Cuando era niña, mi familia y yo acostumbrábamos viajar a un estado lejano para visitar a nuestros familiares. Era un viaje largo y yo no veía el momento de llegar a la casa. Mi abuela nos llevaba a darles de comer a los patos en un parque cercano. Era muy divertido. También visitábamos a mi “tía”. En realidad no era mi tía, pero mis padres se habían criado con ella y era como de la familia. Me gustaba verla a ella y a sus hijos, pero había una parte de esa visita que no me gustaba. Ellos vivían junto a un lago, e íbamos allí a nadar.
Recuerdo muy claramente una experiencia sobre la que mi padre aún bromea. Estábamos todos en el agua y yo me movía con mucho cuidado, sin saber qué o quién podía estar debajo de mis pies. Estaba acostumbrada a nadar en una piscina donde podía ver el fondo y sabía que no podía haber nada excepto las otras personas. Pero éste era un lago donde había peces y quién sabe que otras criaturas o plantas desconocidas. Y ése era el problema. Realmente me asustaba todo lo que fuera desconocido. No sabía qué podía ocurrir.
El agua era bastante clara, y de repente vi un gran pez debajo de mi pie, que me tocó mientras nadaba. Mi padre estaba cerca, parado en el agua, así que corrí hacia él y me le colgué como si fuera un palo. ¡Pueden imaginarse su sorpresa! Fue muy tonto de mi parte, pero el miedo muchas veces nos hace hacer cosas cómicas que no haríamos normalmente.