Cuando Mi Hijo tenía unos nueve meses, mi esposo, llevándolo alzado en un brazo escaleras abajo, y en el otro sosteniendo dos portafolios, se resbaló, y todo lo que llevaba voló por el aire, incluso nuestro hijo. El bebé cayó al pie de las escaleras.
Me aterroricé mucho, y me di cuenta de que cuando quería declarar en oración la totalidad y bondad de Dios, el temor me dominaba a tal punto que no podía pensar en nada más. Mi pensamiento estaba en blanco.
Después de tratar de calmar a nuestro hijo durante cinco minutos, sin ningún resultado, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana. Me recordó un himno que comienza: “Brazos del eterno Amor guardan a Su creación” (Himnario de la Ciencia Cristiana, No. 53). Me aseguró de que los brazos de Dios estaban siempre alrededor de mi hijo, y que nunca podía caer y jamás había caído del cuidado de Dios. Conversamos brevemente y con esos pensamientos consoladores me reuní otra vez con mi esposo y mi hijo. El practicista me dijo que oraría inmediatamente por el bebé.
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