Una Conocida Mía me pidió prestado el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Semanas después me lo devolvió diciendo: “Me gustó mucho la manera cariñosa con que el libro trata a María la madre de Jesús”.
No podía ser de otra forma. La Sra. Eddy escribe: “Jesús era hijo de una virgen. Fue designado para dar expresión a la palabra de Dios y para aparecer a los mortales en una forma de humanidad que pudieran comprender así como percibir. María le concibió espiritualmente, pues sólo la pureza podía reflejar la Verdad y el Amor, que estaban tan evidentemente encarnados en el bueno y puro Cristo Jesús”.Ciencia y Salud, pág. 332. La historia de María, que se conoce por el singular nacimiento de Jesús, destaca su pureza.
María estaba prometida en casamiento con José, pero no estaba casada ni tenía relaciones con él. Ella estaba dotada de profunda espiritualidad. Su pensamiento puro estaba preparado para recibir el mensaje angelical que venía directamente de Dios, el Amor divino. Es por eso que pudo aceptar ese encargo sagrado y entender espiritualmente su misión, y dar a luz a aquel que Ciencia y Salud, refiriéndose a Jesús, describe como “El más elevado concepto corpóreo y humano de la idea divina”.Ibid., pág. 589. Esa concepción cumplía con la profecía bíblica de Isaías acerca de la venida del Salvador: “... una virgen concebirá”. Isa. 7:14.
La historia bíblica de María es muy diferente de la alegoría de Eva. La narración nos habla de un paraíso que se perdió por la desobediencia de la mujer, instigada por una serpiente que habla. Su desobediencia y el consiguiente sentimiento de culpa la llevaron a perder de vista la verdad espiritual acerca de Dios y Su creación. Al sucumbir al sueño de la materialidad y de la procreación humana, con que la serpiente la tentó, Eva se somete a la noción de dolor y sufrimiento que acompañan el nacimiento de sus descendientes, y que comenzó con sus hijos, Caín y Abel. Esa historia no es la verdad sobre el hombre real y su identidad espiritual.
En los comentarios que hace la Sra. Eddy respecto al nacimiento de los hijos de Eva dice lo siguiente: “La declaración de Eva: ‘Por voluntad de Jehová he adquirido varón’, supone que Dios es el autor del pecado y de la progenie del pecado. Ese falso concepto de la existencia es fratricida”.Ciencia y Salud, pág. 538–539. La historia también relata que Caín, en un momento de envidia, mató a su hermano Abel. Véase Génesis 3–4.
Es importante para las madres de hoy saber que sus hijos no son parte de la descendencia alegórica de Eva, que resulta en una mentira sugerida por una serpiente. La acción del Cristo en la consciencia humana, acción que María aceptó, abre el camino para comprender y aplicar los conceptos de espiritualidad que son parte de la historia de María.
Como abuela de ocho nietos, veo a mis nueras, madres jóvenes, dedicadas a la crianza y a la educación de sus hijos. La libertad mal interpretada, el consumismo desenfrenado, la competencia poco honesta y, a veces, la ridiculización de la obediencia a los padres, que la vida moderna parece querer propagar entre los jóvenes, son algunos de los aspectos que representan un desafío en la educación de los hijos.
Muchas veces pienso en lo que la experiencia de María, como madre de Jesús, nos puede enseñar. Reconozco que lo primero y más importante es considerar a nuestros hijos como hijos de Dios, como Él los hizo. No como Eva, reivindicando para sí la propiedad de sus hijos, cuando dice he adquirido varón, y dando a Dios solamente la competencia de auxiliarla en esa obra, sino como María, meditando en su corazón lo que la obra de la sabiduría dijo acerca del niño: “Y la gracia de Dios era sobre él”. Lucas 2:40.
Se ha dicho que Jesús es el unigénito, es decir, que jamás se repetirá una concepción como la de él. Su misión es única, la de traer la influencia del Cristo a la consciencia humana, que revela el verdadero origen y filiación divina de todos.
Las madres de hoy pueden reflexionar, en su corazón, acerca de la grandeza y sublimidad de considerar a cada uno de sus hijos, como lo que cada uno es en realidad, un hijo de Dios.
La expresión “y la gracia de Dios era sobre él” que bendijo el crecimiento, el vigor y la sabiduría del niño Jesús, se puede aplicar a cada uno de nuestros niños, ya sean nuestros hijos, nietos, sobrinos, amigos o conocidos. Se aplica y bendice a todos los niños. La madre, imbuida de esa certeza, transmite a su prole la seguridad de que se les brinda un cuidado completo. Al tener consciencia de la gracia divina, la madre da a sus hijos la verdadera educación, que los vuelve saludables, alegres e inteligentes. La gracia divina vierte sobre cada hijo de Dios la pureza natural de su Creador. En esa pureza no faltan salud, integridad ni sentido común.
Cuando Jesús tenía doce años, en una actitud audaz, no acompañó a sus padres al regreso de una celebración. Tres días después ellos lo encontraron conversando con los doctores de la ley en el templo e interrogándolos. Él ya sabía cual era su misión. Lucas 2:49. María guardó en el fondo de su corazón sus sentimientos respecto de la sabiduría que el niño Jesús estaba demostrando.
Los padres no siempre pueden acompañar a sus hijos a los lugares y actividades que las circunstancias humanas y sociales exigen, tales como la escuela, los juegos, la facultad, las reuniones con los amigos. Por lo tanto, hay muchas situaciones en que los hijos irán solos o junto con colegas, amigos y también extraños. A veces esas ocasiones son muy difíciles para los padres. Estos, reivindicando la sabiduría que les confirió Dios y con la certeza de que la gracia de Dios está sobre Sus hijos, saben dirigirlos con amor y disciplina para que tengan una vida digna.
Muchas veces recuerdo un poema de Mary Baker Eddy titulado “La oración vespertina de la madre”, cuando oro por nuestros hijos adultos. Día a día, ellos están expuestos a desafíos en el trabajo, en el tránsito, en las relaciones, en la subsistencia. La primera estrofa dice: “Gentil presencia, gozo, paz, poder/divina Vida, Tuyo todo es./ Amor que al ave Su cuidado da,/ conserva de mi niño el progresar”.Himnario de la Ciencia Cristiana No 207.
Nada es más reconfortante y tranquilizador que el reconocimiento de que nuestros hijos y nietos están bajo la gracia divina, de donde jamás serán excluidos.
