Deseo Expresar mi gratitud por el gozo, la curación y el estrecho vínculo que he logrado con Dios por medio de la Ciencia Cristiana.
Uno de los primeros recuerdos que atesoro es que Dios está siempre tan presente como lo estaba ese querido amigo con quien jugábamos cuando niños. Entre mis relatos bíblicos favoritos se encuentra la historia de Samuel, cuando Dios le hace un llamado (véase Samuel 3:1–11)
Cuando era más joven me aparecieron forúnculos. Una noche, mientras mi abuela me contaba historias de la Biblia, dije: “Dios me ama”. La verdad que contiene esta afirmación eliminó lo que yo mantenía en el pensamiento. Dejé de ver a los forúnculos como una realidad y, como resultado, éstos drenaron y desaparecieron.
Algunos años después, sufrí una lesión en un accidente mientras practicaba surfing. No podía moverme. Un practicista de la Ciencia Cristiana oró por mí y, aunque no me liberé en forma inmediata, la curación fue completa. Pude practicar nuevamente deportes como el squash, surfing y jog, como así también reanudar todas las actividades que venía desarrollando habitualmente; y todo esto a pesar de que había tenido una seria lesión en el cuello.
Luego, y a pesar de haber logrado esta maravillosa curación, comencé a sentir que, por haberme educado en la Ciencia Cristiana no había disfrutado de muchas de las diversiones que ofrece la vida. Pensando que no debía ser hipócrita ni aparentar ser un Científico Cristiano sólo de nombre, mientras realizaba ciertas actividades opuestas a las enseñanzas de Jesús, decidí abandonar mis estudios metafísicos y dejé de asistir a la iglesia. Ahora comprendo que lo que me hizo actuar de esa forma fue una sugestión que operó sutilmente. Al igual que Jacob, nunca deberíamos permitir que la Verdad “se vaya” sin que nos haya bendecido (sanado) (véase Gén. 32:26).
Nuevamente me lastimé la espalda y, en esa oportunidad, solicité tratamiento médico. (Como parte de ese tratamiento se descubrió una curación de discos comprimidos en el cuello que ocurrió luego del accidente de surfing.) Después, me embarqué en años de tratamiento con un médico excelente. Por medio de medicinas, terapia y cuidados me llevó al punto donde sólo podría andar bien mientras estuviera bajo tratamiento.
Un día, cuando hacía ejercicios sentí un dolor en el costado que empeoró progresivamente con el transcurso del tiempo. El amable médico no pudo ayudarme y comenzó a programar una serie de análisis. Luego me derivó a un neurocirujano. Finalmente, el problema fue diagnosticado como una enfermedad de los nervios y declarada incurable.
Ningún calmante funcionaba y me prescribieron una droga que podía causar ataques o hasta la muerte si se la tomaba en forma incorrecta. Después de mi segundo viaje a la Sala de Emergencias me di cuenta de que, debido a que me sentía tan infeliz, mis familiares y amigos sospechaban que yo, consciente o inconscientemente, estaba pensando en suicidarme.
Esa idea me impactó de tal manera que, al igual que el hijo pródigo (véase Lucas 15:11–32) deseé restablecer en mi pensamiento que yo moraba en la casa de Dios (consciencia), que Él ofrecía ese amor que dice: “Este mi hijo muerto era, y ha revivido”. Quería sentir la misericordia de Dios tal como la que expresó el padre del hijo pródigo: “...cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó”.
Llamé a mi hermana y averigué el nombre de un practicista. Apenas el practicista comenzó a orar por mí, el dolor disminuyó y, muy pronto, los signos de incapacidad desaparecieron.
Cuando entré en otra fase de la enfermedad, que no solo me deformaba, sino que también era muy incómoda, comencé a leer nuevamente Ciencia y Salud y el Nuevo Testamento de la Biblia. Encontré la siguiente declaración que fue entonces mi sustento: “La comprensión de que el Ego es Mente y que hay una sola Mente o inteligencia, comienza de inmediato a destruir los errores del sentido mortal y a proporcionar la verdad del sentido inmortal. Esa comprensión armoniza al cuerpo; hace de los nervios, los huesos, el cerebro, etc. siervos en lugar de amos” (Ciencia y Salud. pág. 216). Nunca me aparté de la verdad que encerraba este mensaje y sané por completo.
En menos de un año fui elegido Lector de mi iglesia filial. Estoy muy agradecido por la ayuda que me brindó el practicista en el transcurso de esta experiencia y me regocijo de que la Sra. Eddy nos haya enseñado el poder de Dios que regenera y salva.
Honolulú, Hawaii
