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¿Pecar ahora y pagar después?

Del número de agosto de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Cristo Jesús sanó a un hombre paralítico destruyendo el pecado, dijo: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados”. Mateo 9:2. Este incidente, como la parábola de Jesús del hijo pródigo, ilustra el amor redentor y sanador de nuestro Padre celestial que libera y sana. En la parábola, un hijo despilfarrador que había derrochado su vida en vacías promesas de pecado, humildemente volvió a su hogar y el padre eufórico lo recibió con sus brazos abiertos. ¿Por qué había el hijo abandonado su hogar en primer lugar? ¿Acaso había sido engañado por las garantías fraudulentas del pecado de que uno puede pecar hoy y luego pagar lo que deba?

Una forma de ver el pecado es que por lo menos es placentero ahora; aunque luego debamos pagar con un castigo severo. La Ciencia Cristiana rechaza esta supuesta responsabilidad diferida. “El pecado es su propio castigo” declara la Sra. Eddy en Ciencia y Salud.Ciencia y Salud, pág 537. La Ciencia Cristiana pone en claro que el pecado nunca es realmente placentero. Nos impide disfrutar de la verdadera vida y felicidad, escondiendo el punto de vista real acerca de Dios y el hombre, escondiendo la bondad y el gozo. El pecado carece de armonía, no manifiesta el amor de Dios ni del hombre. La gratificación personal, por ejemplo, la creencia de que uno puede usar a otros para sacar ventajas sensuales, oscurece nuestra integridad y dignidad con una ilusión, un sueño de placer y dolor en la materia. Ese tipo de indulgencia es, según dice la Biblia: “Como el que tiene hambre y sueña, y le parece que come, pero cuando despierta, su estómago está vacío”. Isa. 29:8. ¡Es como el pecado! Sacia pero nunca satisface. Produce el deseo de recibir más, hasta que se destruye por medio del sufrimiento o de la verdadera comprensión de Dios en la Ciencia.

El comprender que Dios, el Alma, es ahora la fuente del gozo, un gozo sin dolor, es encontrar la libertad genuina. No hay pecado en el Alma, ni en el hombre, el reflejo del Alma sin pecado. El pecado es una mentira acerca del Alma y el hombre; no tiene origen. Dios no hizo el pecado, no lo conoce y no hizo que el hombre pecara o conociera el pecado. El Alma crea al hombre en inocencia original y no en pecado original.

El pecado, por lo tanto, no es “mi”, “su”, “nuestro” pecado, sino que es una creencia latente del mal, un concepto falaz de que existe una mente opuesta a Dios. Son los pensamientos malignos que se engañan a sí mismos los que fomentan actos pecaminosos. Pero el Cristo, la Verdad, revela la naturaleza real del hombre a la consciencia humana y la despierta del sueño mortal de placer y dolor en la materia a la Vida inmortal, que es Espíritu.

Cristo Jesús enfrentó el mal como irreal y destruyó el pecado; él nos mostró que somos los hijos e hijas bendecidos de Dios. Jesús perdonó el pecado destruyendo su causa mental y eliminando sus efectos físicos. Él sanó enfermedades, incluso un defecto de nacimiento atribuido a pecados pasados, Véase Juan 9:1–7. restableciendo la salud de las personas. Probó que no somos esclavos del pecado, que no tenemos que amarlo ni temerle, ni estar enfermos por su causa.

A través del Cristo, podemos batallar con el pecado tan vigorosamente como lo hacemos con la enfermedad. Al ver que no hay placer en el pecado y resistir la seducción mental de sus argumentos, impedimos sus efectos físicos dañinos. Cuanto más pura sea nuestra consciencia del Alma como la fuente de todo el bien, mejor discerniremos y negaremos los pensamientos sensuales antes que se arraiguen, crezcan y se multipliquen en una conducta equivocada y en enfermedad.

La creencia de que Dios hizo el pecado, y que luego nos castiga enviándonos enfermedades porque nos hemos complacido en lo que Él hizo, es abrumadora. ¿No deberíamos mejor seguir a Cristo, destruyendo tanto el pecado como la enfermedad con el amor de Dios? Es este amor, no el temor a la enfermedad, lo que detiene el pecado.

¿No deberíamos mejor seguir a Cristo, destruyendo tanto el pecado como la enfermedad con el amor de Dios?

Entre los artículos de fe de la Ciencia Cristiana, en Ciencia y Salud leemos: “Reconocemos el perdón del pecado por Dios en la destrucción del pecado y en la comprensión espiritual que echa fuera el mal como irreal. Pero la creencia en el pecado es castigada mientras dure la creencia”.Ciencia y Salud, pág. 497. Esto parece ser una amenaza para aquel que no está arrepentido, ya que el castigo acompaña al pecado mientras la creencia en él perdure; pero para el pródigo arrepentido es una promesa gloriosa ya que cuando el pecado cesa, cesa el castigo.

Hace más de diez años un hombre escribió: “Cuando fui liberado de este pecado, mi vida entera se renovó. Desperté una noche oyendo la voz callada y suave, gritándome que dejara de tomar. Sabía que bebía alcohol con exceso pero pensaba que lo disfrutaba. Recuerdos de varias malas borracheras venían a mi mente. Realmente no eran divertidos. Sentí el toque del Cristo con una curación completa y rápida de todo deseo de tomar. Este fue el comienzo de un profundo arrepentimiento, regeneración y curación. A medida que reclamé mi verdadera identidad cristiana como hijo bienamado de Dios, el uso de drogas, el fumar en grupo, mi tendencia a reaccionar, la obscenidad y el comportamiento inmoral, disminuyeron hasta desaparecer. Muchos problemas serios de relaciones personales y en el trabajo se disolvieron. Frecuentes dolores de cabeza e infecciones terminaron y los efectos de accidentes sanaron. Sin regaños, un practicista de la Ciencia Cristiana pacientemente me ayudó a eliminar los errores de carácter recurriendo a Dios a través del estudio de la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, y a vivir con amor lo que había encontrado”.

Hoy este hombre escribe: “Mi vida está llena de testimonios del poder transformador del Cristo. He ayudado a otros que estaban en la prisión del alcohol y de las drogas. El continuo crecimiento del carácter cristiano ha sido evidente en la salud de mi cuerpo, de mi familia y de mi actividad profesional. Mi esposa e hijos han crecido en gracia al igual que yo”.

El Amor divino nos invita a todos a las aguas del Alma. El pecado es como una mancha en un cristal, una mancha que no pertenece al cristal sino que está sobre él. No rompemos el cristal para sacar la mancha, sino que suavemente (o con insistencia) lo lavamos. Juzgar a otros o a nosotros mismos por el pecado, agrega un peso increíble al que ya está sobrecargado por el pecado y por la autocondenación. ¿Por qué castigar aún más a aquellos que ya están gravemente heridos? El enemigo es el pecado, no la gente. ¿Acaso no necesitamos todos ayuda a veces, para mantener limpio ese cristal del pensamiento y así obtener una visión clara y cristiana de nosotros mismos y de los demás?

Nuestro Maestro nos enseñó que si queremos recibir misericordia y perdón, debemos ser compasivos y prontos para perdonar. Cuando la gente le trajo a una mujer “sorprendida en el acto mismo de adulterio”, para que la juzgara, él enfrentó a un grupo que reclamaba justicia sin misericordia. Su respuesta sanadora puso un alto, en ellos y en la mujer, a las consecuencias de la indignación y condenación farisaica. Él entonces dijo a la mujer: “¿Ninguno te condenó? ... Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. Juan 8:4, 10, 11.

Solo Dios es el Juez, y juzga con justicia y misericordia. La Verdad destruye el mal y pone al descubierto el pecado; el Amor reforma y perdona con compasión. La Ciencia del Cristo permite a los pródigos sentir el amor del Padre que nos abraza y bendice: “Hijo, Hija,... tus pecados te son perdonados”.

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