede ayudar a mejorar una circunstancia determinada? ¡Sí, por supuesto! Nuestras oraciones pueden incluso cruzar continentes y océanos. El espacio, las millas, las grandes distancias, no tienen que ser un impedimento.
Piensen en cómo esta herramienta que llamamos oración puede ayudar a resolver problemas que aparentan ser inmensos, como la pobreza, la falta de hogar, la decadencia de los valores morales, las necesidades urgentes de la iglesia, la violencia, la injusticia, las catástrofes. Naturalmente, damos y servimos humanamente lo mejor que podemos, pero se requiere mucho más para traer curación a estos enormes desafíos. Se necesita la ayuda de Dios. Nuestra oración individual, ¿hace la diferencia? Sí, por supuesto. Ver la situación espiritualmente a través de los ojos de la comprensión y el amor cristiano, en lugar de a través de los temerosos sentidos mortales, ayuda a revelar las soluciones e impulsa los pasos adecuados (los de otros o los propios) que de otra manera se desviarían.
La realidad espiritual es que Dios, quien es el Amor infinito, ordena el universo. Su poder y su presencia gobiernan para bien a toda Su creación espiritual. Y dado que estamos hablando sobre la realidad espiritual, ésta puede ser demostrada en la experiencia humana.
El poder del Amor divino que Jesús invocó cuando dijo al mar embravecido: “Calla, enmudece”, Marcos 4:39. aún está aquí. La perfecta ley del amor de Dios, cuando es comprendida, armoniza permanentemente las circunstancias conflictivas que hay a nuestro alrededor. Por lo tanto, antes de actuar precipitadamente, con celo humano, podemos recordar que Jesús nunca salió de la barca para correr personalmente detrás de cada una de esas olas, sino que dejó que el Amor infinito, el creador divino, atravesase las aguas y restaurara el orden. Confiando en este gobierno divino, veremos más claramente qué acción humana, si acaso hubiera alguna, podría ser necesaria.
Jesús enseñó a sus discípulos a pensar a lo grande. Les dijo que si ellos tuvieran “fe como un grano de mostaza”, incluso moverían mediante mediante la oración, “Y nada os será imposible”. Mateo 17:20. La oración y el ayuno que hacen que todo esto suceda son, para muchos pensadores, la desmaterialización y espiritualización del pensamiento como enseña la Ciencia Cristiana.
Aunque la creencia mortal exclame “no me atormentes”, el sanador cristianamente científico continúa con esta clase de oración, aflojando amorosa, paciente y persistentemente las cadenas que atan al sufriente, y trayéndole libertad.
