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Cuando Mi Novio y yo...

Del número de agosto de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Mi Novio y yo anunciamos nuestro compromiso, los miembros de ambas familias se sintieron desconsolados y trataron de disuadirnos. Esto fue sobre todo por razones religiosas y étnicas. Cuando nos casamos, la familia de él lo repudió.

Aunque yo no fui repudiada, me sentía rechazada e indigna y muy preocupada de ser la causante del dolor de toda la familia. Comencé a orar sobre esto. El libro de Rut en la Biblia nos habla sobre la historia de la fortaleza de una familia; Rut creía en un solo Dios — el Dios del pueblo de su marido — y no se apartó a pesar de las dificultades que resultaron de lo que ella creía en su corazón. Ella permaneció con su suegra Noemí, y al hacerlo parecía como que ella sacrificaba a su propia familia. Mas como resultado de la virtud de Rut todos fueron bendecidos, y ella tuvo un marido y un hijo propio.

Esto me hizo ver que mi propia familia era completa, y estaba determinada y mantenida por un Dios único. Él nunca había dejado de amarnos a mi marido y a mí. En Su amor, no había lugar para conflictos y discordias. Mi familia estaba intacta y bendecida.

Percibí que era igualmente importante saber que el amor de Dios por todos nuestros padres nunca había disminuido. Para sentir que estaba rodeada por los brazos de Dios, yo debía amar todo lo que Él amaba. Dios amaba todas las cualidades espirituales que nuestros padres expresaban: fe, esmero, sabiduría, bondad, honestidad, valor. Todos éramos parte de la familia de Dios; todos teníamos un Padre-Madre Dios. Dios era el Padre de todos, sin excluir a nadie. Esta inspiración me ayudó a sentirme en paz.

Poco después esperábamos a nuestro primer hijo. Mi marido estaba en el ejército, y con la ayuda de la oración de un Científico Cristiano, que era Capellán para el Personal de las Fuerzas Armadas, nos preparamos para recibir a este nuevo miembro de la familia, recurriendo a Dios para poder conocer los hechos espirituales respecto al nacimiento. Este hijo era la idea de Dios: completa, perfecta y rodeada por Su amor. Ninguno de nuestros familiares quedó excluido de ser testigo de esto, ya sea en pensamiento o acción. Yo sentí la tranquilidad a la que se refiere la Biblia: "Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos" (Efes. 4:6). Me di cuenta de que la familia de Dios no está fragmentada en personas que son jóvenes o viejas o de edad mediana, porque todos son hijos de Dios sin edad.

Un domingo, un mes antes de la fecha establecida, parecía que nuestro hijo se estaba adelantando. Oímos el servicio religioso de una iglesia de la Ciencia Cristiana que se transmitía por radio, y los himnos y la lectura me parecieron muy inspiradores.

En el hospital militar a donde fuimos durante el embarazo, me informaron que yo no debía ir a internarme antes de que se manifestaran ciertas condiciones físicas. En aquel momento me di cuenta de que necesitaba incluir en mis oraciones a los médicos y enfermeras, como parte de la familia de Dios. Aunque como Científica Cristiana, yo no estaba de acuerdo con todos los medios o métodos para el cuidado físico que ellos usaban, esto no nos hacía a unos buenos y a otros malos, ni privaba a unos o a otros del amor que Dios brinda a cada miembro de Su familia.

Aun cuando mi condición física no había cambiado, yo dije que ya era hora de ir al hospital. Nuestra hija nació unos quince minutos después de que yo llegara allí. Ese mismo día había una alegre celebración en la cultura de mis parientes. Ella era la primera niña que nacía en la familia de mi suegro en muchas generaciones. Los padres de mi marido se sintieron impulsados a reanudar la relación con su hijo, y quisieron conocer a su nieta.

Cuando llegó el momento de abandonar el hospital, nuestra hija también lo hizo, aunque ella tenía el mínimo de peso permitido para hacerlo. Era una beba alegre y feliz, pero durante su primer año no ganó mucho peso.

Humildemente oramos en busca de dirección y para calmar el temor que sentíamos, tanto de no ser buenos padres, como en lo concerniente a la aparente fragilidad de nuestra hija. Oramos para reconocer las cualidades espirituales que nos hacían padres buenos y amorosos, cuyo amor por Dios nos hacía atender a todas las necesidades de nuestra hija. También reconocimos que el verdadero sustento del hombre, sólo viene de Dios, "la fuente de agua viva" (Jeremías 2:13).

Continuamos orando específicamente a medida que ella crecía. Durante sus años de preescolar continuó siendo pequeña. Creció gradualmente de manera que cuando estaba en segundo grado su estatura y su peso fueron normales.

Desde el primer momento fue claro para mí que ella no me pertenecía, ella era la hija de Dios. Nuestra responsabilidad como padres era la de prodigarle cuidados y una atmósfera de amor, donde ella pudiera crecer y expresar su única identidad, la cual es esencialmente espiritual.

Este reconocimiento nos dio a todos mucha libertad, y a ella le permitió madurar y expresar muchas cualidades que son en verdad muy especiales.

La curación siguió y aún continúa en nuestra familia y nos trae mucha alegría a todos. Yo estoy muy agradecida a Mary Baker Eddy por entregar su vida para dar a conocer la Ciencia Cristiana, de modo que todos podamos ser sanados por medio de estas enseñanzas.



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