Los Sentidos Mortales — las cinco ventanas de una persona a un mundo material, por llamarlos de algún modo — nos informan de nuestras dolencias a nivel individual y nacional, así como también de los desórdenes físicos y sociales. ¿Qué podemos hacer para aliviar estas dificultades y el sufrimiento que producen?
Podemos reconocer que el ser es íntegro a pesar del testimonio en sentido contrario de los sentidos materiales. La Ciencia de Dios y el hombre, es algo muy superior a lo que pretenden decir los sentidos. Mary Baker Eddy dice: “Las diversas contradicciones que los sentidos materiales causan a la Ciencia de la Mente, no cambian la Verdad invisible, que por siempre permanece intacta”.Ciencia y Salud, pág. 481.
Nuestra tarea no consiste en llegar a ser un mortal mejor, sino en dejar de lado la mortalidad por tratarse de un sentido falso del hombre, y reemplazarla por la semejanza permanentemente intacta de Dios. Dios hizo al hombre de esa manera y Él mantiene la perfección de Su imagen. Nuestra unidad, nuestra coexistencia con Dios es constante.
Cristo Jesús dio pruebas de ello una y otra vez. Consideremos el caso del hombre impedido físicamente, que esperó su curación durante casi cuarenta años. Véase Juan 5:5–9. Finalmente la creencia mortal cedió su lugar al verdadero sentido del ser que siempre había sido sano y perfecto. El verdadero ser del inválido permanecía intacto — manifestando a Dios — durante esos años (y por siempre), hasta que se presentó el Maestro y probó que ésa era la realidad científica siempre presente.
Para continuar manifestando la integridad del ser después de haber tenido una curación, debemos cumplir con las exigencias espirituales. Tal vez tengamos que esforzarnos más por reemplazar un sentido mortal del ser por el inmortal. Jesús le dijo al hombre que había estado impedido: “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor”. Juan 5:14.
Probar la integridad del ser real, pone a prueba nuestra capacidad de ser consecuentes. Significa hacer todo lo posible por “no pecar más”; evitar el zigzagueo del pensamiento material, adoptando la línea recta delineada por la Mente divina, Dios. Tal como declara Ciencia y Salud: “Los mortales no son como los inmortales, creados a imagen de Dios; pero siendo el Espíritu infinito todo, la consciencia mortal se someterá finalmente a la realidad científica y desaparecerá, y el verdadero concepto del ser, perfecto y eternamente intacto, aparecerá”.Ciencia y Salud, pág. 295.
El ser consecuentes también requiere que nos mantengamos conscientes del bienestar universal, reconociendo que si el bienestar es algo natural para nosotros, también lo es para los demás. Esta actitud es la que también debemos adoptar cuando pensamos ofrecer Ciencia y Salud a un vecino o un colega porque creemos que tiene un problema. Aquí se plantea un serio interrogante: ¿No debiéramos, en realidad, dar el libro de texto sólo a aquellos que sabemos que no necesitan el libro?
Antes de ofrecer Ciencia y Salud, debiéramos detenernos un momento y recordar que quien lo recibe es, en su verdadero ser, la idea intacta de Dios que no carece de nada. En realidad, es el reflejo de la Verdad eterna y no le puede faltar ninguna idea. De este modo, identificamos a nuestro prójimo como nuestro igual, cuyo ser es también el reflejo de Dios. Por lo tanto, ofrecemos el libro con un sentido elevado de amor. Se lo estamos dando a alguien que sabemos que es perfecto, debido a que es la imagen impecable de Dios, o sea, la manera en que uno se ve a sí mismo en la Ciencia. Uno no lo está menospreciando, o sea, no piensa que se lo da a alguien espiritualmente inferior.
Si se tiene presente el verdadero ser de quien recibe el libro, la persona lo recibirá más fácilmente. Asimismo, estará más dispuesto a recibir el mensaje espiritual del libro cuando lo lea. Por otro lado, si pensamos que quien recibe el libro tiene carencias espirituales — si lo vemos como un mortal que sufre y que lo necesita con desesperación — estamos de alguna manera negando el grandioso mensaje del libro, o sea, la eterna integridad del hombre como semejanza de Dios. Eso puede, en creencia, hacer que resulte más difícil que alguien acepte el libro de nuestras manos y perciba el mensaje del mismo.
¿Qué hacer si nos cuesta comprender y aceptar que el ser del hombre es completo y está intacto?
Podemos afirmar en oración que Dioses es Mente, la única Mente verdadera, y por lo tanto la única Mente del hombre, la única Mente de nuestro ser real. El Cristo, la semejanza de Dios que Jesús manifestó en su vida de manera tan destacada, nos revela las verdades divinas a todos. Y nos da poder para probarlas. El Cristo revela que nadie tiene un intelecto humano malvado que necesita conocer que nuestra integridad es una realidad.
El practicista de la Ciencia Cristiana, o la persona que está tratándose en la Ciencia Cristiana por medio de la oración, afirma la plenitud del ser con una convicción tan profunda, que reemplaza lo que para la creencia mortal fue tocado por la imperfección o dañado por la enfermedad. La Sra. Eddy escribe en La unidad del bien: “Los enfermos dicen: ‘He sanado’; cuando el hecho es que, en la Ciencia divina, nunca estuvieron enfermos”.Unidad, págs. 61–62.
Por lo tanto, la mejor manera de enfrentar la situación no es luchar por la integridad, sino reclamarla y aceptarla porque es un derecho establecido por mandato de Dios. La integridad no se tiene que producir, sino que debemos reconocerla por medio del sentido espiritual.
El sentido espiritual resiste todo intento de atribuirnos a nosotros mismos o a los demás, una mente o ser que no es completo. La perfección de la verdadera consciencia que está presente hoy nos permite razonar, orar y darnos tratamiento de una manera sana, y así podemos contrarrestar toda tendencia a admitir que existe una mente que se puede apartar del Espíritu y estar ansiosa.
Cuando reemplazamos el temor y el testimonio de los sentidos mortales y estamos conscientes de la integridad eterna del hombre, podemos sanar, tener una salud más constante y vivir una vida más valiosa, que contribuya más al bienestar general.
“La Ciencia Cristiana, contradiciendo a los sentidos, hace que el valle eche renuevos y florezca como la rosa”.
Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. pág. 596