En Comparación Con problemas tan serios como el crimen o el desempleo, el preocuparse por el exceso de peso parece algo insignificante, hasta que una mañana descubrimos su figura contemplándonos desde el espejo. Entonces, este problema puede convertirse en una carga que destruye nuestra alegría.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, hace una declaración interesante en Escritos Misceláneos. Hablando acerca de la traslación, o sea la espiritualización progresiva de la identidad y naturaleza individual, ella escribe: “Esta traslación no es obra de un momento; requiere tiempo y eternidad. Significa más que la mera desaparición ante el sentido humano; tiene que incluir también el aspecto transformado del hombre y su forma más divina, visibles para aquellos que lo contemplan en este mundo”.Esc. Mis., pág. 68. Para quien desea tener un buen estado físico, esta declaración es un rayo de verdadera esperanza. Aquí no se trata de la estructura ósea sino de la naturaleza y contenido de nuestro pensamiento. Por encima de todo, esta transformación es parte natural y fundamental del desarrollo espiritual. Este progreso espiritual pertenece al hombre en su totalidad y no simplemente a su apariencia exterior.
Hace alrededor de diez años rebajé mucho de peso por medio de la oración. Cuando la comprensión de mi unidad con Dios llenó mi pensamiento, esa comprensión, literal y muy visiblemente, me formó de nuevo. Pero hace dos años, me di cuenta de que había comenzado a comer en exceso. Pensé que sería fácil de superar, pero no fue así. La curación por la cual había estado tan agradecida parecía estar deshaciéndose junto con mi traje de lana favorito, de modo que oré sinceramente a Dios.
Una tarde, cuando comía algo, me dije: “Siento una sensación de vacío y calor muy grande dentro de mí, y la comida me satisface”. De pronto comprendí que en realidad, mi problema no estaba en la comida ni tampoco en el exceso de peso. Estas eran simples apariencias, una trampa para desviar mi atención hacia el cuerpo y alejarla de mi pensamiento, que es donde se encontraba el verdadero problema.
Entonces, en vez de perder un solo momento más en pensar en la apariencia de mi cuerpo, me concentré por completo en mi consciencia.
El culpable era la angustia que me afligía. Yo había comenzado a comer en exceso cuando mi madre falleció. Ella y yo habíamos sido siempre muy unidas, y yo sabía que necesitaba mantenerme firme durante los meses siguientes a su partida. Continué con mis obligaciones profesionales al mismo ritmo de siempre. Pero todo ese tiempo había estado comiendo todo lo que veía. Para mí sentirse apesadumbrada significaba llorar y andar de aquí para allá secándose las lágrimas, y esto no era precisamente lo que yo estaba haciendo. No se me había ocurrido pensar que el pesar pudiera disfrazarse bajo la apariencia de comer en exceso. En ese momento comprendí que la pesadez de mi cuerpo era simplemente la manifestación del pesar que sentía en el corazón. Entonces, en vez de perder un solo momento más en pensar en la apariencia de mi cuerpo, me concentré por completo en mi consciencia.
La Ciencia Cristiana destaca la naturaleza esencialmente espiritual de todo lo que es real. La experiencia humana es simplemente nuestro concepto de la realidad que tenemos en ese momento, y que a menudo se manifiesta defectuosa y distorsionada debido a las percepciones erróneas y conclusiones imperfectas de los sentidos físicos. Los mismos sentidos que apoyan la aflicción — afirmando que la vida tiene un comienzo y un fin — son los mismos sentidos que apoyan la glotonería y el agobio, declarando que la materia nos satisface y que es la sustancia de nuestro ser. Ninguno de estos testimonios materiales es verdadero.
La Vida es Dios, a quien cada uno de Sus hijos expresa eternamente. El Maestro Cristo Jesús demostró esto por medio de su propia resurrección y también se lo demostró a las personas que él resucitó de la muerte. En el episodio de la curación del hijo de la viuda, Jesús hizo algo más que resucitar al joven. Aun antes de que ese acontecimiento tan importante tuviera lugar, Cristo Jesús atendió el sufrimiento de la madre con estas sencillas palabras: “No llores”. Véase Lucas 7:11–16.
Al orar con todo mi corazón tuve la certeza de que tanto la identidad de mi madre como la mía es espiritualmente sustancial, eternamente perfecta, Dios la atesora, y nunca está sujeta a distorsión, discordia o muerte. Como la viuda, yo también fui receptiva al mandato tierno de Cristo: “No llores”. Entonces sentí la paz que me liberó del peso de la aflicción.
El deseo obsesivo por la comida cesó, lo que no me causó ninguna sorpresa. Simplemente desapareció y eso fue todo. Al cabo de una semana la ropa me entró muy bien una vez más. Al mismo tiempo, algunas funciones de mi cuerpo que habían cesado casi por completo durante muchos meses, recobraron totalmente la normalidad. También pude terminar varios proyectos creativos y pude hacerme cargo de otras responsabilidades profesionales sin sentirme abrumada por ellas.
Nada puede revocar ni destruir el poder sanador de Dios, el bien eterno e infinito. La creencia de aflicción, aunque se esconda bajo la máscara del peso excesivo, es como una prenda de vestir que nos podemos probar inconscientemente, y del mismo modo nos la podemos quitar y rechazar con rapidez. El peso, ya sea físico o mental, no puede dominar a una idea espiritual. Y eso es exactamente lo que somos: las ideas individuales de Dios. Los pensamientos de Dios, del Amor infinito, son amorosos, están satisfechos y llenos de gracia.
Esta experiencia fue una manifestación de la traslación — de redención, de transformación y desarrollo espiritual — una demostración de que “el aspecto transformado del hombre y su forma más divina”, prometidas por la Sra. Eddy, son posibilidades presentes que están esperando que cada uno las perciba y comprenda. Esta verdad es muy alentadora para cualquier persona que desee ser realmente hermosa. Después de todo, una idea de Dios no es hermosa para atraer la atención sobre sí misma, sino para expresar la gloria de Dios y compartirla con otras personas. Todo lo que rodea a la belleza resplandece hacia afuera, no hacia adentro. Y la belleza es nuestra herencia porque todos somos hijos de Dios.
Todos podemos reclamar esta herencia que nos pertenece, y resolvernos a expresarla activamente. Una manera de hacerlo, por ejemplo, cuando nos estamos preparando para salir, es reconocer con firmeza la presencia bondadosa y hermosa de Dios. Es maravilloso comprobar lo eficaz que puede resultar este sencillo reconocimiento, y cómo inunda el corazón con esa alegría que podemos compartir con nuestros colegas, compañeros de trabajo y aun con los desconocidos que encontramos en la calle. El hecho de que nos veamos a nosotros mismos y a los demás como Dios nos ve, verdaderamente nos bendice a todos. Debemos reconocer la belleza y la gloria que todos reflejamos en este mismo momento porque somos las ideas de Dios hermosas y llenas de gracia.