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No fracasa el que se apoya en Dios

Del número de diciembre de 1997 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Hay Acaso Algo más doloroso que la sensación de fracaso? ¿Quién no se ha preguntado, “tendré alguna vez éxito en la vida o tendré que conformarme con el hecho de nunca brillar en nada? Imagínese, qué sensación de fracaso y frustración debe de haber sentido Moisés cuando, sin éxito, le pidió una y otra vez a Faraón que pusiera en libertad al pueblo de Israel. ¡Cuánto tuvo que persistir hasta que al fin llevó a cabo su propósito con la ayuda y dirección de Dios! Igualmente, el profeta Elías debe de haber sentido un fracaso increíble cuando le pide a Dios que lo deje morir en el desierto de Beerseba. Sin embargo, Moisés, Elías y muchos otros personajes de la Biblia encontraron inspiración en Dios y Sus ángeles para seguir adelante en épocas difíciles y para encontrar una solución a sus problemas al recurrir a Dios en oración.

La Biblia relata cómo sintieron los mismos discípulos de Jesús un gran desaliento y fracaso después de la crucifixión. El Mesías no pareció haber sido muy exitoso al sucumbir a sus enemigos y morir en la cruz. Abatidos, los discípulos volvieron a sus antiguos oficios hasta que se reencontraron con Cristo Jesús después de la resurrección. Recién en ese momento comprendieron que lo que pareció ser un fracaso total en realidad escondía el éxito más maravilloso de la historia humana — porque para Dios y Su Cristo no existe el fracaso.

Los fracasos a menudo son el estímulo para purificarnos y elevarnos, cuando se ven como desafíos en lugar de derrotas. Algunos éxitos pueden ser más peligrosos que el fracaso, si nos llevan al estancamiento y a que nos conformemos con situaciones tibias, impidiendo que veamos la magnificencia de todo lo que Dios ya ha preparado para lograr y mantener nuestro progreso futuro.

Cuando tenía alrededor de veinte años me presenté a un trabajo donde había gran cantidad de postulantes, por mi experiencia fui seleccionado y pronto comencé a trabajar. En esta empresa se hacían evaluaciones semestrales del personal para darles aumentos de sueldo. Mi auto-evaluación era que debía estar entre los mejores debido a mi experiencia. Cuando me llamó el gerente, me dijo que si bien el informe de mi supervisor decía que era muy trabajador, él no había visto aún mi rendimiento. Como resultado, mi aumento fue el menor de mi sección, que era de unas treinta personas. Mi ego se sintió tremendamente herido y pensé en renunciar. Esperaba ese aumento y lo necesitaba, pero necesitaba aún más ser reconocido. Y en lugar de ello, ¡qué fracaso sentí!

Oré para saber qué hacer y sentí que no podía renunciar y dejar la imagen de un fracasado. Era necesario que persistiera tal como Moisés lo había hecho delante de Faraón. Algo que aprendí cuando miré mi situación desde una perspectiva espiritual fue que las cualidades divinas otorgadas no pueden ser limitadas ni pueden dejar de ser percibidas o ignoradas. Estas cualidades estan siempre presentes como parte de nuestra verdadera identidad espiritual. La Sra. Eddy escribe: “Si los mortales no progresan, los fracasos pasados se repetirán hasta que toda labor deficiente sea borrada o rectificada”.Ciencia y Salud, pág. 240. Comprendí que, para que los demás tuvieran una imagen diferente de mí, primero debía cambiar la opinión que tenía de mí mismo.

Tenía que mirar más allá de las circunstancias humanas, que afirmaban que había sido herido al no ser apreciado por mis aptitudes, y tenía que ver las cosas tal como todo existe en el reino de Dios. El progreso no significaba ganar más dinero, sino ganar una comprensión más espiritual del verdadero ser del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Especialmente, era necesario que reconociera a los demás como ideas perfectas y amadas del Padre. Era importante que apreciara los talentos de mis compañeros de trabajo, y que estuviera realmente agradecido por ellos.

En los seis meses siguientes mi actividad cambió varias veces. En una oportunidad, mientras realizaba una tarea rutinaria encargada por el gerente, detecté que la empresa no estaba cumpliendo con un detalle técnico-legal y que esto podía poner en peligro sus actividades. Con discreción, se lo hice notar al gerente, quien me agradeció e informó al directorio. El hecho de cambiar de tareas dio al gerente y a mi supervisor la oportunidad de revalorizar mi desempeño. Cuando hicieron la siguiente evaluación recibí el máximo puntaje. No solo me dieron el mayor aumento de ese semestre, sino que me compensaron por el que no había recibido anteriormente. Luego, me promovieron a un cargo de mayor responsabilidad.

Las dificultades muchas veces son el origen e incentivo del progreso. El gran historiador Arnold Toynbee afirmó una vez que los pueblos que avanzaron fueron aquellos que, sin temor, lucharon permanentemente contra situaciones adversas.

La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, quien escribió desde la revelación y la experiencia, también tuvo que persistir cuando su obra principal, Ciencia y Salud fue rechazada por varios editores pues no creían que este libro fuera a darles ganancia alguna. Pero estos contratiempos le permitieron pulir y completar su obra. Con el tiempo, el libro se convertiría en un gran éxito, detrás del cual emergería un movimiento religioso de alcance mundial. Esto no habría ocurrido si ella no hubiera persistido. Sobre el final de su carrera humana, ya acostumbrada a las adversidades, la Sra. Eddy pudo decir: “La Causa de la Ciencia Cristiana está prosperando en todo el mundo y permancec para siempre como una Ciencia eterna y demostrable, y no considero este ataque hacia mi persona como una prueba, porque cuando estas cosas dejen de bendecir dejarán de existir”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 143.

A nosotros también puede bendecirnos cada prueba adversa, y elevarnos hacia Dios. Con la ayuda del Padre podemos redimir todo lo que indique fracasos y así experimentar progreso ilimitado. Recordemos a los discípulos de Jesús cómo, luego de la resurrección y ascensión de su amado Maestro, adquirieron una nueva visión de la realidad divina. Comprendieron que la Vida, Dios, es inmortal, y que el Cristo sana y salva, redime y bendice. Esto les permitió salir a predicar el evangelio a toda criatura y su habilidad para sanar mejoró notablemente porque tuvieron la seguridad de que para Dios y Su Cristo no existe el fracaso.

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