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Las “verdades de la vida” que los libros no enseñan

Del número de agosto de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Muchos Años en uno de los clásicos episodios del programa de televisión El show de Dick Van Dyke, Richie le pregunta a su padre: “¿De dónde vengo?” Mientras Dick se intranquiliza, transpira y se desespera para hacer que cada palabra sea apropiada para el momento, le contesta de la mejor manera posible. Satisfecho consigo mismo, le pregunta a Richie si entendió. “Creo que sí, pero todavía no has contestado mi pregunta. Timmy nació en Cleveland, y él quiere saber ¡dónde nací yo!”

Aun conociendo lo que es la reproducción física, “las verdades de la vida” quedan intactas. La pregunta: “¿De dónde vengo?” aún perdura. ¿Provenimos de una sustancia viscosa? ¿O de la evolución de los simios? ¿O de una mujer llamada Eva? Todas estas posibilidades dejan mucho que desear si uno sinceramente busca una respuesta que le ayude a progresar en la vida. La respuesta que elegimos es muy importante porque es la base de toda nuestra experiencia actual.

En el transcurso de un día normal, la mayoría de nosotros piensa poco o nada en los primeros dos capítulos del Génesis. El primer capítulo relata la verdadera creación espiritual, mientras que el segundo relata la material. Este último condena al hombre a una serie de problemas materiales de los que no puede salir porque es creado de la materia; y Dios es descrito como el autor de todo lo que es material y destructivo. En cambio, el primer relato otorga al hombre dominio y el bien ilimitado porque el hombre y el universo son creados espirituales y perfectos, y el bien es todo lo que Dios ha creado.

En un relato vemos la infinitud, el bien ilimitado, en cambio, en el otro, una vida sin salida. Al verlos en estos términos, ¿resulta acaso difícil decidir que queremos tener una identidad espiritual en vez de una material?

Una vez pregunté a mi clase de la Escuela Dominical, formada por los estudiantes más grandes, cómo se sentían al ser totalmente espirituales. Uno de ellos dio una respuesta rápida y honesta: “Me asusta un poco. ¡La idea de ser una cosa espiritual no es para mi!” Aprecié mucho su respuesta porque provocó una gran discusión sobre la verdadera identidad del hombre.

¿Acaso consideraba que Jesús era “una cosa espiritual?” ¡De ninguna manera! ¿Y por qué no? “Porque él hizo muchas cosas importantes para la gente”. Fue una respuesta simple, pero incluyó indudablemente el propósito de la vida de Jesús. ¿Qué mejor modelo puede uno encontrar?

Un buen lugar donde empezar para pasar desde la contemplación de “los hechos de la vida” hacia la contemplación de las verdades de la Vida, es en la vida misma de nuestro Maestro. Jesús dijo bien claramente: “No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos”. Mateo 23:9. Jesús pudo hacer lo que hizo porque nunca se desvió del hecho de que Dios es la única fuente y condición de la vida. Él nunca vio la identidad del hombre como algo menos que espiritual. Cada una de sus palabras y acciones defendió la idea de que el hombre es perfecto y espiritual.

En Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy nos ofrece una declaración muy alentadora: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia... El Espíritu es la fuente primitiva y última de su ser; Dios es su Padre, y la Vida es la ley de su existencia”.Ciencia y Salud, pág. 63.

¿Son palabras que simplemente reconfortan, o hay alguna implicación práctica aquí? ¿Qué decir de la transmisión hereditaria? ¿Con qué frecuencia estrangula la creencia hereditaria — y eso es lo que verdaderamente es, una creencia — nuestra salud o nuestra habilidad para seguir adelante en la vida, sobrecargados de rótulos y rasgos limitantes? La Sra. Eddy escribe: “La herencia es un tema prolífico en el que la creencia mortal prende sus teorías; pero si aprendemos que nada es real sino lo bueno, no tendremos herencias peligrosas y los males de la carne desaparecerán”.Ibid., pág. 228. Siempre me ha gustado la imagen visual de tratar de colgar una prenda de vestir en un gancho que no está ahí. Obviamente, la prenda cae al suelo. Sin el gancho de la creencia de que la vida es material, las teorías mortales de la herencia se desploman. De la misma manera, el aferrarnos a la idea de que Dios es nuestro único Padre verdadero, hace desaparecer el pensamiento de que cuando éramos chicos nadie nos quería y que por eso debemos sufrir. Nuestro Padre-Madre Dios siempre nos ha amado y este amor es la única influencia en nuestra vida.

¿Pero qué sucede con nuestro cuerpo si aceptamos vernos como hijos espirituales en vez de materiales? ¿Debemos ignorar el cuerpo? Nuevamente podemos encontrar la respuesta en las obras sanadoras de nuestro Maestro. Cuando él veía al hombre perfecto a la semejanza de Dios, los cuerpos de las multitudes eran sanados, y ellos, a su vez, llegaron a ser mejores personas e hicieron mejores obras al continuar en su viaje individual y espiritual. Cuando nuestro pensamiento es regenerado con un sentido espiritual de la Vida, el cuerpo naturalmente manifiesta salud.

Claro que dejar de lado el concepto viejo del hombre por el nuevo, no ocurre de la noche a la mañana. Es un proceso que se produce poco a poco. Y una buena manera de empezar es con la descripción del hombre en la página 475 de Ciencia y Salud. Es una declaración bastante radical, que empieza así: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales”. Luego relata lo que el hombre sí es, y ahí es donde comienza la liberación.

Las verdades de la Vida pueden abrir puertas y guiarnos a alcanzar objetivos que no solo nos bendicen a nosotros, sino también a todos a quienes conocemos. ¿No le parece que vale la pena explorar?

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