La primera vez que me pidieron en la universidad que diera un curso sobre cómo escribir libretos, no sabía nada sobre el tema. Pero aprendí muy rápido. Leí todos los textos que encontré sobre libretos de radio, de televisión y de cine. Y, para mi sorpresa, descubrí que se emplean una, dos o tres fórmulas simples para escribir la mayoría de los libretos. El problema es que algunas de esas fórmulas no tienen la finalidad de destacar precisamente lo mejor que hay en cada uno de nosotros.
Por ejemplo, pensemos en los libretos que se escriben para las telenovelas. La mayoría de los libros de texto indican que las telenovelas deben tener el máximo efecto emocional en el televidente. Se supone que los melodramas deben tocar todas las fibras de nuestros sentimientos, y ofrecernos una ración diaria de angustia, sexo, venganza, temor, ira y materialismo desenfrenado. Todo esto, en un contexto de marchas y contramarchas de maquinaciones que llegan a su punto álgido en el preciso momento en que se deben pasar los anuncios comerciales, (para impedir de este modo que uno aproveche la pausa y se aleje a fin de hacer alguna otra cosa).
Pensemos en lo que realmente sugiere esta clase de fórmula dramática. Sugiere que la vida es simplemente un melodrama, una montaña rusa emocional en medio de las aflicciones, triunfos y tragedias del materialismo. Si usted y yo aceptamos esa sugestión, aceptamos la noción de que las emociones, las crisis, los estímulos, el sexo, los impulsos, la materia, constituyen la base de nuestro ser, y al hacer esto, demostramos tener muy poca estima de nosotros mismos. Estamos aceptando un punto de vista limitado, basado en fórmulas. Un punto de vista que llevado a sus extremos, dice que la vida no es otra cosa que aquello que los cinco sentidos aceptan. Un punto de vista que dice que los cuerpos materiales, las obligaciones y emociones componen la suma total de lo que somos.
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