Gracias A La Maravillosa revelación de la Ciencia Cristiana, hemos comprendido que toda discordancia, ya sea física, económica o moral, es sólo una creencia falsa, una ilusión de la mente mortal. La manera de liberarnos de estas creencias es conocer y aceptar la verdad que se reveló en la vida y en las palabras de Cristo Jesús, y que la Ciencia Cristiana, el Consolador prometido, explica.
En una oportunidad, nuestros dos hijos comenzaron a tener síntomas de malaria. Lo primero que hice fue orar en silencio por ellos, negando la realidad de la enfermedad, basándome en la totalidad de Dios y en la perfección del hombre hecho a Su imagen y semejanza. Con gratitud reconocí el cuidado que Dios brinda a todos Sus hijos e hijas. Después negué específicamente la sugestión errónea de que una criatura denominada “mosquito” pudiera ser la responsable de dicha enfermedad. En otras palabras, mantuve en mi pensamiento el verdadero significado de la creación, revelada en la Biblia, donde leemos: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Gén. 1:31). Verdaderamente no existe criatura dañina capaz de causar enfermedad alguna; sólo existe la creación de Dios.
Luego de esta oración todos mis temores fueron desapareciendo y se fortaleció mi convicción espiritual. Compartí entonces estas verdades sanadoras con mis dos hijos, y nos pusimos a orar juntos. Todo esto fue en directa obediencia a lo que dice Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Los padres debieran enseñar a sus hijos a la edad más temprana posible las verdades concernientes a la salud y a la santidad” (pág. 236). Ambos fueron muy receptivos a estas verdades, y gustosamente afirmaron que eran buenos hijos de Dios, que Él los amaba, y que la enfermedad era una mentira y por lo tanto, gozaban de perfecta salud.
Como resultado de la oración de mis hijos, y la oración silenciosa de mi parte, tuvieron una continua mejoría. Mi hijo menor se restableció completamente al día siguiente.
Sin embargo, la temperatura de mi otro hijo era inconstante. Esta creencia fue finalmente destruida cuando adoptamos una firme posición en nuestra oración, sabiendo que: “La Mente regula el estado del estómago, de los intestinos y del alimento, así como la temperatura de niños y adultos, y la materia no lo hace” (ibid., pág. 413). Ninguno de estos síntomas volvió a presentarse.
Otra curación se produjo poco tiempo después, esta vez con relación a una de nuestras hijas adolescentes. Ella me llamó desde el colegio donde estaba estudiando en Londres, diciendo que tenía dificultades para respirar bien. Mi esposo y yo la tranquilizamos con la verdad de que Dios, su verdadero Padre y Madre, estaba allí mismo, cuidándola. Puesto que Dios es la Vida divina, sabíamos que ella reflejaba Su fortaleza y que nada podía destruir su vida. Le dijimos que recordara estas verdades en sus oraciones, y prometimos llamarla más tarde.
En nuestra oración silenciosa por ella, además de saber dónde estaba su verdadera morada, como en el caso de sus hermanos, también comprendimos que ninguna mala noticia podía causarle discordancia alguna, (sabíamos que ese día, ella había recibido una noticia que la había desilusionado).
Cuando la volvimos a llamar una hora después, una voz muy firme y alegre nos contestó: “Sí, puedo respirar normalmente”. Nos alegramos mucho. Ella también estaba feliz de estar libre y más dispuesta a confiar en que Dios, el Amor divino, la estaba protegiendo.
Hace poco, una mañana metí, sin querer, el dedo índice en el agua hirviendo. El dolor era muy agudo. Por unos diez minutos caminé de un lado al otro, tratando de tranquilizarme. Cuando logré calmarme un poco, vino a mi pensamiento el título marginal de Ciencia y Salud: “Remedio para accidentes”. La declaración de verdad que recordé fue: “Declarad que no estáis lesionados y comprended el porqué, y veréis que los buenos efectos resultantes estarán en proporción exacta a vuestro descreimiento en la física y a vuestra fidelidad a la metafísica divina, vuestra confianza en que Dios es Todo, según declaran las Escrituras que es” (pág. 397). Por media hora obedecí con todo mi corazón esta declaración de verdad, sintiéndome agradecida y reconociendo en oración silenciosa y audible porqué no podía estar lastimada: en primer lugar, puesto que Dios es mi creador, yo siempre reflejaba la inteligencia divina, y no podía hacer nada con descuido; y en segundo lugar, yo era, en realidad, completamente espiritual, no material, y poseía por reflejo, la indestructible sustancia del Espíritu.
En un principio el dedo se inflamó y perdí parte de la piel, pero la nueva piel apareció rápidamente, y el dedo no muestra evidencia de lesión alguna. El dolor desapareció en esa media hora. Por supuesto, me alegré mucho. “Bueno es Jehová para con todos, y sus misericordias sobre todas sus obras” (Salmo 145:9).
Y es por eso que no podemos dar por hecho tales curaciones, sino que debemos estar eternamente agradecidos.
Port Harcourt, Rivers State,
Nigeria