Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

“No menospreciéis a uno de estos pequeños”

Del número de septiembre de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Jesús Muchas Veces enseñó a sus seguidores por medio de parábolas. Después de poner a un niño en medio de sus discípulos, los exhortó a no menospreciar “a uno de éstos pequeños” ni hacerlos “tropezar”. A continuación les contó la parábola de la oveja perdida que para mí es, tal vez, la más tierna de todas. Se refiere a un hombre que tenía cien ovejas, y al extraviarse una de ellas, deja en los montes a las noventa ya nueve y busca a la que se perdió. Cuando la encuentra se regocija más por ésta que por las noventa y nueve que no se extraviaron. Jesús concluyó esa parábola diciendo: “Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños”. Véase Mateo 18:6, 10, 12–14.

¡Cuánto desvelo manifestó nuestro Maestro para demostrarnos que el amor de Dios por sus hijos es inagotable! En la Ciencia Cristiana aprendemos a poner en práctica las enseñanzas de Cristo Jesús.

Veamos entonces cómo esas enseñanzas nos pueden ayudar a mitigar los graves disturbios, conflictos y revueltas que agitan la seguridad de las comunidades hoy en día. Es muy doloroso cuando esos problemas son ocasionados por niños o adolescentes cuya existencia parece marcada por la criminalidad desde la más tierna infancia.

Los estudios de carácter social dicen que las causas de los disturbios son las crisis económicas, políticas y sociales que generan pobreza, desempleo, injusticia en la distribución de las ganancias, la concentración del poder para beneficiar a determinados sectores privilegiados, y que ese tipo de opresión puede generar insatisfacción personal y, en consecuencia, insurrección colectiva.

¿Cómo podemos participar en el esfuerzo por aliviar esos males sociales? ¿Dónde podemos encontrar soluciones? La recomendación que nos da la parábola antes mencionada no nos deja al margen de la situación.

En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “El Científico Cristiano se ha alistado para disminuir el mal, la enfermedad y la muerte; y los vencerá comprendiendo que nada son y que Dios, o el bien, es Todo”.Ciencia y Salud, pág. 450. Como Científica Cristiana estoy “alistada” para ayudar a solucionar esas crisis.

La pureza, el bien y la verdad son características innatas en cada uno de los hijos de Dios.

Purificar nuestra forma de pensar, corrigiendo la codicia, la deshonestidad, la sensualidad, el conformismo con la pobreza y el complejo de inferioridad, constituye un paso de progreso en nuestra búsqueda por redescubrir la armonía.

Cuando analizamos las enseñanzas de Jesús, vemos que él se encontró en situaciones semejantes. Sabemos que se quedó a cenar en la casa de un hombre a quien consideraban un pecador, y, en aquel momento, el hombre cambió. Véase Lucas 19:1–10. La mujer adúltera, puesta delante de Jesús, no fue apedreada por aquellos que querían hacer justicia por sus propias manos. Véase Juan 8:1–11. Delante de sus verdugos Jesús dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Véase Lucas 23:34. Sus palabras y su ejemplo están llenos de amor y perdón. Cuando obedecemos las enseñanzas de Cristo Jesús, podemos apoyarnos en el Cristo para sustentar nuestra fe en el bien, que trae mejores resultados que el castigo físico.

La Ciencia Cristiana también nos enseña que la armonía es lo real y que la desarmonía es irreal. La desarmonía no es regida por ningún principio, así como un error en aritmética no es regido por ningún principio matemático. A medida que comprendemos que el hombre es inseparable de su Padre-Madre, Dios, el Amor divino, la armonía se puede manifestar nueva mente, porque la armonía procede del Principio divino.

Las medidas y providencias humanas que producen buenos resultados surgen cuando purificamos nuestro pensamiento y aplicamos las leyes de la Verdad, la Vida y el Amor. Ese progreso espiritual e individual influye y mejora las posibilidades de la educación pública, religiosa y familiar, y en consecuencia, promueve la armonía en los grupos sociales.

La formación de niños y jóvenes, cuando es guiada por el amor e inspirada por el Principio, o sea, Dios, valoriza la verdad y la moralidad. La Biblia dice: “Críese al niño en el camino que debe andar, y cuando fuere viejo no se apartará de él”. Prov. 22:6 (según la Versión Moderna). La familia, la escuela, los centros comunitarios, la Iglesia, los medios de comunicación son canales adecuados para criar “al niño en el camino que debe andar”.

Hace algunos años, cuando ejercía el magisterio, había en mi clase un niño que tenía un comportamiento muy irregular. Estaba enfrentando serios problemas familiares, tanto financieros como de relación. Oré sabiendo que si hubiese un momento de crisis, Dios me diría cómo hacerle frente. Luego comprendí que yo necesitaba querer a ese niño. Entonces busqué algo que él supiera hacer correctamente: un pequeño ejercicio de matemáticas, una respuesta acertada en geografía, o cualquier otra cosa que le diera la oportunidad de tener una conducta un poco mejor. Yo tenía que reconocer al hijo perfecto de Dios, allí mismo.

Comencé a afirmar la verdad acerca del pequeño, que él era capaz de reflejar a Dios, la Mente divina, capaz de expresar inteligencia y bondad. Me negué a aceptar como real una personalidad rebelde y desobediente. Tiempo después, el pequeño se volvió muy respetuoso conmigo, luego con los demás estudiantes y con los otros maestros. Estaba más alegre, sus calificaciones mejoraron y aprobó el año.

La pureza, el bien y la verdad son características innatas en cada uno de los hijos de Dios. El hecho de reconocer que son innatas y cultivarlas es parte del compromiso que tenemos con la generación que nos sigue, a fin de que ellos las puedan percibir y demostrar.

Me gustó mucho la observación que hizo una amiga mía que hace un tiempo me escribió lo siguiente sobre esa crisis social: “Yo sólo puedo recomendar aquello en lo que tengo confianza, y de ese modo encuentro una base más sólida, más firme sobre la que apoyarme: la oración”.

La oración científica y cristiana es un instrumento poderoso con el cual trabajar para ayudar a resolver los problemas que enfrenta el mundo. Orar es saber que Dios es la causa única, es afirmar con amor y certeza que las ideas espirituales de Dios, sus hijos, no son víctimas ni agresores. Cuando comprendemos la unidad del hombre con Dios, el Amor divino, ayudamos a la humanidad a emerger de la imposición material que afirma que la gente sufre escasez, está desamparada, es pobre o marginada.

Los problemas sociales se pueden tratar mediante la oración, de la misma manera que una enfermedad o cualquier otra situación inarmónica. Ese tratamiento es un trabajo que los ojos no ven, pero su poder es tangible, tiene buenos resultados y es de ámbito universal.

No hay circunstancia alguna que esté fuera del alcance de la oración. Nuestra fidelidad al mandamiento de Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” Mateo 22:39. es la luz que guía nuestra oración y nuestras actitudes. La oración pone nuestro pensamiento en sintonía con Dios, y esa sintonía permite que se tomen medidas adecuadas y soluciones coherentes, para que no menospreciemos “a uno de esos pequeños”, y ninguno de ellos se pierda ni se extravíe.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / septiembre de 1996

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.