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Escuchar y sanar

Del número de agosto de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Cómo Anda Su Oración? ¿Es fresca, inspirada, llena de nuevas percepciones del universo espiritual de Dios? ¿O rutinaria, repetitiva, aburrida? Yo no sé si estas preguntas representan algo para usted, pero para mí es un cuestionamiento muy serio, pues aunque desearía de todo corazón responder afirmativamente a la primera, a veces siento que debiera encuadrarme en la segunda.

Usted sin duda estará convencido de que la oración es eficaz para la curación. Afirmar la totalidad de Dios y negar el mal, percibiendo la verdad del ser, y suplicar humilde y sinceramente a Dios para tener la posibilidad de expresar mayor pureza y bondad, son algunos de los elementos de la oración que traen cambios en el pensamiento y como consecuencia, en la vida de una persona. Pero puede haber ocasiones en las que uno se siente bloqueado en su camino, demasiado presionado como para alcanzar una inspiración que promueva el progreso.

Uno de los aspectos de la oración eficaz que en ocasiones puede resultar muy adecuado, es escuchar. Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy, tiene mucho para decir al respecto. Por ejemplo, en el capítulo “La oración”, hay un comentario acerca de cómo calmar los sentidos materiales. Después de citar la admonición de Jesús de que para orar debemos entrar en el “aposento”, la Sra. Eddy dice: “El aposento simboliza el santuario del Espíritu, cuya puerta se cierra al sentido pecaminoso, mas deja entrar a la Verdad, la Vida y el Amor. Cerrada para el error, está abierta para la Verdad, y viceversa... Para entrar en el corazón de la oración, la puerta de los sentidos errados tiene que estar cerrada. Los labios tienen que enmudecer y el materialismo callar, para que el hombre pueda tener audiencia con el Espíritu, el Principio divino, o sea, el Amor, que destruye todo error”.Ciencia y Salud, pág. 15.

¿De qué manera llevamos a cabo la tarea de silenciar esos sentidos falsos y ruidosos? Comenzamos por cerrar nuestra puerta al incesante acceso de pensamientos mortales. Por ejemplo, si en el momento en que nos sentamos a orar, pensamos que debemos regar tal planta o llamar por teléfono a tal persona, o tomar un poco de agua, o hacer algo que sin duda se puede hacer más tarde, podemos, mentalmente, negarnos a completar o llevar a cabo ese pensamiento que nos distrae. Mantener esta actitud mental, nos ayuda a dirigir nuestro pensamiento hacia un estado de serena receptividad y apertura ante la manifestación de la Mente divina.

Después de haber silenciado los sentidos mortales, ¿cómo percibimos los mensajes de Dios? A través del sentido espiritual, reconocemos, percibimos y sentimos la realidad espiritual. A veces consiste simplemente en el reconocimiento de la presencia de Dios, el Amor, o sea interrumpir de un modo irrebatible el sueño de la materia. A veces, se presenta un momento en el cual logramos un entendimiento totalmente nuevo de la verdad espiritual o de una declaración de la verdad, y nos sometemos a su poder transformador. Sea como fuere el medio, percibimos algo acerca del fresco, inspirado, ilimitado y permanente reino del Alma, donde las palabras son innecesarias. Es difícil describirlo debido a que muy a menudo es una experiencia que con palabras no se puede expresar. Es en realidad, un estado del ser, del ser unido con Dios, y con pleno conocimiento de esta unidad.

Escuchar es un aspecto de la oración que podemos cultivar. Requiere práctica, pero cuanto más lo hacemos más natural se vuelve. Mantiene nuestras oraciones fuera de la monotonía y eleva el pensamiento a la infinita realidad de Dios, donde no hay nada que pueda enfermar o pecar ni nada que pueda causar enfermedad o pecado. Es, literalmente ¡el cielo! Y no es algo abstracto sino concreto. Este punto de vista claro de la realidad, sana.

Hay otra manera de escuchar, que puede ayudarnos en nuestra tarea sanadora y que se manifiesta cuando crecemos en nuestra capacidad de discernir la omnipresencia de la Mente divina. Consiste en la habilidad de leer el pensamiento desde un punto de vista espiritual. La Sra. Eddy hace referencia a la habilidad que tenía Cristo Jesús de discernir el pensamiento humano, de la siguiente manera: “Jesús no podía dañar a nadie con su lectura de la Mente. El efecto de su Mente era siempre el de curar y salvar, y ésta es la única Ciencia genuina de leer la mente mortal”.Ibid, págs. 94-95.

Por ejemplo, en el caso del hombre paralítico, Jesús pudo evidentemente discernir que el mal era una consecuencia del pecado. El Maestro aseguró: “Hijo, tus pecados te son perdonados”, Marcos 2:5. y fue sanado en ese preciso momento. Jesús percibió la naturaleza del mal, debido a su intuición espiritual tan desarrollada. Su percepción pura y consciente de la relación que cada persona mantiene con Dios lo hacía sensible a las impurezas de todo tipo, y le permitía desenmascarar su irrealidad. El error no podía esconderse del potente reflector del pensamiento del Cristo. Del mismo modo que para ver quien está dentro de una habitación a oscuras es necesario encender una luz, el error queda al descubierto, cuando la luz de la espiritualidad brilla y resplandece en el pensamiento humano. Es revelado como error, no como algo, sino como nada sin poder, sin realidad ni verdad. Como resultado, la evidencia del error (enfermedad o pecado) desaparece.

¿Qué podemos hacer para desarrollar esta agudeza espiritual? A través del estudio y de la práctica sistemática nos volvemos cada vez más hábiles para “escuchar” lo que debemos tratar por medio de la oración, ante cada situación que se presente.

Hace poco tuve una experiencia que me enseñó lo útil que resulta escuchar. Mientras cabalgaba en un parque nacional mi caballo pisó accidentalmente un avispero. No me di cuenta de lo que había ocurrido hasta que comenzó a corcovear. Miré hacia abajo y vi centenares de avispas que zumbaban y se arremolinaban debajo de su panza. Lo siguiente que supe, fue que estaba en el suelo sin poder moverme. Conseguí llegar a una mesa para picnic y me quedé recostada. Al poco tiempo llegó un guardabosque que llamó a un grupo paramédico. Después que me examinaron me dijeron que posiblemente me había fracturado una vértebra y hundido o quebrado algunas costillas. Quisieron llevarme al hospital pero les pedí que me eximieran de todo tratamiento médico y que llamaran a mi esposo. El grupo paramédico y el personal del parque hicieron, aunque de mala gana, lo que yo les pedí. Vino mi esposo y me llevó a casa.

Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana y ambos oramos. Al principio, no podía levantar la cabeza y tenía bastante dolor. Después de algunos días era evidente que había progreso, pero yo sentía que aún no se había llegado al fondo del problema. Un día, mientras estaba en la cama, llegué mentalmente a un punto donde oré más o menos de esta manera “Dios, estoy escuchando para saber todo lo que debo saber. Estoy dispuesta a escuchar y a hacer todo lo que sea necesario para demostrar mi dominio”.

En forma casi instantánea y como si se tratara de una voz, me vino al pensamiento que no me podían “arrojar de la montura”. Para mí, eso significaba que nada podía impedir ni destruir mi utilidad como una idea de Dios que tenía que cumplir con un propósito espiritual. Recordé que en ese momento había varias personas que estaban enojadas conmigo y yo sentía temor de ese enojo. En ese mismo instante recordé, que siendo pequeña, cada vez que uno de mis padres se enojaba conmigo, me castigaban físicamente. Durante casi toda mi vida, había tenido temor al enojo. Para lograr esta curación yo tenía que extraer la espina del enojo o sea, ver que el enojo carecía de poder porque no proviene de Dios. Las avispas parecían haberse enojado porque mi caballo había ocasionado molestias en su casa. Sus picaduras fueron la causa de que mi caballo me arrojara al suelo. En mucho menos tiempo de lo que lleva escribir esto, yo estaba simplemente amando a esas avispas, amando a mis padres y amando a los que estaban enojados conmigo. Y al percibir que el amor de Dios llena todo el espacio y que no existe lugar para otra cosa (como ser, enojo y violencia), pude levantarme. A las pocas horas pude manejar mi auto y muy poco tiempo después estuve completamente sana. El cambio fue notable y se produjo cuando percibí lo que realmente necesitaba curación. A pesar de las apariencias, lo que había que sanar primero no era mi cuello y las costillas, sino que era necesario destruir un temor latente (en este caso al enojo).

El saber escuchar cumple una función muy importante en la curación. Cuando apartamos el pensamiento de los gritos del error, “oímos” la omnipresencia y omnipotencia de Dios. En esa consciencia, nada desemejante a Él existe, y se produce la curación.

La disposición espiritual, nos permite discernir la Verdad. En la medida en que continuamos escuchando, oímos la verdad que pone al descubierto el error y su absoluta irrealidad. De esta manera, la Verdad destruye el error. Escuchar la verdad espiritual, es una disciplina maravillosa. Nos libera de la cárcel de la repetición y la aburrida rutina, y nos sumerge en “el corazón de la oración”. Hace que la curación no sólo sea posible, sino espontánea y natural Y nos permite responder a la pregunta acerca de cómo anda nuestra oración, con un rotundo “¡De maravillas!”

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