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Recuerdo Una de mis...

Del número de diciembre de 1997 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Recuerdo Una de mis primeras curaciones en la Ciencia Cristiana. Súbitamente me apareció en uno de los dedos de la mano una condición muy molesta y dolorosa. Me supuraba un líquido, se formaban postillas y el intenso picor al dormir me llevaba a rascar con mucha fuerza, lastimándome aún más.

Muy pronto la condición se agravó tanto que me impedía hacer mis quehaceres diarios con normalidad, llegando al punto en que tuve que vendarme las manos. Mis padres y otros familiares al darse cuenta del problema me rogaron que acudiera urgentemente a un médico. Yo era renuente a hacer esto porque ya había empezado a entender algo de la Ciencia Cristiana, pero tengo que admitir que sentía temor. Yo pensaba que tal vez la condición era demasiado seria para el poco entendimiento que yo creía tener de la Ciencia Cristiana. Así es que acudí a una doctora, la cual al ver mis manos se llevó las suyas a la cabeza, y me mandó un tratamiento muy fuerte. Me dijo que tenía un eczema muy severo.

Hubo un cambio notable los dos primeros días de tratamiento médico, pero al tercer día, la condición se hizo más agresiva que antes. Así es que decidí parar completamente el tratamiento médico sin decirle nada a mi familia y comencé a estudiar seriamente la Ciencia Cristiana. También le pedí ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara por medio de la oración.

Ahora con fuerza renovada, decidí ponerme en manos de Dios, únicamente bajo su cuidado. A medida que estudiaba, empecé a vislumbrar más y más acerca de mi ser espiritual y perfecto. Dedicaba horas y horas únicamente al estudio y a la oración. Todo el tiempo me parecía poco para conocer más acerca de Dios. Al principio de este consagrado estudio yo estaba llena de temor y de ansiedad por ver un resultado positivo rápido en mis manos, pero a medida que continuaba estudiando y orando, y con el apoyo de la practicista, empecé a perder mis temores y mi ansiedad por ver completada mi curación física. Naturalmente que no quería ver esa condición fea en mis manos, pero empecé a entender que para no verla físicamente, tenía que borrarla primero de mi consciencia.

Hay una frase en Ciencia y Salud en la pág. 393, que fue de gran ayuda para mí. La Sra. Eddy dice: “El hombre nunca está enfermo, porque la Mente no está enferma y la materia no puede estarlo”. La condición física persistía, pero ya no me asustaba. Empecé a sentir más y más la presencia del amor divino en mi vida y a veces, de una manera espontánea durante el día, me decía a mí misma: “¡Cuanto amor tiene Dios por mí!” ¡Cuánto amor tiene Dios por cada uno de sus hijos!” “¡Qué agradecida me siento por su creación espiritual y perfecta!” Y me sentía a salvo, sana y libre. Estaba identificándome con mi ser espiritual, y ya no me importaba la condición física. Ahora solo quería ser obediente al primer mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éx. 20:3).

Le agradecí a la practicista por su gran ayuda, y le dije que ahora yo podía continuar orando por mí misma, y así lo hice.

Esta condición duró un año, pero nunca olvidaré mi progreso espiritual y mi hambre por saber más acerca de Dios. El estudio y la oración diarios eran como agua fresca en la boca de un sediento.

Durante ese tiempo, sentí que tenía que cambiar algunas cosas en mi vida. Empecé por expresar más orden en las cosas del diario vivir. Cambié una parte de mi carácter que era muy dada a reaccionar, y para ello me ayudó muchísimo el artículo de la Sra. Eddy de Escritos Misceláneos, “Amad a nuestros enemigos”, y una conferencia en la que el conferenciante me hizo ver con mucha claridad que el hombre no es un barómetro humano que sube y baja, reaccionando a cada cambio mental o a cada opinión.

Me alentó leer cuando Pedro le preguntó a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Y Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18:21).

Al continuar estudiando la Ciencia Cristiana, de una forma natural empecé a cambiar el reaccionar por el perdonar, y vi un gran cambio en esta parte de mi carácter que me ha aportado y me sigue aportando muchas alegrías y me ha permitido estar más cerca de Dios.

Un día solté las vendas de mis manos y empecé a usarlas con toda normalidad. Casi de un día para el otro empezaron a desaparecer las postillas, el picor y el dolor que habían acompañado a esta creencia, y en su lugar empezó a aparecer una piel limpia, clara, nueva y resplandeciente.

A partir de ese momento, hace ya muchos años, he usado las manos normalmente en todas mis actividades.

Mi marido me dio un gran apoyo espiritual todo este tiempo. Y yo me sentí y me siento muy agradecida a Dios por esta curación, y le doy muchas gracias por Su gran amor hacia Sus hijos. Agradezco a Cristo Jesús por mostrarnos el Camino, y a Mary Baker Eddy por su amor hacia toda la humanidad al darnos la Ciencia Cristiana.


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