En 1990 Sufrí un complicado caso de anorexia, que casi me cuesta la vida. Me encontraba muy solo en ese tiempo, y seguí un tratamiento de psicoterapia. Me aislaba cada vez más de los demás, y finalmente prácticamente no comía nada. Perdí tanto peso que los médicos por último se dieron por vencidos. Por mi apariencia externa era apenas reconocible, y estaba demasiado débil como para recorrer aun distancias cortas sin utilizar todas mis fuerzas.
Finalmente, me acerqué a un Científico Cristiano, que había expresado su deseo de ayudarme. Luego de mi primera visita, me volví más y más consciente de que esta condición emanaba de un anhelo de recibir amor y afecto. Ambos estudiamos Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, en particular las páginas 221 a 224.
En nuestras conversaciones, el Científico Cristiano me aseguraba de que yo en realidad no podía estar solo y solitario, porque nada puede separar al hombre de la cercanía, protección, amor y afecto de Dios. Que morir no era algo que estuviera en mis manos, ya que el amor de Dios es indivisible, y como es la Vida divina, Él es eterno y sostiene todo.
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