La primera vez que me pidieron en la universidad que diera un curso sobre cómo escribir libretos, no sabía nada sobre el tema. Pero aprendí muy rápido. Leí todos los textos que encontré sobre libretos de radio, de televisión y de cine. Y, para mi sorpresa, descubrí que se emplean una, dos o tres fórmulas simples para escribir la mayoría de los libretos. El problema es que algunas de esas fórmulas no tienen la finalidad de destacar precisamente lo mejor que hay en cada uno de nosotros.
Por ejemplo, pensemos en los libretos que se escriben para las telenovelas. La mayoría de los libros de texto indican que las telenovelas deben tener el máximo efecto emocional en el televidente. Se supone que los melodramas deben tocar todas las fibras de nuestros sentimientos, y ofrecernos una ración diaria de angustia, sexo, venganza, temor, ira y materialismo desenfrenado. Todo esto, en un contexto de marchas y contramarchas de maquinaciones que llegan a su punto álgido en el preciso momento en que se deben pasar los anuncios comerciales, (para impedir de este modo que uno aproveche la pausa y se aleje a fin de hacer alguna otra cosa).
Pensemos en lo que realmente sugiere esta clase de fórmula dramática. Sugiere que la vida es simplemente un melodrama, una montaña rusa emocional en medio de las aflicciones, triunfos y tragedias del materialismo. Si usted y yo aceptamos esa sugestión, aceptamos la noción de que las emociones, las crisis, los estímulos, el sexo, los impulsos, la materia, constituyen la base de nuestro ser, y al hacer esto, demostramos tener muy poca estima de nosotros mismos. Estamos aceptando un punto de vista limitado, basado en fórmulas. Un punto de vista que llevado a sus extremos, dice que la vida no es otra cosa que aquello que los cinco sentidos aceptan. Un punto de vista que dice que los cuerpos materiales, las obligaciones y emociones componen la suma total de lo que somos.
Es evidente que si adoptamos semejante punto de vista, termina convirtiéndose en una profecía que se cumple, delineando nuestras decisiones y nuestras metas, y este punto de vista será el que comenzará a preparar el libreto de la historia de nuestra vida.
Pero felizmente, nunca es demasiado tarde para hacer frente a semejante opinión acerca de la vida. En cualquier momento podemos defender lo que es real acerca de nosotros mismos. Para mí, el camino más rápido para lograr esto es reconocer, aunque sólo sea por un instante, que Dios es mi Vida. Que Él es la fuente de toda la vida. Por lo tanto, la vida no puede ser algo que Dios no sea. No puede ser tan solo un conjunto de emociones, posesiones materiales, partes del cuerpo, intereses e impulsos.
Nuestra vida no puede dejar de expresar su origen verdadero. Debe ser semejante a Dios, que es Espíritu. Por lo tanto, nuestra vida tiene que ser fecunda, hermosa, espiritual, satisfactoria; y para serlo, no depende de nada mundano ni superficial. No necesita de emociones e instintos materiales. No necesita contar con cierto número de posesiones materiales. No es imprescindible tener un determinado tipo de familia o un trabajo, impuesto por supuestas normas. Lo que nuestra vida necesita es a Dios, y el amor tan profundo y satisfactorio que siente por nosotros.
Ahora bien, el propósito de este editorial no es el de emprender una campaña en contra de las novelas de la televisión. Pero si una telenovela, el artículo de una revista o un libro, lo induce a aceptar un punto de vista sobre usted mismo que no es satisfactorio, entonces sería bueno que lo examinara detenidamente. Tal vez se pregunte si es un punto de vista realista o está basado en fórmulas. ¿Es un punto de vista que lo beneficia o que es malo para usted? Si es malo, no le permita que comience a escribir el libreto de su vida. ¡Hágalo desaparecer! ¡Rápidamente! ¡Como si fuese una sartén al rojo vivo que por descuido tomó con la mano!
La manera más eficaz de determinar si un punto de vista acerca de uno es bueno o malo, verdadero o falso, es descubrir si procede o no de Dios. En Ciencia y Salud, leemos: “¿Son divinos los pensamientos o son humanos? Esa es la cuestión importante”.Ciencia y Salud, pág. 462.
Ésta es, básicamente, la pregunta que hace poco se formuló un amigo mío. Sam me dijo que tenía la costumbre de permitir que los demás delinearan su vida. Lo hacía porque deseaba a toda costa darle el gusto a los demás: amigos, familiares, compañeros de trabajo. Cuando no lograba agradarles, se sentía muy desdichado. Por lo tanto, era un desdichado la mayor parte del tiempo.
Hace unas semanas, Sam tuvo que participar de una serie de reuniones de trabajo en las que cada uno tenía su opinión formada. Nadie estaba de acuerdo con nada que se proponía. ¡Y nada de lo que decía Sam era aceptado por los demás! Las reuniones se parecían mucho a las telenovelas. La confrontación y las diferencias iban creciendo lentamente, hasta que se transformaban en una crisis emocional. Luego, la reunión llegaba a un callejón sin salida; y Sam terminaba con un terrible dolor de cabeza.
Hasta que en una de esas reuniones, Sam sintió un deseo irresistible de quedarse callado. De escuchar a Dios. Y eso fue lo que hizo. No dejó de prestar atención a lo que sucedía en la reunión, pero al mismo tiempo, escuchaba a Dios.
Lo que Dios le dijo a Sam, no vino en forma de palabras. Vino en forma de sensación. La única manera en que él me pudo describir esa sensación fue con la palabra “paz”. Y esta paz eclipsó todas las dramáticas explosiones que oía a su alrededor. Era como si estuviese dentro de una cápsula hermética, atravesando el océano en medio de una gran tempestad.
Lo que le sucedió a Sam durante esa reunión, fue casi exactamente lo que menciona uno de los escritores de la Biblia refiriéndose a lo que dice Dios: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”.Salmo 46:10. Un comentarista de la Biblia afirma que la palabra “quietos” significa en hebreo, su idioma original, “dar reposo a las manos”.The Hebrew-Greek key Study Bible (AMG Publishers 1991), pág. 1661.
Y eso fue en buena parte, lo que hizo Sam en el preciso instante en que comenzó a pensar en Dios. Percibió que la inteligencia divina iba a decirle tanto a él como a todos los demás, lo que debían decir y hacer. Por lo tanto, confió en que Dios pondría cada cosa en su lugar. Y no siguió preocupándose acerca de cómo agradar a los demás. La reunión terminó, como de costumbre, sin resolverse nada. Pero Sam estaba tranquilo y continuó confiando en Dios.
En la siguiente reunión, todo cambió. Todos estaban calmados. Y con la misma facilidad con que había sucedido en otras oportunidades, llegaron a un acuerdo. Sam tuvo la sensación de que Dios había “preparado el libreto” de la reunión.
Eso es lo maravilloso. Dios está a nuestro alcance para gobernar toda situación, toda reunión, toda decisión, todo acontecimiento, en todas partes y en todo momento. Lo único que debemos hacer es quedarnos quietos y escuchar lo que Él nos dice. No tenemos necesidad de aplicar en nuestra vida, la fórmula que utilizan otros. El plan original que Dios delineó para cada uno de nosotros es muchísimo mejor. Nos permite ser lo que realmente somos. ¡Y eso da muchas satifacciones!
