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Terminemos con la confusión moral

Del número de agosto de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Tenía En La Mano el dinero que me habían dado de más. Estaba parada en el vestíbulo del banco, pensando si debía o no devolverlo al cajero que se había equivocado. Ese dinero nos hacía mucha falta y el banco era una institución de tantas y de la que yo había empezado a desconfiar. De pronto, recordé que me habían dicho que si al final del día, un cajero tenía diferencias en contra, debía reponerlas de su propio bolsillo. Mi corazón se solidarizó con el cajero. Fui directamente a la ventanilla y le entregué los billetes. Me olvidé por completo de la necesidad que teníamos de ese dinero. Pude darme cuenta de lo que correspondía hacer, lo hice y me sentí bien.

Años más tarde, después que comencé a estudiar la Ciencia Cristiana, volví a pensar en ese día. No lo había podido olvidar, pues no podía creer que hubiera vacilado en devolver ese dinero. Fue un llamado de atención para que comprendiera que me estaba desviando moralmente, y esa experiencia, sumada a otras, influyeron para que recibiera con beneplácito, la verdadera Ciencia del Cristianismo.

La comprensión de la escena humana que me dio el estudio de esta Ciencia, me permitió ver cuáles habían sido las fuerzas mentales que me habían confundido. En esa época, el enemigo parecían ser las grandes empresas. La gloria de convertir a los Estados Unidos en la nación industrializada más destacada, había sido empañada por el hecho de que el público estaba más consciente de las políticas poco recomendables que se utilizaban en los negocios, políticas como las que se usan hoy en algunos de los países que se están liberando de gobiernos opresivos.

Lo que emergió de la confusión moral y me impidió quebrantar el mandamiento divino — no hurtarás —, fue el hecho de ceder casi inconscientemente a lo que se ha llamado la Regla de Oro: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Mateo 7:12. Las cualidades morales se manifestaron para probar su eterna capacidad de elevar la acción por encima de la confusión y de la perversidad.

En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy incluye el término humanidad, como una de las ocho cualidades de pensamiento y acción que ella designa como morales. La lista completa es: “Humanidad, honradez, afecto, compasión, esperanza, fe, mansedumbre, templanza”.Ciencia y Salud, pág. 115.

El cultivar estas cualidades nos lleva a obedecer más espontáneamente los mandatos de Dios, y así no debatimos tanto al tomar decisiones específicas. Estas cualidades cooperan y se apoyan entre sí, tal como lo ilustra el incidente mencionado anteriormente. La humanidad puso de manifiesto la honestidad. El afecto y la compasión indudablemente se hicieron evidentes. De hecho, el camino para evaluar una posición o una decisión, es descubrir si está respaldada por todas esas cualidades morales. Si una acción parece ser humana pero no es honesta, sería bueno cuestionarla. O, si es honesta, pero carece de afecto y de compasión, es tiempo de buscar una solución más elevada.

Si consideramos que esas cualidades son morales, llegamos inevitablemente a la conclusión de que las que son opuestas, son inmorales. Una madre estaba muy preocupada por lo que hacían sus hijos y los amigos de ellos. Se sentía totalmente excluida de sus experiencias y le aterraba pensar que estuviesen involucrados con drogas y sexo. Había estado escuchando toda clase de advertencias sobre las tentaciones que enfrentan los adolescentes de hoy en día, que en otras épocas no existían. Lo más importante de su actitud, era que esa madre trataba de resolver los problemas y no esconder la cabeza en la arena.

Se enfermó y pidió ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana. Ella sabía que el punto de partida de un tratamiento en la Ciencia Cristiana no comienza con el problema, a menos que sea para negarlo, sino dando testimonio de la continua bondad de un Dios siempre presente. Ante el resplandor de esa luz espiritual, ella sintió que comenzaba a desprenderse de una responsabilidad que la oprimía. Se sintió liberada, fue redimida y se produjo la curación física. Comenzó a reconocer que ella, en realidad, no estaba expresando mucha fe en Dios, y estaba permitiendo que la invadiera el desaliento respecto al futuro de esos jóvenes y del mundo. Le vino al pensamiento, que si la esperanza era moral, el desaliento era inmoral. Contemplando a esos jóvenes desde una perspectiva más moral y con mayores esperanzas, podía ver que esos jóvenes no estaban cometiendo errores deliberadamente. Ellos estaban tratando de encontrar su camino. La relación y comunicación que después se estableció entre ellos, fue mucho más eficaz para fomentar la obediencia, que sus sermones sobre moral.

La obediencia a Dios y a Sus mandamientos, puede considerarse divinamente natural. Reconociendo que el hombre espiritual, o sea, el verdadero ser de cada uno de nosotros, es la imagen, el reflejo de Dios, vemos que el hombre no puede menos que ser obediente. La obediencia no consiste tanto en hacer lo que ordena un Dios que se asemeja a un hombre, sino lo que los hijos e hijas de Dios totalmente espirituales no pueden dejar de hacer. La moralidad eleva al ser humano para que exprese en mayor medida su naturaleza semejante a Dios.

Las ocho cualidades morales mencionadas antes, se enuncian en el libro de texto como “cualidades de transición”. No constituyen una finalidad en sí mismas, pero elevan y mantienen la experiencia humana por encima de la depravación, permitiendo que se desarrolle y prevalezca la naturaleza más elevada de la humanidad, hasta que se percibe la verdadera pureza del hombre, eternamente unido a su Creador.

Cristo Jesús vivió una vida profundamente moral. Además de expresar una compasión reformadora y sanadora sin igual, expresaba también la mansedumbre que lo impulsaba a no aceptar que le dijeran que era un hombre bueno, respondiendo, en esencia, que todo lo bueno era de Dios, no era de ninguna manera, un logro o posesión personal. Véase Marcos 10:17, 18. Él dio un significado nuevo a la templanza, la abstinencia total de todo aquello que depende de algún modo de la materia, incluyendo las creencias en tiempo y espacio. De hecho, Jesús fue mucho más allá de las cualidades morales, personificando poder espiritual, amor y santidad.

Con su elevado ejemplo ante nosotros, y manteniéndonos constantemente atentos a la Regla de Oro que él nos enseñó, descubrimos que podemos expresar, de manera más completa y consecuente, cualidades tanto morales como espirituales. La confusión moral se evapora. En realidad, el término confusión moral, se puede considerar una contradicción. Donde hay una genuina moralidad, hay poco lugar para la confusión.

La Sra. Eddy reconoció el potencial que tenía su Iglesia de ser una gran influencia moral en todo el mundo. Hablando de dos de sus publicaciones, ella escribió que “son fuentes prolíficas de poder espiritual, cuyo ánimo intelectual, moral y espiritual se siente por todo el país”.Escritos Misceláneos, pág. 113.

Los lectores del Heraldo, que reflexionan cuidadosamente acerca de las ideas que contiene esa publicación, están haciendo mucho más que lograr lo que Robert Frost denominó “un alto momentáneo para enfrentar la confusión”. Las ideas espirituales y científicas cuando llegan a nosotros, aclaran las cuestiones morales. Los hombres que buscan niveles personales más seguros y puros, los negocios que tratan de regirse mediante prácticas más éticas y los gobiernos que ven la necesidad de brindar mayor libertad y responsabilidad a la gente recién liberada, serán guiados [a hacer lo correcto]. La profecía de Isaías: “Tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”, Isa. 30:21. promete el fin de la confusión y el cumplimiento de mandatos justos. Cuando expresamos conscientemente las cualidades morales, nuestros oídos se mantienen afinados.

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