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Foco II: Despiertos y atentos para responder a los corazones hambrientos

¿Le ha dado un abrazo al mundo hoy?

Del número de septiembre de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El Abrazo Establece una comunicación. Nos dice: “Te quiero” y sentimos que somos queridos. Aun los abrazos de larga distancia transmiten algo, como éste que encontré anoche en mi contestador automático: “Lamento no haberte encontrado. Considera esta llamada como un gran abrazo que te envía una vieja amiga”. Esa amiga estaba a 4.800 kilómetros de distancia. Pero sentí su abrazo.

Lo que realmente sentimos, ¿no es acaso el amor que hay detrás del abrazo? ¿Lo que seca las lágrimas, trae calidez a los corazones, acalla temores y susurra: “¡Eres muy valioso para mí!”?

¿Le ha dado usted un abrazo al mundo hoy, mentalmente, en sus oraciones? ¿Con compasión? Cada maravillosa reafirmación que sintió hoy acerca del amor todopoderoso de Dios, que lo dirige, cuida y gobierna a usted y a los suyos, ¿la compartió con todo el mundo (en especial con las zonas de mayor conflicto) rodeándolo con esta misma verdad? Actuar de esta manera es algo muy importante para quien se considera un cristiano. Significa amar a nuestro prójimo (tanto en forma generalizada como al vecino de al lado) como a nosotros mismos. ¡Y eso es muy necesario!

Las noticias de la televisión que nos muestran en forma tan gráfica rostros llenos de desolación y desaliento debido a la violencia, a catástrofes, a enfermedades, son a menudo suficientes para impulsarnos a abrazar al mundo, acción que expresa mucho más que sentir lástima por los demás. Lo que se necesita son abrazos munidos del poder que da la oración, llenos de compasión y entendimiento cristianos; abrazos mentales que traen consuelo y esperanza, que ayudan a acallar el odio y el sufrimiento; que desde el comienzo muestran una inamovible convicción en un Dios universal, el Amor, — presente en todas partes y todopoderoso — y que no se detendrá hasta que hayamos incluido a toda la humanidad en esta comprensión. Nuestras oraciones pueden reflejar una percepción ininterrumpida del bien, Dios, que no se desploma ante cuadros de desastres, sino que ve clara y serenamente la presencia de Dios con toda su ternura y poder, allí mismo donde se presenta la necesidad. La voz del Amor divino susurra a cada corazón hambriento: “No temas. Por más desalentadoras que parezcan las circunstancias, mi amor por ti es tan grande que está por encima de todo eso, y te lo voy a demostrar”.

No temas. Por más desalentadoras que parezcan las circunstancias, mi amor por ti es tan grande que está por encima de todo eso, y te lo voy a demostrar”.

Este abrazo espiritual de la oración llega hasta el rincón más lejano del globo y es una influencia para el bien, pues disminuye el mal, vence el temor, transforma el odio, somete la injusticia a la ley. Este afecto cristiano (más elevado que la simpatía humana pero igualmente sensible ante la necesidad humana) no puede dejar de sentirse. Es altruista, es el reflejo del amor de un Dios universal. El mismo (¡y el único!) Dios que impulsa y confiere poder al amor que expresamos en la oración, es también el que nos hace receptivos a su verdad, de acuerdo con la necesidad que existe en la consciencia humana. Y ese mismo Dios es quien le da la fortaleza y la comprensión espiritual que usted necesita para orar de una manera eficaz.

Tal vez usted ya haya experimentado esto en su vida. Si no ha sido así, puede suceder en cualquier momento, como me ocurrió a mí. Cuando comencé a estudiar la Ciencia Cristiana con consagración, asumí el compromiso de incluir cada día a toda la humanidad en mis oraciones diarias. Y reflexioné acerca de la admonición que Cristo Jesús hizo a sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Marcos 16:15.

Cuando empecé a tomar muy en serio mi posición de discípula, vi que esa admonición era también para mí (y para todos los discípulos de nuestro tiempo). Al principio me pregunté: “¿Cómo puedo yo, siendo esposa y madre al cuidado de su propia familia, tan importante para mí, ‘... ir por todo el mundo’ para ayudar a mi familia universal?” Entonces pensé en los doce discípulos más cercanos de Jesús y comprendí que ellos no podían trasladarse a todas partes, física y geográficamente. Ellos se movilizaban caminando. Pero podían hacerlo mentalmente por medio de sus oraciones. Y eso era algo que yo también podía hacer.

Después de mencionar las palabras de Jesús “Predicad el evangelio a toda criatura”. la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Declarad la verdad a toda forma de error”.Ciencia y Salud, pág. 418. Cuanto más pensaba en esto, más percibía todo con mayor claridad: “Esta es una oración específica, científica, una oración cristiana; y yo puedo hacerla todos los días, dondequiera que me encuentre. Y lo voy a hacer”.

Ansiosa por comenzar, lo primero que hice fue leer de nuevo la Lección Bíblica de esa semana, del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, esta vez, para el mundo. (Me trajo tanta inspiración que aún lo sigo haciendo, por lo menos una vez por semana.)

Los sucesos que tuvieron lugar en una semana en especial, fueron sumamente útiles para dedicarme a esta tarea. El tema de la Lección Bíblica de esa semana era “Dios” y todo su contenido destacaba Su bondad. La leí muy cuidadosamente y en oración, abrazando a toda la humanidad con cada una de las promesas y evidencias de que Dios es bueno. Cuando terminé, yo tenía la certeza absoluta de que realmente existe un Dios universal, el Amor, y que era tan verdadero e irresistible en Timbuktu como en Tulsa.

Cada día de esa semana, me mantuve alerta a las señales de la bondad de Dios y tuve evidencias y pruebas de ella en todas partes. Se firmó un tratado de paz, se completó con éxito una misión espacial, un bombero salvó a cinco niños, y cuando se desinfló el neumático de mi auto en plena ruta, un camionero que venía detrás de mí, se detuvo y me lo cambió. Todas esas evidencias del bien — y otras más — las reconocí y atribuí a Dios, el Principio de todo bien.

De pronto, la bondad de Dios, parecía estar muy distante...

Y de pronto, el viernes, se difundieron por televisión noticias de otra parte del mundo que mostraban imágenes de niños al borde de la muerte por una epidemia de cólera que se presentó después de un ciclón. Se afirmaba que morirían cientos de miles. Ese mismo día, nuestros dos hijos volvieron de la escuela con la noticia de que se esperaba una epidemia de sarampión que iba a extenderse por toda la ciudad. Poco después recibí un llamado de la enfermera de la escuela quien quería asegurarse de que los padres comprendían bien que la situación era muy seria, y que si se producían tres casos nuevos, suspenderían las clases.

De pronto, la bondad de Dios, parecía estar muy distante y mi convicción anterior de que el bien, Dios, es Todo, aparentemente sólida como una roca, se había desintegrado. Recuerdo que dije: “Es como si me hubieran sacudido el piso. Mi hogar, mis vecinos y el mundo están pidiendo a gritos que se les den evidencias de que el brazo amoroso de Dios los rodea, y yo aquí me siento abrumada e inútil. ¿Qué ocurrió con mi compromiso?”

En ese instante comencé a sentir la fuerza espiritual del mandato cristiano: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. Rom. 12:21. Percibí que Dios nos da el empuje y el poder para que lo hagamos. Recordé con cuanta dulzura Él me había pedido que me dedicara a la tarea de orar por la humanidad y con cuanta sinceridad yo había respondido, y empecé a sentir como si Él me estuviese dando la fortaleza necesaria y poniéndome en el camino correcto una vez más. Y esto fue lo que me vino al pensamiento: “La Verdad es una roca y no un piso; por lo tanto, nada puede moverla de debajo de mis pies. Y es la Verdad la que me ha establecido sobre la Roca, por lo tanto, nada puede moverme de allí”.

Abrí nuevamente mi Biblia y Ciencia y Salud en esa preciosa lección llamada “Dios”, y volví a prestar atención a lo que antes había aceptado con tanta facilidad. Al comienzo, la frase: “De la misericordia de Jehová está llena la tierra”, Salmo 33:5. parecían palabras huecas. Las caras de esos niños llenas de temor y la voz llena de autoridad de la enfermera, parecían más reales que la bondad de Dios.

Pero insistí. Una promesa de la Biblia comenzó a dirigir mi pensamiento de nuevo hacia Dios: “Jehová es Rey de Israel en medio de ti; nunca más verás el mal. En aquel tiempo se dirá a Jerusalén: No temas; Sion, no se debiliten tus manos. Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos”. Sof. 3:15—17. Leí esto una y otra vez.

“Jehová está en medio de ti”. Eso lo pude entender. Y lo logré reconociendo la presencia de Dios en cada una de las situaciones donde había una necesidad. “Nunca más verás el mal”. ¡Me encantaban esas palabras! No dice que el mal dejará de insistir en ser visto; su significado para mí fue que ya no podía impresionarme, pues el amor de Dios, tan grandioso, es muy superior a lo que podía aparentar el mal. Me dije a mí misma: “No dejes caer los brazos. No estás indefensa; por el contrario, estás bien equipada: tienes fuerza porque sabes que Dios es omnipotente. Y ÉL te salvará. Confía en Él”.

En la Lección había cuatro proposiciones que al comienzo de la semana yo había encontrado muy claras y lógicas:

“1 Dios es Todo-en-todo.

2 Dios es el bien. El bien es la Mente.

3 Dios, el Espíritu, siendo todo, nada es materia.

4 La Vida, Dios, el bien omnipotente, niegan la muerte, el mal, el pecado, la enfermedad. — La enfermedad, el pecado, el mal, la muerte, niegan el bien, el Dios omnipotente, la Vida”. A continuación, la Sra. Eddy pregunta “¿Cuál de las negaciones en la proposición cuarta es verdadera?”Ciencia y Salud, pág. 113.

Fue ahí que desperté. “Es evidente que el bien niega el mal y el mal niega el bien. Son opuestos el uno al otro tal como la oscuridad y la luz. Y mientras siga contemplando la oscuridad, nunca podré ver la luz: si estoy mirando la materia no puedo ver el Espíritu. ¿Qué es verdadero, el informe del Espíritu que habla de su propia totalidad, o el de la materia aduciendo ser algo? Si Dios, el Espíritu es, entonces la materia no es. Y si Dios no es, la Biblia no hubiese podido perdurar tanto tiempo ni hubiese podido ayudar a tanta gente (incluso a mí)”.

Estaba empezando a ver que la Ciencia del Cristianismo nos exige que nos esforcemos constantemente para que nuestra elección recaiga en el bien — la realidad — minuto a minuto, un pensamiento tras otro, todo el tiempo, a pesar de lo que digan las evidencias materiales. Esta Ciencia requiere que toda información, aun la más insignificante, proceda de Dios, el Espíritu y ninguna — ni un sí ni un no — de la materia. ¿Acaso no es esto lo que hizo Jesús y sobre lo que basó sus curaciones? ¿No veía él la perfección de la obra de Dios, allí mismo donde otros veían lo irremediable y el desamparo? Cada curación llevada a cabo por medios espirituales ¿acaso no da prueba de que Dios, el bien, es Todo? Entonces ¿por qué no habría de confiar también yo en esta realidad?

Había vislumbrado la verdad, en cierta medida, de que en esta plenitud total y exclusiva del bien, el Espíritu, donde no existe nada exterior, nunca había habido ni nunca puede haber un solo caso de cólera, de sarampión ni de ninguna otra enfermedad. Creer lo contrario sería negar el bien omnipotente. Escogí el bien como lo real no porque yo quería que las cosas fuesen de esa manera, sino porque lo es, y cada curación en la Ciencia Cristiana ya ha dado pruebas de esto.

Asimismo estuve agradecida por cada pensamiento acerca de Dios desde un punto de vista universal, por cada afirmación de la existencia de un solo Dios Todopoderoso. Esas afirmaciones son una oración eficaz. Me sentí unida a toda la humanidad por un vínculo de compañerismo, al sentir que recibía apoyo de cada corazón en el que ardía el Cristo y que actuaba de acuerdo con el Cristo.

Cuando finalmente, esa noche me fui a dormir, no había olvidado las caras de esos niños ni la amenaza del pronóstico médico que podía afectar mi hogar. Pero estaba viendo de nuevo la faz de Dios en todas partes y Él era para mí mucho más importante que la creencia universal en el contagio en cualesquiera de sus formas. Esta falsa creencia insiste en que el mal es más poderoso que el bien y que el hombre no tiene posibilidades de defenderse. Abracé a mis niños, a los niños de mi ciudad y a todos los niños del mundo, sabiendo que el inmenso amor de Dios estaba circundando el universo, y Él no podía ser derrocado.

Trabajé con toda dedicación durante el fin de semana para mantener mi pensamiento muy cerca de Dios, y de este modo poder ver a todos y a toda cosa, tal como Él los ve. La única información que hubo acerca de la epidemia de cólera, fue la repetición del anuncio anterior. El lunes, ya no hubo novedades al respecto. Alrededor de una semana más tarde, recibí un llamado telefónico de una persona que residía en el país en donde se había pronosticado la epidemia de cólera. La señora me había llamado por otro asunto, pero mencionó que su esposo que era médico, acababa de regresar de la zona de la supuesta epidemia, enviado por el gobierno para que esclareciera el foco de atención. Las cosas se habían tranquilizado y las predicciones no se habían manifestado. Ella agregó: “Dios está presente y podemos sentir las oraciones de la gente de todo el mundo”.

En la escuela no se habló más sobre la epidemia de sarampión que afectaría a toda la ciudad. Un par de semanas más tarde recibí una nota donde se me informaba que no se había vuelto a producir ningún caso nuevo en la escuela.

Aún tenemos un largo camino por recorrer. Obviamente, los problemas del mundo no han terminado. Pero cada oración donde se reconoce la supremacía de Dios, nos ayuda a encontrar soluciones. Lo que aprendí en esa semana, me dio ánimo: Comenzar con Dios, el bien todopoderoso y establecer mi pensamiento en Él me permite contribuir a que se solucionen los problemas. Además, mantenerme cerca de Dios todo el día, en cada pensamiento, minuto a minuto, sin apartarme en absoluto de la verdad del ser cuando enfrento cuadros que niegan Su presencia (he descubierto que es necesario orar con frecuencia para hacer esto), me mantiene en la senda correcta. Y todo pensamiento que aboga del lado de Dios reduce el mal en el mundo entero.

Mientras escribo esto, los titulares incluyen una guerra, una inundación, una violación y una nota sobre el racismo. El mundo todavía necesita el abrazo de todos nosotros.

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